Gilles Deleuze plantea, en su libro “La imagen-tiempo”, que en la década del ‘40 empieza a afirmarse una nueva forma de concebir las imágenes fílmicas. La guerra y sus consecuencias han quebrantado la confianza en el accionar humano, y los sujetos se sienten abrumados. Antes de seguir, antes de cegarse, para ser capaz de volver a creer, es fundamental que el hombre primero reconstruya sus lazos con el mundo. Entonces, el ritmo narrativo se detiene para mostrar a un personaje que se dedica a observar. Notamos que el tiempo pesa sobre la imagen, porque “el alma del cine necesita cada vez más pensamiento”.
Los personajes se descubren desolados y muchas veces sólo se limitan a ver y escuchar, porque ya no saben qué hacer. Lo que define al neorrealismo, según el pensador francés, es un ascenso de las “situaciones ópticas y sonoras puras”, en donde el personaje “más que reaccionar, registra. Más que comprometerse en una acción, se abandona a una visión, perseguido por ella o persiguiéndola él”.
Esta idea deleuziana, que ya se ha vuelto central a la hora de estudiar la gramática del cine moderno, aparece notablemente encarnada en esta escena de IL BANDITO, la película de Alberto Lattuada que trajo la última entrega de “Cinematófilos”. Y se estrenó en 1946, en plena expansión del neorrealismo, el mismo año de Paisà de Rossellini, y dos años antes de emblemas como La tierra tiembla, de Visconti, y Ladrones de bicicletas, de De Sica. Sin embargo, como bien explica Andrés en el newsletter, con el correr de los años el nombre de Lattuada quedó opacado detrás de la trascendencia de tantos otros cineastas rutilantes (Deleuze no lo menciona en su libro).
Después de la guerra, Ernesto (Amedeo Nazzari) vuelve a su barrio, al edificio donde vivía su familia, para encontrarlo totalmente destruido. Quizás el hecho no lo sorprenda: son sólo otras ruinas que se suman al paisaje de una Italia devastada. Pero la clave es que la enunciación no lo naturaliza: conjugando la mirada subjetiva y la objetiva, la cámara captura detenidamente el espacio con una panorámica para regresar al rostro resignado del personaje, en una poderosa fusión de percepción, afecto y documento.
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