Por Alberto Fischerman*
Yo te filmo, te registro, te miro, te conservo. Conservo tu imagen en la emulsión. Y te revelo. Química o alquimia. Te proyecto. Algo tuyo (¿el alma?) te fue robado. Desnudo te publican. Te proyectan. Tu alma a la intemperie, impúdicamente exhibida como en un mercado de esclavos. ¿Ignorabas el contrato? El diablo lo sabía y vos vendiste tu intimidad por la futilidad y la banalidad de la eterna juventud y la belleza. Yo te registro y te reproduzco. Te duplico, te triplico y te multiplico. Yo soy el padre, la ley y vos sos el hijo. El actor obediente y disciplinado como todo hijo. Autoritarismo, autoridad, autor.
El actor es un narrador. Su instrumento, el cuerpo y la voz. Hay un lenguaje del cuerpo y un lenguaje verbal. No sólo en el principio, el cine siempre es teatro.
Amplificación y ubicuidad. El cine duplica al actor y lo mira como Dios suele mirar a los hombres, desde cualquier parte pero no todo el tiempo (como sucede en el teatro) ni simultáneamente (como sucede en la televisión). Dios como el cine miran con una sola cámara, como un solo hombre con la ubicuidad de un duende.
Yo te filmo. Volvamos al registro como violación de aquello que solo entregaré a mi amor, cuando lo encuentre.
Las imágenes y el texto conforman otro hecho artístico bello y provocador. Muy hermoso, Caro.
ResponderEliminar¡Gracias, Lili! Me sorprendió hallar este texto de Fischerman en una vieja revista, y me dieron ganas de difundirlo.
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