Buscando justicia (Just Mercy) narra la historia real de Walter McMillian (Jamie Foxx), un afroamericano al que culparon en 1987 de asesinar a una adolescente en el estado norteamericano de Alabama. Lo incriminaron sin pruebas fehacientes: el prejuicio racista dictaminó la sentencia.
Confieso que Just Mercy me dejó sin armadura ya en una de sus primeras secuencias. Para presentar al protagonista, Bryan Stevenson (Michael B. Jordan), el relato muestra su primer encuentro en la cárcel con un joven condenado a la pena capital. A Stevenson le falta poco para recibirse de abogado y aún no puede ofrecerle alicientes al detenido. Pero le lleva una noticia.
Un año más de vida. Sólo eso. Ya está resignado a la derrota, a la injusticia, a la silla eléctrica. Pero tiene un año más para ver a su familia. Luego de este encuentro no volveremos a cruzarnos con ese hombre, pero su emoción punzante se nos queda alojada en el pecho para toda la película. Esta secuencia -que inaugura nuestro lazo con el personaje del abogado- es un modelo de modestia expresiva y humanidad.
Just Mercy me hizo pensar en Conviction, un film de hace una década que quizás hoy nadie recuerde pero cuyas virtudes clásicas son las mismas que detenta este película dirigida por Destin Daniel Cretton. Incluso aquí las actuaciones de Jordan y Foxx sorprenden por su sobriedad. Y creo que esta discreción hay que agradecerla, especialmente en una época en donde se impone el modo-Netflix de abordar este tipo de conflictos. La brutalidad del racismo y el horror de la pena de muerte hoy se tornan fáciles tentaciones para la televisión, con resultados que a veces son dignos aunque muchas veces también degeneran en productos estirados a pura manipulación y golpe de efecto.
Just Mercy va al hueso de la denuncia. De la lucha. Directa y transparente.
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