* En blanco y negro.
Así fue concebida la película El acto en cuestión, de Alejandro
Agresti, y así la disfrutamos en una gloriosa proyección en el reciente Festival
de Cine de Mar del Plata. Gran pero gran momento. En un teatro Colón
colmadísimo, el programador Marcelo Alderete presentó la película
y anticipó que podría estrenarse en salas por primera vez, el año
próximo, gracias a una iniciativa de la distribuidora Zeta Films,
la revista Haciendo Cine y el INCAA. El film es de 1993. En Argentina sólo se lo había visto en una retrospectiva en la sala Lugones, pero
nunca circuló ni se editó en formatos hogareños. Es una obra
maestra. Punto. Agregar cualquier calificativo en este momento sería
absurdo, porque ante el primer impacto de películas como El acto en
cuestión -o como Jauja- uno sabe que ahí hay demasiado cine y
demasiado mundo. La asimilación reclama tiempo. Salimos con el corazón eufórico aunque también con
la sensación de ser chiquititos y frágiles, como habitantes de una
casita de muñecas. “La infancia es eso que no nos deja en paz
hasta que somos demasiado viejos”, sostiene un personaje del film. Así
que yo aprovecho la ocasión para pedirles a Papá Noel y a los Reyes que la promesa
del estreno de El acto en cuestión finalmente se cumpla.
* En blanco y negro es el spot institucional de esta 29º edición del festival. Cuando uno asiste a muchas proyecciones a lo largo de los días, resulta lógico que la reiteración de los cortos previos al film principal termine provocando cierto fastidio, pero esto nunca ocurrió este año. El exquisito trabajo de Esteban Sapir celebra no sólo el cine sino también la belleza de la ciudad. Difícil no lagrimear cuando los personajes de Jules et Jim empiezan a correr y la música de Axel Krygrier se vuelve aún más dulce y melancólica. Debo haberlo visto más de veinte veces, fácil, y podría seguir haciéndolo con placer. El corto está disponible en YouTube.
* De vuelta en Buenos Aires, pienso en esa pequeña gran película llamada La vida útil, de Federico Veiroj. En blanco y negro. La cito aquí por puro capricho, pues esta película uruguaya en realidad participó hace ya algunos años en el festival. La vida útil narra la historia de un cineclub en crisis. Se pregunta si será posible continuar viendo cine en el cine. Pero también nos recuerda que lo más lindo del cine no se juega necesariamente ahí adentro sino en el después. Salir del cine, caminar, hablar. Recrear la película a través de la palabra. Como explica Jacques Rancière, la experiencia clásica de ver un film en una sala implica percibir “una serie de imágenes que pasan, tres cuartos de las cuales olvidamos inmediatamente para luego reinventarlas”. Es esa reinvención permanente la que funda, según Rancière, la emancipación del espectador. Y ése es el acto en cuestión.
* En blanco y negro es el spot institucional de esta 29º edición del festival. Cuando uno asiste a muchas proyecciones a lo largo de los días, resulta lógico que la reiteración de los cortos previos al film principal termine provocando cierto fastidio, pero esto nunca ocurrió este año. El exquisito trabajo de Esteban Sapir celebra no sólo el cine sino también la belleza de la ciudad. Difícil no lagrimear cuando los personajes de Jules et Jim empiezan a correr y la música de Axel Krygrier se vuelve aún más dulce y melancólica. Debo haberlo visto más de veinte veces, fácil, y podría seguir haciéndolo con placer. El corto está disponible en YouTube.
* De vuelta en Buenos Aires, pienso en esa pequeña gran película llamada La vida útil, de Federico Veiroj. En blanco y negro. La cito aquí por puro capricho, pues esta película uruguaya en realidad participó hace ya algunos años en el festival. La vida útil narra la historia de un cineclub en crisis. Se pregunta si será posible continuar viendo cine en el cine. Pero también nos recuerda que lo más lindo del cine no se juega necesariamente ahí adentro sino en el después. Salir del cine, caminar, hablar. Recrear la película a través de la palabra. Como explica Jacques Rancière, la experiencia clásica de ver un film en una sala implica percibir “una serie de imágenes que pasan, tres cuartos de las cuales olvidamos inmediatamente para luego reinventarlas”. Es esa reinvención permanente la que funda, según Rancière, la emancipación del espectador. Y ése es el acto en cuestión.