jueves, 12 de noviembre de 2015

Mar del Plata 2015 - Hugo del Carril: ternura y política


Esta tierra es mía (Argentina, 1961)
Dirección: Hugo del Carril
Sección: Clásicos nativos / Homenaje a Hugo del Carril

“El entusiasmo por aquel entonces era mucho y muy grande. Todos creíamos firmemente en el cine nacional y era, un poco, nuestra razón de vivir. Podría afirmar, sin temor a equivocarme y sin el afán de querer cantar loas a mí y toda la gente que me acompañó por aquella época, que realmente fuimos los grandes románticos del cine”.

Hugo del Carril (1)
(En una entrevista de 1977)

Estamos en Chaco, en 1929. Hambrientos de trabajo, vencidos por un calor implacable, cientos de peones con sus familias viajan en tren hacia las cosechas de algodón. Una de las primeras escenas nos sitúa adentro de un vagón de carga, en donde un chiquito le dice a su madre que ya no aguanta tanta sed. La madre, resignada, está a punto de pedirle a su hijo que espere un poco más, cuando desde el fuera de campo irrumpe una mano que le ofrece a la mujer una botella de agua. Así es cómo se introduce a Laureano Cabral (Hugo del Carril), el héroe de Esta tierra es mía. Acto seguido, él y sus pares corren desesperados a tomar agua de un río durante un alto del tren, mientras son comparados con ganado a través de un montaje metafórico sencillo y fluido (demostrando que las lecciones inaugurales de Eisenstein serían por siempre efectivas).

Toda la secuencia de apertura resulta extraordinaria en su construcción, aunque quizás lo más sorprendente sea el uso del color. Por eso
 Esta tierra es mía se convierte en un caso ideal para ejercitarnos con el artículo en el que Roger Koza propone trazar una arqueología del cine a partir de una historia física de las imágenes: “Técnica, estética, tiempo, tópico, la historia del cine es un despliegue de formas, texturas e intereses yuxtapuestos que componen un estrato en el que se acumulan los avances de la técnica, la evolución del lenguaje y el estado de la propia materia de almacenamiento de la luz”. (2) No sólo la fotografía del film se dedica desde los planos iniciales a fortificar el verde de la selva y los suntuosos rojos y naranjas de ciertas flores del lugar, sino que además el vestuario de los humildes decide refulgir con una paleta de tonos celestes, amarillos y rosados increíbles. Es como si la lucha por la emancipación ya se anunciara allí, en el color, en su agitación, un clamor visual que incita a trascender la angustia imperante. (Curiosamente, al tratarse de una película casi inaccesible hasta ahora, no circulan en Internet capturas en colores del film que permitan ilustrar este texto. Sólo hay un par de afiches y fotografías de prensa en blanco y negro). 

El personaje de Del Carril es contratado como capataz en la chacra de Don Anselmi (un excepcional Mario Soffici), un patrón solidario con sus empleados y comprometido con la tierra, uno de los tantos colonos inmigrantes que durante las primeras décadas del siglo XX poblaron el Chaco con el fin de explotar los cultivos, aunque muchos no llegaron a ser propietarios. En el film, colonos y peones se unen para enfrentar las consecuencias de la crisis mundial de 1929, cuando se acabaron los créditos y los especuladores quisieron comprar el algodón a precios ínfimos. Mientras se desarrolla el conflicto social, el relato también narra la creciente atracción entre Cabral y Gina (Nelly Meden), la hija del patrón. Lejos de ensayar un enamoramiento candoroso, la relación entre los personajes se funda en un rotundo erotismo muchas veces fomentado por la mujer, como esa tensa escena bajo el sol en donde ella descansa mientras acaricia a un mono que posa sobre su hombro.
 

Todo indica que Esta tierra es mía no fue un film aceptado por la crítica, que le reprochó al guión sus convencionalismos y el hecho de que “las dos vertientes del argumento (lo social y lo individual) tuvieran poco o ningún nexo” (3). No creo que esas líneas narrativas estén separadas, en absoluto, pues son dos dimensiones de una misma voluntad: justamente allí, en esa apuesta, en esa fusión (de clases sociales, de lo íntimo con lo colectivo, de la hipérbole con lo real), es donde se afirma la poética de Hugo Del Carril. Quizás ciertos trazos del melodrama pasional se sientan algo ampulosos, como el brioso combate por el primer beso en medio de una tormenta en la ruta, aunque cuesta creer que el realizador no fuera consciente de esto en una época en donde el género ya transitaba su ocaso. Por el contrario, el director se arroja con vehemencia a esos desbordes para defender la libertad lírica a la que la épica no debe renunciar. Por eso el relato decide ir a fondo con el personaje de Soffici y lo lleva a un acto de intransigencia radical en un clímax tan tortuoso como imponente desde lo cinematográfico. Estamos frente a uno de los últimos románticos del cine argentino. ¿En dónde depositar el sentido si no es en ese altar imaginario que sólo el arte es capaz sostener?

En la película ronda por allí un personaje que habla poco pero que se dedica a observar: la criada de la estancia (Gloria Ferrandíz), quien enseguida advierte el enganche que tiene la hija del patrón con el capataz, y no hace más que sancionar a la joven con su mirada severa. Uno sospecha que de un momento a otro esta señora va a delatar el romance o que le va a recomendar a la chica que rompa la relación. Nos preparamos entonces para el diálogo más conservador de toda la película... y resulta que no. La criada se pone a llorar, emocionadísima y a la vez preocupada porque su patroncita, a la que quiere como a una hija, está enamorada y eso podría hacerla sufrir (así como podría, con iguales chances, darle felicidad). Las mujeres se abrazan entre lágrimas y todos nuestros prejuicios se estrellan contra el suelo. Allí no había otra cosa que una histórica alianza de cariño.

Es por eso que este cineasta conmueve y moviliza. Porque Del Carril era, esencialmente, un tipo muy tierno, algo que queda confirmado definitivamente en La calesita, una de las películas más hermosas que vi en mi vida, portadora de una sabiduría social para la que todavía, sinceramente, no estamos preparados (nos falta crecer mucho, muchísimo). Como dice la psicoanalista Ana María Fernández, siguiendo una idea de Fernando Ulloa, "hablar de ternura en estos tiempos de ferocidad no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atraviesa nuestros mundos". (4)

Y sí, este cine es nuestro. Está bueno recordarlo cada tanto.


Referencias: 

1 - Entrevista realizada por Guillermo Russo y Andrés Insaurralde (julio de 1977), reproducida en el libro Hugo del Carril, el compromiso y la acción, de César Maranghello, Andrés Insaurralde (comps.), editado por el Museo del Cine (Buenos Aires, 2006)
2 - Roger Koza, en el artículo "La materia y los ojos", incluido en el libro La imagen recobrada, publicado por el 30º Festival de Cine de Mar del Plata. 
3 - César Maranghello, en el volumen dedicado a Hugo del Carril en la colección Los directores del cine argentino (Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1993).
4 - Ana María Fernández, en Las lógicas sexuales: amor, política y violencia (Nueva Visión, Buenos Aires, 2009)

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