Por Osvaldo Bayer*
- Nos preguntamos qué quieren decir los que pronuncian la palabra utopía o, lo que es lo mismo, qué queremos decir nosotros cuando empleamos esa palabra que pareciera estar escondida en algún cofre en una isla desierta. Nos referimos a ella como si fuera una piedra preciosa encantada guardada con siete sellos, o como si se tratase de sueños de libros de infancia. Y no nos damos cuenta que utopía no significa otra cosa que lo que tendríamos que hacer para ser felices. Así de sencillo. Uno parece un maestro ciruela diciendo y creyendo en estas cosas, pero es que es así: es lo que deberíamos hacer pero además, es lo más fácil de realizar y conseguir.
- Pongamos un ejemplo. Somos todos niños, queremos jugar en la arena. A nadie se le ocurriría permitir que uno de los niños se adjudicara el 80 por ciento del cajón de arena para él solo y que los demás jugáramos en un rincón, todos apretujados. Tampoco permitiríamos que ese niño que se adueñó así de gran parte del cajón de arena nos exigiera juguetes para poder jugar en "su" zona, que en realidad pertenece a todos. Ni tampoco permitiríamos que uno de nosotros se adjudicara el mando y nos diera órdenes para hacer lo que él dictaminara, con el prejuicio de hacerlo para mantener la igualdad y la disciplina.
- Nuestras sociedades enseñan a despreciar al pobre o a quienes tienen otro color de piel, en vez de despreciar al aprovechador y al explotador. Debería enseñar a despreciar a quien aprovecha la naturaleza de todos para sí mismo y admirar a quienes encuentran la felicidad en la humildad y la modestia, ésos que piensan siempre en utopías y así tal vez alcanzar la felicidad de la sociedad toda, en esta vida tan breve, y llena de dolor y de misterios. Ya desde la primera escuela se debería enseñar el pensamiento de los utopistas, los proyectos de las repúblicas ideales que elaboraron sus benditos cerebros y no hacernos glorificar conquistadores brutales y genocidas de pueblos que actuaron en nombre de la "civilización".
- Así de sencillo es la utopía: sentarnos a discutir todo aquello que se nos impuso en nombre de la autoridad y la propiedad, que nos ha llevado a guerras, torturas, regímenes de esclavitud y a la absoluta obscenidad de las fortunas multimillonarias y su correlato de millones de hambrientos que mueren todos los años.
- No voy a hablar ni de Thomas Moro, ni de Campanella, ni de Owen, Bacon o Proudhon. (A ellos hay que leerlos, gozar de ellos, imaginarse el mundo pensado por ellos) Es mejor y ya es tiempo de ponernos a caminar. Aplicar lo simple de la razón. Terminar con aquello pérfido de que "la política es el arte de lo posible", sino que el único futuro está en la lucha por lo que se cree imposible, que es nada menos que poner de relieve la bondad del ser humano, que existe. Ponerse a caminar y aprender lo bueno de los revolucionarios y corregir sus equivocaciones. Eso es la utopía. Si logramos dar diez pasos de aproximación a ella, ya justificaremos nuestro viaje por la vida.
*Fragmentos de un artículo publicado en julio de 1998 e incluido en el libro de textos reunidos titulado En camino al paraíso. (Ed. Javier Vergara, Buenos Aires, 1999)
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