Caso curioso el de Bates Motel. Cuanto
más se acerca Norman (Freddie Highmore) al mito creado por Hitchcock,
menos atractivo se vuelve el relato. Hoy, recién iniciada la cuarta
temporada, Norman se convirtió en caricatura, un adolescente
mecánicamente enajenado en el pico de un Edipo colosal, adepto al
cross-dressing y a la sonrisa aviesa, vaciado de todos los matices y sorpresas
que el personaje supo ofrecer durante las dos primeras temporadas de
la serie, cuando uno todavía se preguntaba si sería posible para él alguna
chance mínima de salvación, algún camino alternativo a la inevitable psicosis
criminal. Pues no. Norman ya está abiertamente loco y ahora el
asunto es ver cómo hace la madre (Vera Farmiga, arrolladora como siempre) para meterlo en un
psiquiátrico que luzca más o menos, digamos, "decente".
El guión de Bates Motel nunca pretendió conquistarnos desde la sutileza. Todos o casi todos los habitantes de esta ficción están enfermos de una u otra manera. O son canallas desatados o son salvajes irredimibles o están profundamente heridos. Y todo se precipita continuamente. No hay respiro ni hay tiempo para el extrañamiento. No hay ley alguna que sea respetada en este mundo huérfano de racionalidad, por eso las normas ni siquiera corren para la propia congruencia de la trama, de allí que Bates Motel no pueda ser otra cosa que un gran delirio, un desbocado cuento de suspenso con personajes que saltan de brote en brote sin tantear jamás la posibilidad de un límite. La visión de la serie puede resultar muy divertida por momentos, si uno acepta la volubilidad de los conflictos narrados. Pero luego de tres temporadas debemos reconocer que si todo quedara sólo librado a la arbitrariedad de la demencia generalizada sería muy difícil sostener el interés por el destino de los personajes. Lo que permite que Bates Motel aún tenga un pulso estimulante es ese corazón llamado Dylan (Max Thieriot), el hermano mayor de Norman. Sin él no habría anclaje para el drama, no habría diferencia ni sentido.
Hijo de una relación anterior de mamá Bates, Dylan es el medio hermano del protagonista. Apareció al comienzo de la historia y no fue fácil asimilar su rol, porque al principio se nos imponía como un personaje poco confiable, un artificio de guión colocado para rellenar los episodios con subtramas vinculadas al narcotráfico y otros delitos afines. Sin embargo, con el tiempo Dylan demostró ser el único que le prestaba verdadera atención al sufrimiento de Norman. Dylan es puro desamparo. Porta el cuerpo de un hombre robusto pero sus ojos chiquitos y tristes parecen detenidos en la niñez. Para él, la violencia no es un goce, es tan sólo el último recurso. Todo lo que desea es sentir el abrigo de una familia, un hogar genuino, aunque a la vez no puede convivir con su madre y su hermano porque sabe que debe escaparle a la locura. Pero la soledad es más fuerte, siempre lo es, y la paradoja es que la soledad también conduce a la locura. ¿Cómo hacer? En la nueva temporada, Dylan tiene la esperanza de iniciar una vida quizás más sana con la hermosa Emma (Olivia Cooke). Ellos son las únicas almas nobles dentro de un paisaje infernal. Cuesta pensar que lo logren cuando se adivina que a la larga ganará el mal, pero lo cierto es que en la serie hoy nos importan ellos y nadie más.
El guión de Bates Motel nunca pretendió conquistarnos desde la sutileza. Todos o casi todos los habitantes de esta ficción están enfermos de una u otra manera. O son canallas desatados o son salvajes irredimibles o están profundamente heridos. Y todo se precipita continuamente. No hay respiro ni hay tiempo para el extrañamiento. No hay ley alguna que sea respetada en este mundo huérfano de racionalidad, por eso las normas ni siquiera corren para la propia congruencia de la trama, de allí que Bates Motel no pueda ser otra cosa que un gran delirio, un desbocado cuento de suspenso con personajes que saltan de brote en brote sin tantear jamás la posibilidad de un límite. La visión de la serie puede resultar muy divertida por momentos, si uno acepta la volubilidad de los conflictos narrados. Pero luego de tres temporadas debemos reconocer que si todo quedara sólo librado a la arbitrariedad de la demencia generalizada sería muy difícil sostener el interés por el destino de los personajes. Lo que permite que Bates Motel aún tenga un pulso estimulante es ese corazón llamado Dylan (Max Thieriot), el hermano mayor de Norman. Sin él no habría anclaje para el drama, no habría diferencia ni sentido.
Hijo de una relación anterior de mamá Bates, Dylan es el medio hermano del protagonista. Apareció al comienzo de la historia y no fue fácil asimilar su rol, porque al principio se nos imponía como un personaje poco confiable, un artificio de guión colocado para rellenar los episodios con subtramas vinculadas al narcotráfico y otros delitos afines. Sin embargo, con el tiempo Dylan demostró ser el único que le prestaba verdadera atención al sufrimiento de Norman. Dylan es puro desamparo. Porta el cuerpo de un hombre robusto pero sus ojos chiquitos y tristes parecen detenidos en la niñez. Para él, la violencia no es un goce, es tan sólo el último recurso. Todo lo que desea es sentir el abrigo de una familia, un hogar genuino, aunque a la vez no puede convivir con su madre y su hermano porque sabe que debe escaparle a la locura. Pero la soledad es más fuerte, siempre lo es, y la paradoja es que la soledad también conduce a la locura. ¿Cómo hacer? En la nueva temporada, Dylan tiene la esperanza de iniciar una vida quizás más sana con la hermosa Emma (Olivia Cooke). Ellos son las únicas almas nobles dentro de un paisaje infernal. Cuesta pensar que lo logren cuando se adivina que a la larga ganará el mal, pero lo cierto es que en la serie hoy nos importan ellos y nadie más.
3 comentarios:
La tercera temporada fue floja y la cuarta viene medio tirada de los pelos pero hay algo en esa casa, guarda en sus formas el aura que le supo dar Hitchcock hace tiempo. Da placer poder mirarla y habitarla, que haya alguien que nos cuente un poco más aunque la narración flaquee de a ratos. Quizás sea el talento de Vera Farmiga, también. Es impensable pensar la serie sin ella.
Es cierto, Martín. Tiene "algo" esta serie. Quizás sea su clasicismo a nivel enunciativo, más allá de los excesos de la trama. Estoy viendo la cuarta temporada y la disfruto, sin mayores expectativas. Mis prejuicios me hacían esperar que Norman tuviera una previsible "escena de disfraz" por episodio, pero por suerte no fue así. Y el romance sincero entre mamá Bates y el policía le aporta un encanto inesperado a la locura reinante. Realmente Farmiga me cae muy, muy bien, así como Nestor Carbonell, el actor que hace del sheriff.
Gracias por tu comentario.
SPOILER importante sobre la temporada en curso. ¡Ojo!
Vi el capítulo más reciente, con el intento de homicidio/suicidio de Norman. ¡Qué bien resuelto estuvo! Nadie desea que llegue el momento en que Norma muera (amamos demasiado a Farmiga), pero va a llegar... no sé si ahora, no creo... pero algún día habrá que aceptarlo nomás.
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