Early
Works (Rani davovi)
(Yugoslavia,
1969)
Dirección:
Želimir Žilnik
Sección:
Retrospectiva Želimir Žilnik
Es
probable que la denominada “Ola Negra” del cine yugoslavo sea la menos difundida dentro de las celebradas nuevas
cinematografías de Europa del este surgidas en los años '60 y '70. Y
eso tal vez se deba, como sugiere el crítico Rubén Redondo(1), a “lo
excesivo de una atmósfera corrosiva, surrealista, depravada” que
presentan ciertas películas de esta generación de jóvenes
realizadores balcánicos que se sumaron al fervor combativo atizado
por Mayo de '68. La descripción del crítico calza perfecto
con Early Works, singular ópera prima de Želimir Žilnik , director
serbio aquí prácticamente desconocido al que el Festival de Cine de
Mar del Plata le dedicó una amplia retrospectiva. Tras recibir el León de Oro en la Berlinale de 1969, Early Works
llamó la atención internacional sobre esta nueva camada de
cineastas que Žilnik integraba junto a Dušan Makavejev, Živojin
Pavlović y Aleksandar Petrovic, entre otros. Lo curioso del término
Ola Negra es que, como explica Jurica Pavičić (2), “fue acuñado
inicialmente por los censores de cine yugoslavos pero acabó
erigiéndose en auténtico movimiento de oposición cultural al
régimen de Tito. El movimiento recibió el nombre de 'ola negra'
tanto por su opacidad narrativa como por su pesimismo con respecto a
la política oficial.”
Early
Works es oscurísima, sí, pero ante todo es muy audaz, especialmente
en su pintura feroz de la militancia, representada aquí por un
grupo de jóvenes tan enérgicos como desorientados.
Guiados por la premisa “Paremos de hablar y empecemos la acción”,
cuatro estudiantes -una mujer y tres varones- un día abandonan sus
casas y salen en un recorrido que incluye entrenamiento
guerrillero, sexo, fogones, visitas a fábricas, teatro, errancias varias
y hasta una charla sobre anticoncepción para
campesinas. El personaje de la chica se llama
Jugoslava, y si bien la lectura metafórica permite justificar ciertos
hechos incomprensibles que ocurren en la historia, creo que un logro
importante de Žilnik fue evitar que el relato sucumbiera ante el
servilismo de la alegoría.
“Nuestro acercamiento al pueblo fue abstractamente humanista”, dice alguien por allí, una de las tantas frases que atraviesan la banda sonora de la película. Más allá de la premisa inicial que reclamaba más práctica y menos discurso, los personajes nunca dejan de hablar y remover el ideario del marxismo clásico (el título del film remite, justamente, a las obras tempranas de Marx y Engels). Sin embargo, los protagonistas desconciertan porque no discuten. No conectan realmente. Lo que escuchamos es una sucesión de consignas políticas que se lanzan de forma aleatoria y mecánica, y nunca terminamos de saber si son convicciones o ironías, o ambas cosas a la vez. La puesta en escena somete al espectador a un permanente -y fascinante- esfuerzo de discernimiento ante cada nueva acción: ¿se nos está invitando a hundirnos en la desolación de la derrota, o quizás a liberarnos por el camino de una sátira solapada? Una impresión apresurada podría señalar que se trata de una película cínica, si no fuera porque en su extensa obra el director demostraría un inalterable compromiso con la causa socialista. Los jóvenes de esta historia están claramente enajenados, atrapados en el insalvable bache que separa la teoría de la realidad. Sin embargo, Žilnik los hace hablar porque sabe que las palabras resultan imprescindibles en la lucha política, aunque eso implique decirlas y repetirlas hasta romperlas, hasta entender que ya es hora de trabajar a destajo para encontrar otras palabras, más lúcidas y efectivas.
“Nuestro acercamiento al pueblo fue abstractamente humanista”, dice alguien por allí, una de las tantas frases que atraviesan la banda sonora de la película. Más allá de la premisa inicial que reclamaba más práctica y menos discurso, los personajes nunca dejan de hablar y remover el ideario del marxismo clásico (el título del film remite, justamente, a las obras tempranas de Marx y Engels). Sin embargo, los protagonistas desconciertan porque no discuten. No conectan realmente. Lo que escuchamos es una sucesión de consignas políticas que se lanzan de forma aleatoria y mecánica, y nunca terminamos de saber si son convicciones o ironías, o ambas cosas a la vez. La puesta en escena somete al espectador a un permanente -y fascinante- esfuerzo de discernimiento ante cada nueva acción: ¿se nos está invitando a hundirnos en la desolación de la derrota, o quizás a liberarnos por el camino de una sátira solapada? Una impresión apresurada podría señalar que se trata de una película cínica, si no fuera porque en su extensa obra el director demostraría un inalterable compromiso con la causa socialista. Los jóvenes de esta historia están claramente enajenados, atrapados en el insalvable bache que separa la teoría de la realidad. Sin embargo, Žilnik los hace hablar porque sabe que las palabras resultan imprescindibles en la lucha política, aunque eso implique decirlas y repetirlas hasta romperlas, hasta entender que ya es hora de trabajar a destajo para encontrar otras palabras, más lúcidas y efectivas.
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