Ella parece estar sola. En la rutina.
La cámara llega a ese espacio llena de ansiedad, un ojo voluntarioso
que aspira a encontrar algo cuando ya no lo hay. Creemos que ella está
sola, apenas asediada por todas esas máquinas que la vigilan con sus bocas negras como criptas.
Pero resulta que no, no está sola. Ahí también está él. En esa misma
rutina. El hombre que la quiere, o que la quería... o que al menos la estaba
abrazando apenas unos segundos antes, en la escena anterior, o en otra
vida. Ellos nunca se miran, porque él la esquiva. Y de repente
todo se convierte en pantalla, muro de cristal, imposibilidad. Atisbamos una manito que se asoma sobre
el borde izquierdo del encuadre. Hay alguien más en esta historia. La hija, con su cabecita gacha, preferiría no ver y, sin embargo, tiene que ser la espectadora de ese abismo abierto para siempre. La certeza de lo roto. El punto del que no se vuelve. La
película se llama To the wonder. La dirigió Terrence Malick.
Las respuestas se han acabado.
Quizá nunca existieron
y sólo eran espejos
enfrentados al vacío.
Pero ahora también las preguntas se han acabado.
Los espejos se han roto,
hasta los que no reflejaban nada.
Y no hay modo de rehacerlos.
Sin embargo,
tal vez quede en alguna parte una pregunta.
El silencio es también una pregunta.
Roberto Juarroz
y sólo eran espejos
enfrentados al vacío.
Pero ahora también las preguntas se han acabado.
Los espejos se han roto,
hasta los que no reflejaban nada.
Y no hay modo de rehacerlos.
Sin embargo,
tal vez quede en alguna parte una pregunta.
El silencio es también una pregunta.
Roberto Juarroz
2 comentarios:
¡Qué belleza de entrada! Gracias, Caro.
¡Gracias, Lili!
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