Manchester by the Sea (Kenneth Lonergan, 2016)
Este plano es extraordinario. En primer lugar, porque con estas armas iluminadas (¿veneradas?) se introduce la cultura de la violencia norteamericana en la película. El drama de los Chandler es tan desolador y a la vez universal que uno siente que estamos ante vidas suspendidas en el tiempo, como si habitaran una realidad paralela, fuera de la Historia. Pero no. Aquí el relato los coloca en un contexto muy preciso (y con el reinado de Trump, el dato cobra más fuerza aún). El humor negro de Patrick enseguida distiende todo atisbo de tensión: “¿A quién piensas disparar? ¿A ti o a mi?” Pero el tío Lee no tarda en proponerle vender las armas para comprar un nuevo motor para el barco. Un instrumento construido para matar será canjeado por el artefacto necesario para conservar el barco. Es decir, la vida. Al lado del aparador con las armas tenemos una fotografía de un grupo de pescadores (¿está Joe allí? ¿O quizás sean otros parientes?). Todo indica que Patrick desea prolongar ese legado familiar. Y al otro lado tenemos dos fotos de Patrick como jugador de hockey. No sólo nos señala otro camino posible para el joven (ser deportista) sino que también nos conecta por metonimia con la escuela, con la educación formal. ¿Patrick seguirá estudiando cuando termine el secundario? Al final de la película él dice que no, pero no podemos saberlo a ciencia cierta. Es un interrogante que se abre, aunque tengo la intuición de que el tío lo va a convencer.
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