El próximo jueves 6 de abril comenzará una nueva edición de Les Avant-Premières, uno de los acontecimientos cinéfilos más esperados del otoño porteño (después del Bafici, claro). La muestra exhibe lo mejor de las últimas producciones realizadas en Francia, con una selección de pre-estrenos y películas inéditas que esta vez incluye a cineastas como André Téchiné, François Ozon, Mia Hansen-Løve, Fred Cavayé, Emmanuelle Bercot y Joachim Lafosse, entre otros.
Esta edición contará además con la visita de la realizadora Nicole Garcia, directora de aquel notable film de 2002 con Daniel Auteuil, El adversario. Garcia viene a presentar su último trabajo, Un momento de amor (Mal de pierres), película protagonizada por Marion Cotillard, Louis Garrel y Alex Brendemuhl.
La muestra se desarrollará en el complejo Cinemark Palermo (Bulnes y Beruti), del 6 al 12 de abril. La entrada general tendrá un valor de 106 pesos. Ya comenzó la venta anticipada a través del sitio de Cinemark.
Programación:
Todo para ser felices, de Cyril Gelblat
Frantz, de François Ozon
Un momento de amor, de Nicole Garcia.
La fille de Brest, de Emmanuelle Bercot
Noticias de la familia Mars, de Dominik Moll
Quand on a 17 ans, de André Téchiné
Ouvert la nuit, de Edouard Baer
Le voyage de Fanny, de Lola Doillon
El porvenir, de Mia Hansen-Løve
A fond, de Nicolas Benamou
Radin!, de red Cavayé
Victoria, de Justine Triet
El hijo, de Philippe Lioret
Les chevaliers blancs, de Joachim Lafosse
Perdidos en París, de Dominique Abel y Fiona Gordon
Sage femme, de Martin Provost
Para consultar la grilla de horarios y más detalles sobre las películas, pueden visitar la página oficial de Les Avant-Premières: www.cine-frances.com
viernes, 31 de marzo de 2017
miércoles, 29 de marzo de 2017
Taller de Análisis de Películas - Abril
Taller de análisis de películas
A cargo de Carolina Giudici
LA TRISTEZA DE LA NIEVE (dos encuentros)
Sábado 1º de abril: Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan
Sábado 8 de abril: El dulce porvenir, de Atom Egoyan
Horario: 16.30 a 18.30
Lugar: Almagro
Para más información, por favor escribir a datosparacaro@yahoo.com.ar
miércoles, 22 de marzo de 2017
Entre los muros, de Laurent Cantet
“La política es un conflicto sobre la configuración del mundo sensible en la que pueden aparecer los actores y los objetos de esos conflictos. La política es entonces esa práctica de excepción que permite ver aquello que no se ve, oír lo que no se oye y contar lo que no se cuenta”. (1)
Jacques Ranciére
Entre los muros (Entre les murs) es una película política. Desde ya que toda película lo es, aun la más inconsciente, pero tanto más estimulante es la obra cuando su ideología se transmuta en un un discurso inteligente y sutil, sin necesidad de imponer preceptos reveladores. Aunque no tenga respuestas ni soluciones, Laurent Cantet sabe cómo formular preguntas para hacerlas calar hondo. Cantet cree en el Hombre, y desde ese lugar se ilusiona y se angustia. Toda su obra está propulsada por el sentido primigenio, clásico -y hoy tan olvidado- de la política: aquel que implica pensar las condiciones de construcción de una vida en común. Ni más ni menos.
Es llamativo ver cómo la campaña de difusión de Entre los muros enfatizó la "vocación documental" del film, al señalar que los intérpretes fueron no profesionales, empezando por el docente protagonista, que escribió el libro original y colaboró con Cantet en el guión. También se remarcó la premisa de concentrar toda la acción en la escuela, emulando el formato de "estudio de caso" propio de la observación antropológica (como en el cine de Frederick Wiseman), mientras que la cámara en mano inquieta indicaría que quien mira se deja guiar por los hechos tal como ocurren en su fluir real, a la caza de escenas que luzcan tensas, pintorescas y, ante todo, espontáneas. Claro que esta impresión naturalista no es más que otro precioso encantamiento del arte, el gran truco de lo verídico con el que juega Cantet: se queda al margen fingiendo que no interviene y sólo registra, como si fuera la lógica del objeto la que decide por él, cuando en verdad se trata de un relato personal, perfectamente calibrado y planificado, desde los cruciales debates entre profesores hasta el más imperceptible gruñido de un alumno aburrido. Es gracias a un extraordinario trabajo de montaje que el milimétrico diseño de la puesta puede ocultar su artificio bajo la apariencia del azar. Partiendo de esta técnica esencial, aglutinando las partículas elementales de ese inabarcable universo que es la educación, el autor entrega un mapa riquísimo para pensar nuestra época. No hay atajos en el mapa, solo infinitos caminos que se entrecruzan o se bifurcan. Pero la dirección es una sola: hacia adelante.
“Creo que podría mejorar sustancialmente el hombre si nos preocupáramos en satisfacer lo que muchos creen sus exigencias fundamentales: la exigencia de identidad, la exigencia de orientación, la exigencia de tender un puente entre la trascendencia y la bestialidad”. (...)
“Creo que podría mejorar sustancialmente el hombre si nos preocupáramos en satisfacer lo que muchos creen sus exigencias fundamentales: la exigencia de identidad, la exigencia de orientación, la exigencia de tender un puente entre la trascendencia y la bestialidad”. (...)
“Los cambios se producirán a partir de las renovaciones ‘intelectuales', del descubrimiento de nuevos valores, de la apropiación de modelos culturales que hemos de aportar y oponer a los esquemas tradicionales. La historia nos enseña que los cambios siguen a los nuevos modos de pensar, no los preceden, como parecen creer muchos ‘revolucionarios'”. (2)
Roberto Rossellini
Entre los muros es una máquina de fabricar dilemas. Intentaré resumir algunos de sus puntos más interesantes:
Hoy no hace falta ser idealista para recibirse de romántico. Alcanza con confiar un poquito en el ser humano. La última frase de la película se pronuncia mientras docentes y alumnos juegan un partido de fútbol como despedida del año. Es un cántico de aliento, un clamor alegre, un deseo:
“Tous ensemble!” - ¡Todos juntos!
“Enseñar es más difícil que aprender. Se sabe esto muy bien, más pocas veces se lo tiene en cuenta. ¿Por qué es más difícil enseñar que aprender? No porque el maestro debe poseer un mayor caudal de conocimientos y tenerlos siempre a disposición. El enseñar es más difícil que aprender porque significa: dejar aprender. Más aún: el verdadero maestro no deja aprender nada más que “el aprender”. Por eso también su obrar produce a menudo la impresión de que propiamente no se aprende nada de él, si por “aprender” se entiende nada más que la obtención de conocimientos útiles. El maestro posee respecto de los aprendices como único privilegio el que tiene que aprender todavía mucho más que ellos, a saber: el dejar-aprender. El maestro debe ser capaz de ser más dócil que los aprendices. El maestro está mucho menos seguro de lo que lleva entre manos que los aprendices. De ahí que, donde la relación entre maestro y aprendices sea verdadera, nunca entra en juego la autoridad del sabiohondo ni la influencia autoritaria de quien cumple una misión. De ahí que siga siendo algo sublime el llegar a ser maestro, cosa enteramente distinta de ser un docente afamado. Es de creer que se debe a este objetivo sublime y su altura el que hoy en día, cuando las cosas se valorizan solamente hacia abajo y desde abajo, por ejemplo, desde el punto de vista comercial, ya nadie quiera ser maestro".
Martin Heidegger (3)
Roberto Rossellini
Entre los muros es una máquina de fabricar dilemas. Intentaré resumir algunos de sus puntos más interesantes:
La clase. Estamos en un colegio de París. Las escenas dentro del aula son las más fragmentadas, ya que no parece haber situación más ajena al famoso plano-contraplano que el caos de una clase; incluso cuando el docente intenta sostener un diálogo con un único alumno, siempre hay otras reacciones paralelas (réplicas, burlas, quejas) que hacen estallar ese templado código del montaje clásico. Asistimos entonces a una sucesión de imágenes breves, curiosas, ansiosas por pintar un mural en continua ebullición. Si en algún momento nos sentimos cansados no es porque el relato genere tedio, sino que con ese agitado vaivén la cámara logra transmitir cuán agotador es para un maestro retener el orden y la atención. Dentro de un aula hay que remarla mucho. Al mismo tiempo, esa voluntad democrática de la cámara parece eliminar jerarquías para subrayar que no se puede abordar el fenómeno educativo sin escudriñar el detalle, porque los chicos se expresan con todo el cuerpo y cada uno soporta una mochila pesadísima. El profesor François Marin (François Bégaudeau) coordina un grupo multiétnico de alumnos, desafío que la escuela tradicional aún no sabe cómo encarar.
La identidad. ¿Cómo definir la identidad en medio de esta ingobernable confluencia de culturas, razas y crianzas? Porque ahora a las dolencias típicas de la adolescencia y las diferencias de clase social se suman los cambios aceleradísimos de la globalización, la crisis de la familia, la dificultad de proyectar a futuro y tantas otras problemáticas que atraviesan de punta a punta Entre los muros. Frente a este panorama, lo único que puede hacer el profesor -y el film lo acompaña en su acto de fe- es ponderar el rol de la palabra. François enseña francés y todo el tiempo estimula la participación, aunque esto lo exponga a las agresiones de Souleymane, la retórica contestataria de Esmeralda o los reproches paranoicos de Khoumba. Pero la palabra también revela y les permite a los chicos narrarse, por ejemplo, en el ejercicio del autorretrato que el maestro les encarga. Así descubrimos que Wei (de origen chino, el mejor alumno) se ve a sí mismo como un muchacho aislado y solitario, o comprobamos que el fútbol es una de las pocas cosas que todavía despierta interés en muchos (esa discusión sobre equipos africanos bien podría abrirse a otras resonancias histórico-políticas. ¿Por qué no aprovechar la pasión futbolera para el aprendizaje?). Y si la comunicación falla, como ocurre con los padres que no hablan francés, es porque la lengua nos recuerda su papel imprescindible dentro de la trama social. La palabra sigue siendo un puente.
La identidad. ¿Cómo definir la identidad en medio de esta ingobernable confluencia de culturas, razas y crianzas? Porque ahora a las dolencias típicas de la adolescencia y las diferencias de clase social se suman los cambios aceleradísimos de la globalización, la crisis de la familia, la dificultad de proyectar a futuro y tantas otras problemáticas que atraviesan de punta a punta Entre los muros. Frente a este panorama, lo único que puede hacer el profesor -y el film lo acompaña en su acto de fe- es ponderar el rol de la palabra. François enseña francés y todo el tiempo estimula la participación, aunque esto lo exponga a las agresiones de Souleymane, la retórica contestataria de Esmeralda o los reproches paranoicos de Khoumba. Pero la palabra también revela y les permite a los chicos narrarse, por ejemplo, en el ejercicio del autorretrato que el maestro les encarga. Así descubrimos que Wei (de origen chino, el mejor alumno) se ve a sí mismo como un muchacho aislado y solitario, o comprobamos que el fútbol es una de las pocas cosas que todavía despierta interés en muchos (esa discusión sobre equipos africanos bien podría abrirse a otras resonancias histórico-políticas. ¿Por qué no aprovechar la pasión futbolera para el aprendizaje?). Y si la comunicación falla, como ocurre con los padres que no hablan francés, es porque la lengua nos recuerda su papel imprescindible dentro de la trama social. La palabra sigue siendo un puente.
Los docentes. Mientras los diálogos con los chicos son frescos e imprevisibles, los debates entre docentes encaran cuestiones concretas en búsqueda de soluciones. Pero si ni siquiera logran coincidir a la hora de elegir un mismo libro que sea útil para dos materias (pequeña y genial charla entre el protagonista y el profe de Historia), será mucho más difícil ponerse de acuerdo en los asuntos delicados, especialmente en el terreno de la disciplina. Discuten premios y castigos; confirman que la violencia y la apatía crecen; se multiplican los dilemas morales. En el caso de Souleymane (originario de Mali), todo indica que hay que sancionarlo, quizás expulsarlo. Para contrastar su actitud insolente, Cantet incluye esa hermosa secuencia en la sala de computación, en donde François elogia al chico porque su autorretrato es el más creativo de todos, ya que a su texto agregó una serie de fotografías que ilustran su vida. Es el único momento en donde percibimos una sonrisa feliz en Souleymane y uno se pregunta si alguien alguna vez valoró algo en él. ¿Cómo proceder, entonces? Porque los docentes tampoco pueden hacerse cargo de una realidad que los excede, ni es posible trabajar sin mínimas normas de convivencia. Todo es muy complejo. Algunos ya están hartos de la escuela, la mayoría resiste como puede, una profesora celebra su embarazo. El mundo sigue su curso.
Henriette. Hacia el final del film somos testigos de la última clase del año. En un clima relajado, cada alumno hace un balance y comenta algún tema aprendido durante el ciclo lectivo. Suena el timbre, los chicos saludan al profe y se van contentos. Pero una morenita se queda. Tímidamente se acerca a François para decirle que ella no cree haber aprendido nada. “No comprendo lo que hacemos”, asegura Henriette y sus ojos lo dicen todo: quiere dejar de estudiar. Por algún motivo que sólo podemos intuir, la muchacha no le encuentra sentido al esfuerzo. La tristeza de su mirada es un llamado de atención de Cantet, aunque esto signifique terminar la película con un tono gris, amargo. Esa es su firma política final, urgente. De qué sirven los libros si esa nena probablemente ignora lo que es sentir el calor de un abrazo.
Henriette. Hacia el final del film somos testigos de la última clase del año. En un clima relajado, cada alumno hace un balance y comenta algún tema aprendido durante el ciclo lectivo. Suena el timbre, los chicos saludan al profe y se van contentos. Pero una morenita se queda. Tímidamente se acerca a François para decirle que ella no cree haber aprendido nada. “No comprendo lo que hacemos”, asegura Henriette y sus ojos lo dicen todo: quiere dejar de estudiar. Por algún motivo que sólo podemos intuir, la muchacha no le encuentra sentido al esfuerzo. La tristeza de su mirada es un llamado de atención de Cantet, aunque esto signifique terminar la película con un tono gris, amargo. Esa es su firma política final, urgente. De qué sirven los libros si esa nena probablemente ignora lo que es sentir el calor de un abrazo.
Hoy no hace falta ser idealista para recibirse de romántico. Alcanza con confiar un poquito en el ser humano. La última frase de la película se pronuncia mientras docentes y alumnos juegan un partido de fútbol como despedida del año. Es un cántico de aliento, un clamor alegre, un deseo:
“Tous ensemble!” - ¡Todos juntos!
“Enseñar es más difícil que aprender. Se sabe esto muy bien, más pocas veces se lo tiene en cuenta. ¿Por qué es más difícil enseñar que aprender? No porque el maestro debe poseer un mayor caudal de conocimientos y tenerlos siempre a disposición. El enseñar es más difícil que aprender porque significa: dejar aprender. Más aún: el verdadero maestro no deja aprender nada más que “el aprender”. Por eso también su obrar produce a menudo la impresión de que propiamente no se aprende nada de él, si por “aprender” se entiende nada más que la obtención de conocimientos útiles. El maestro posee respecto de los aprendices como único privilegio el que tiene que aprender todavía mucho más que ellos, a saber: el dejar-aprender. El maestro debe ser capaz de ser más dócil que los aprendices. El maestro está mucho menos seguro de lo que lleva entre manos que los aprendices. De ahí que, donde la relación entre maestro y aprendices sea verdadera, nunca entra en juego la autoridad del sabiohondo ni la influencia autoritaria de quien cumple una misión. De ahí que siga siendo algo sublime el llegar a ser maestro, cosa enteramente distinta de ser un docente afamado. Es de creer que se debe a este objetivo sublime y su altura el que hoy en día, cuando las cosas se valorizan solamente hacia abajo y desde abajo, por ejemplo, desde el punto de vista comercial, ya nadie quiera ser maestro".
Martin Heidegger (3)
Citas:
1. Ranciére, Jacques, citado por Frodon, Jean-Michel en "Familia política", en Cahiérs du Cinéma Nº 604 (Septiembre 2005)
2. Rossellini, Roberto. Un espíritu libre no debe aprender como esclavo. Escritos sobre cine y educación. Barcelona, Paidós, 2001
3. Heidegger, Martin. ¿Qué significa pensar? Buenos Aires, Editorial Nova, 1964.
2. Rossellini, Roberto. Un espíritu libre no debe aprender como esclavo. Escritos sobre cine y educación. Barcelona, Paidós, 2001
3. Heidegger, Martin. ¿Qué significa pensar? Buenos Aires, Editorial Nova, 1964.
miércoles, 15 de marzo de 2017
Se estrena "Primero enero"
Este jueves se estrena Primero enero, una muy buena película realizada en Córdoba que resultó ganadora de la Competencia Argentina en el BAFICI 2016. Allí conversé con Darío Mascambroni y Florencia Wehbe, director y asistente de dirección del film. Pueden leer la nota aquí.
martes, 14 de marzo de 2017
Un conte de Noël, de Arnaud Desplechin
Texto publicado en 2009
Esta película se estrenó en Argentina con el incómodo título El primer día del resto de nuestras vidas, que prefiero no utilizar.
Milan Kundera escribió alguna vez que “la vida parece un boceto”, un texto en un cuaderno borrador que no puede corregirse, porque no hay posibilidad de reescritura ni existe un modelo perfecto con el cual comparar lo que esbozamos. Cada día ensayamos partes de una obra que nunca veremos representada en su totalidad. Intentamos aprender de los errores, claro, pero con demasiada frecuencia olvidamos la letra. Y entonces hay que volver a empezar.
Arnaud Desplechin piensa el cine como si fuera el borrador de una película que nunca será. Como si la computadora se hubiera colgado antes de que el editor pudiera guardar los cambios definitivos, la película incluye todas las desprolijidades de lo que sería una primera prueba de montaje. Cual adolescente virgen que debuta en un rodaje, el director se divierte tanteando los efectos de luz, los desencuadres, el falso raccord, la pantalla dividida, la animación, las imágenes congeladas e incluso el cierre en iris, ese círculo ancestral que cada tanto amenaza con devorar la pantalla y dejarnos a oscuras. Es como volver al origen, a la tosquedad de los pioneros del cine, cuando el ímpetu importaba más que la pertinencia dramática, cuando todavía todo era ansiedad y no se sabía qué era lo clásico y qué lo moderno, y una película podía ser apenas una serie de apuntes desperdigados en un papel (la leyenda cuenta que Griffith anotaba sus ideas en pequeños "machetes" que luego ocultaba debajo de su sombrero). Desplechin no descubre el cine (¿o sí?), pero adora tanto la vida que en su entusiasmo primitivo parecería volver a descubrir el encanto de la realidad.
La familia Vuillard se reencuentra para festejar la Navidad, si bien la excusa de fondo es que mamá Junon (Catherine Deneuve) está enferma y necesita que alguien cercano oficie de donante. Eso es todo lo que diremos sobre el conflicto, que por otra parte no se puede resumir en pocas líneas. Un conte de Noël es un relato que sólo se aprecia si galopamos a la par de sus saltos, entre sus flecos desparejos y esas raras piruetas anímicas que rechazan fervientemente la tristeza, aunque la muerte sea la protagonista de casi todas las escenas. Hay mucho humor negro, melancolía y tragedia. Están los fantasmas de los que no están. Está la pregunta por lo que pudo haber sido y no fue. Algo así como Frank Capra vampirizado por Alain Resnais. Pero es papá Vuillard (Jean-Paul Roussillon) quien insiste: sufrir no tiene sentido. Por eso la narración nunca se arrepiente y avanza deprisa, inquieta, atropellada, como buscando una revelación en el plano por venir. "La única libertad que nos queda es la apuesta", dice un personaje por allí. Es absurdo detenerse en el lamento y pretender tachar lo que no nos gusta del boceto: usemos esas ganas para darnos un abrazo. Perdonar. Comprender. Y recomenzar.
En el film cada plano es apenas el tallito de otra cosa que germinará en otro lado. La vida como un árbol inabarcable, como el membrillo de Víctor Erice que el pintor jamás podrá emular en la tela, porque hay una verdad que siempre se fuga junto con el tiempo. Tal vez la diferencia entre la vida y el arte no sea más que una fracción de segundo: ese instante en el que uno decide entre permanecer o continuar. Esperar o crear. Llorar o reír. O estas dos cosas a la vez, como sólo sucede en un brindis emocionado. Cine espumante que invita a la catarsis feliz. De eso se trata esta película. Y de cómo asumir la certeza de que así como amanecemos cada mañana, también podríamos no despertar.
Porque no todo en la vida es sueño. La vida es un conjunto de células que un virus destroza mientras carcome el organismo. Un porcentaje de probabilidades esgrimidas en un diagnóstico médico. Un transplante realizado a tiempo. Al film no le tiembla el pulso a la hora de denunciar la crueldad biológica y llevarla a la imagen: el cáncer a través del microscopio, las estadísticas heladas en la pizarra, la médula en un aséptico envase. Es más fácil y más "poético" creer que la vida es "una ilusión, una sombra, una ficción"... pero Desplechin no es Calderón. Primero está el cuerpo, con sus debilidades, sus hartazgos, los reproches de la sangre. El cuerpo se cobra venganza y decide a su arbitrio quién le resulta compatible y quién no. Otra vez el cuerpo en su contundente materialidad se presenta como un tema central del cine contemporáneo.
Como también es un tema clave la familia, ese ente cada vez más esquivo a los conceptos ya probados. “La desmesura, la locura, la violencia de esta nueva estructura familiar ha alcanzado límites que no imaginaba. Estamos en medio de un mito, y no sé de qué mito se trata”. Esto le confiesa Henri (Mathieu Amalric) en su carta a su hermana Elizabeth (Anne Consigny), aunque es evidente que la cuestión excede a los Vuillard y apunta a la familia en la actualidad, y por qué no al mito de la humanidad toda como esa gran familia alguna vez soñada por las utopías de la Razón. Ya lo comentábamos hace un tiempo al reseñar el anterior trabajo del director, Reyes y reina: hemos puesto todo patas para arriba y es hora de hacerse cargo. Y los sueños serán sueños, pero no olvidemos que somos responsables de lo que soñamos (Lacan dixit).
Como ocurre con Martel, con Haneke, con Van Sant, Desplechin es de esos autores que con su estética nos confirma que cuando miramos en realidad vemos muy poco, no sólo a escala social sino en lo más íntimo, en el hogar y entre los nuestros. El francés es más vitalista y más amable que los directores mencionados y, si bien intenta como ellos cuestionar nuestra pasividad ante el mundo, su cine evita abofetearnos y se contenta con propinarnos un dulce chas, chas en la colita. “Hay gente que gasta excesiva energía en parecer normal”, señalaba el siempre lúcido Albert Camus, y esa frase no se aplica a los Vuillard sino a nosotros, que nos enfermamos de tan empeñados que estamos en fingir el equilibrio. Los habitantes de Un conte de Noël bien podrían calificar entre los personajes más libres y auténticos de la historia del cine. ¿Locos? Para nada. Tan solo son excepcionalmente francos.
En el film cada plano es apenas el tallito de otra cosa que germinará en otro lado. La vida como un árbol inabarcable, como el membrillo de Víctor Erice que el pintor jamás podrá emular en la tela, porque hay una verdad que siempre se fuga junto con el tiempo. Tal vez la diferencia entre la vida y el arte no sea más que una fracción de segundo: ese instante en el que uno decide entre permanecer o continuar. Esperar o crear. Llorar o reír. O estas dos cosas a la vez, como sólo sucede en un brindis emocionado. Cine espumante que invita a la catarsis feliz. De eso se trata esta película. Y de cómo asumir la certeza de que así como amanecemos cada mañana, también podríamos no despertar.
Porque no todo en la vida es sueño. La vida es un conjunto de células que un virus destroza mientras carcome el organismo. Un porcentaje de probabilidades esgrimidas en un diagnóstico médico. Un transplante realizado a tiempo. Al film no le tiembla el pulso a la hora de denunciar la crueldad biológica y llevarla a la imagen: el cáncer a través del microscopio, las estadísticas heladas en la pizarra, la médula en un aséptico envase. Es más fácil y más "poético" creer que la vida es "una ilusión, una sombra, una ficción"... pero Desplechin no es Calderón. Primero está el cuerpo, con sus debilidades, sus hartazgos, los reproches de la sangre. El cuerpo se cobra venganza y decide a su arbitrio quién le resulta compatible y quién no. Otra vez el cuerpo en su contundente materialidad se presenta como un tema central del cine contemporáneo.
Como también es un tema clave la familia, ese ente cada vez más esquivo a los conceptos ya probados. “La desmesura, la locura, la violencia de esta nueva estructura familiar ha alcanzado límites que no imaginaba. Estamos en medio de un mito, y no sé de qué mito se trata”. Esto le confiesa Henri (Mathieu Amalric) en su carta a su hermana Elizabeth (Anne Consigny), aunque es evidente que la cuestión excede a los Vuillard y apunta a la familia en la actualidad, y por qué no al mito de la humanidad toda como esa gran familia alguna vez soñada por las utopías de la Razón. Ya lo comentábamos hace un tiempo al reseñar el anterior trabajo del director, Reyes y reina: hemos puesto todo patas para arriba y es hora de hacerse cargo. Y los sueños serán sueños, pero no olvidemos que somos responsables de lo que soñamos (Lacan dixit).
Como ocurre con Martel, con Haneke, con Van Sant, Desplechin es de esos autores que con su estética nos confirma que cuando miramos en realidad vemos muy poco, no sólo a escala social sino en lo más íntimo, en el hogar y entre los nuestros. El francés es más vitalista y más amable que los directores mencionados y, si bien intenta como ellos cuestionar nuestra pasividad ante el mundo, su cine evita abofetearnos y se contenta con propinarnos un dulce chas, chas en la colita. “Hay gente que gasta excesiva energía en parecer normal”, señalaba el siempre lúcido Albert Camus, y esa frase no se aplica a los Vuillard sino a nosotros, que nos enfermamos de tan empeñados que estamos en fingir el equilibrio. Los habitantes de Un conte de Noël bien podrían calificar entre los personajes más libres y auténticos de la historia del cine. ¿Locos? Para nada. Tan solo son excepcionalmente francos.
sábado, 11 de marzo de 2017
Paisajes
Paisajes apacibles o desolados.
Paisajes del Tiempo que pasa lentamente, casi inmóvil, y a veces parece ir para atrás.
Paisajes de pedazos, de nervios desgarrados, de saudades.
Paisajes para cubrir las heridas, el acero, el resplandor, el mal, la época, la soga al cuello, la movilización.
Paisajes para abolir los gritos.
Paisajes como cuando uno se echa una sábana sobre la cabeza.
Henri Michaux
En las imágenes: Last Resort, estupenda película de Pawel Pawlikowski.
jueves, 9 de marzo de 2017
La vida de Pascual Condito, por la Televisión Pública
Hoy a las 18 comienza a emitirse por la Televisión Pública la miniserie Vida de Película, inspirada en la historia del emblemático distribuidor de cine Pascual Condito. Compuesta por 13 capítulos, la miniserie fue dirigida por Matías Bertilotti a partir de un guión de Jorge Maestro y Federico Barenboin y cuenta con las interpretaciones de Luis Machín, Sergio Surraco y Viviana Saccone, entre otros actores destacados.
Vida de Película narra la historia de Ernesto, un hombre que a los 60 años intenta reconciliarse con su padre a pesar de haber tenido una conflictiva y dolorosa relación. Según informa la gacetilla de prensa, "en cada capítulo, una serie de imágenes documentales ubicarán la acción en el marco histórico-político correspondiente, junto a las imágenes del cine nacional recorriendo su historia, y las imágenes del cine italiano inducidas por el mentor del protagonista".
La minisiere será emitida a partir de esta tarde, de lunes a jueves a las 18.
lunes, 6 de marzo de 2017
Desayuno melancólico
desayuno melancólico
triste por arriba triste por abajo
el huevo silencioso piensa
y el oído eléctrico de la tostadora
espera
las estrellas están en
“esa nube escondida”
los elementos de la incredulidad son
muy fuertes a la mañana
Frank O'Hara
En la imagen: la exquisita Adriana Barraza en el film Todo lo demás, dirigido por Natalia Almada.