martes, 28 de noviembre de 2017

Mar del Plata 2017 - Lumière! L'aventure commence


Lumière! L'aventure commence
(Francia, 2016)
Dirección de la compilación: Thierry Frémaux
Sección: Proyecciones especiales

La historia del cine ha petrificado la obra de los hermanos Lumière con definiciones que son, por lo menos, imprecisas. Suele afirmarse que Louis y Auguste querían capturar la realidad y respetaban estrictamente la regla de no intervenir en lo que aparecía frente a la cámara. Su objetivo era dejar testimonio de la vida en movimiento, aunque nunca fueron conscientes del potencial creativo latente en el cinematógrafo. Ese hallazgo -el diseño de una puesta en escena para el cine- le correspondió al mago George Méliès, dicen los libros. Pero en este trabajo de compilación y reflexión teórica, Thierry Frémaux intenta aportar otra idea: los hermanos de Lyon no sólo inventaron una nueva técnica sino que también pusieron en práctica una gran cantidad de recursos que merecen ser considerados “modernos”. 

Entre 1895 y 1905 la compañía Lumiére rodó más de 1400 films de 50 segundos de duración cada uno. Ya en 1996 se había editado una selección de 85 cortos guiados por la narración de Bertrand Tavernier, con un enfoque en parte similar al de esta nueva antología exhibida en Mar del Plata. Para este proyecto de restauración y divulgación, Frémaux eligió 108 films, los agrupó por temáticas y agregó comentarios en off tan ilustrativos como divertidos. Su recorrido me resultó fascinante de principio a fin. Sin embargo, y dado que él es un hombre de poder, pues cada año marca la agenda del cine mundial como director el Festival de Cannes, parece que debemos sospechar de su buena fe. Algunas reseñas cuestionaron el film por el tono “chauvinista” del narrador y por ignorar la incidencia que otros realizadores (Porter, Griffith, el propio Méliès) efectivamente tuvieron en la evolución del lenguaje fílmico. (1) Pero ésta es una lectura demasiado literal del discurso de Frémaux, que está muy lejos de pretender forjar una contrahistoria que desbanque a otros pioneros. Lo que quiere es desmontar el aura de "científicos escépticos" que siempre ha perseguido a los Lumière para reivindicarlos como ávidos buscadores de imágenes significativas. Esencialmente, se trata de conocer algunas notables filmaciones muy poco difundidas y a la vez redescubrir la inagotable vivacidad de muchos planos que ya creíamos cristalizados en nuestro -claramente pobrísimo- saber cinéfilo.


Frémaux rastrea las herencias pictóricas (Cézanne, Turner, Renoir, la fotografía de los hermanos Bisson) en las composiciones de Lumière, y a la vez se lanza a sugerir que ciertos encuadres y motivos visuales de sus cortos anticiparon la poética de cineastas como Eisenstein, Ozu, Kurosawa, Visconti e incluso James Cameron. Y sí, de alguna manera Frémaux juega a que los Lumière fueron los precursores de todo el cine por venir (exageración pícara que molestó a algunos críticos), pero queda claro que sólo es eso, un juego, un gozoso ejercicio de apreciación que incita a ensayar conexiones posibles a lo largo de la infinita trenza que enlaza el mundo material con la historia de las imágenes. ¿Por qué algunos temas vuelven siempre en las imágenes? ¿Cómo vuelven? ¿Por qué insisten? ¿Cuál es la trama que persiste? Pienso en ese inquietante corto situado en una aldea de Vietnam, que para Frémaux es el film más bello de todos los rodados por Lumière. Se titula Le village de Namo: Panorama pris d’une chaise à porteurs (El pueblo de Namo: Panorama visto desde un palanquín). Véanlo y después seguimos:



El film fue rodado en 1900 por Gabriel Veyre, que fue uno de los operadores más destacados del equipo Lumière, junto a Alexandre Promio y Constant Girel. Ellos se ocupaban de viajar con el cinematógrafo a distintos puntos del globo para documentar las culturas de cada país. (El dato abre la pregunta sobre quiénes deberían ser considerados como verdaderos autores de muchos de estos films, discusión que no voy a resolver aquí). Ubicado en una silla portátil en movimiento, Veyre registra a un grupo de niños y niñas que lo siguen mientras la cámara realiza un travelling hacia atrás. Esas sonrisas son puras, sí. Son hermosas. Pero el film genera angustia, pues la palabra Vietnam asociada a la figura de una niña corriendo desnuda remite inevitablemente a la icónica “Niña del napalm”, eternizada en aquella brutal fotografía de Nick Ut. En el cortometraje vemos a una niña desnuda y también a otra, vestida con harapos. Ambas corren hacia nosotros, atraídas por la cámara. La niña desnuda abandona el plano. Y luego vuelve, hasta que desaparece por completo y deja que la otra colme la escena con su rostro iluminado. Yo temblé en esos instantes, sintiendo que la Indochina colonizada de principios del siglo XX se cruzaba con la premonición de la guerra de Vietnam, dos momentos históricos encarnados en esas niñas que corren. Dos niñas postergadas. Dos fantasmas. Pero hay que aceptar que allí, justo allí, en esa pantalla frente a mí, esas niñas son muy felices. Y así es cómo yo debería poder abrazarlas ilusoriamente. Ellas no tienen la culpa de que mis ojos estén desbordados de catástrofes. 

Thierry Frémaux (a la derecha del panel) en la charla con
el público posterior a la proyección, en el teatro Auditorium.

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