Por Jean-Louis Comolli*
En situación del dispositivo cinematográfico, el espectador llegó rápidamente a la conclusión de que es un ser reducido, enfermo, que no puede correr, no puede saltar, no puede moverse. Sólo la mirada y el oído están movilizados, pero con mayor intensidad que en la vida real. Ese espectador disminuido va a proyectar imaginariamente en los cuerpos filmados de los actores lo que no puede hacer por sí mismo en la sesión cinematográfica: no puede andar a caballo, pero Gary Cooper sí. Siempre digo que hay dos pantallas: la de la sala y la mental, el cine es lo que ocurre entre ambas. El problema es que en un mundo de la aceleración y de la abreviación, como el nuestro, la sesión de dos horas de cine es una anomalía. Así vemos cómo el cine sale del sistema mundial de la aceleración, donde la información y el espectáculo tienden a cobrar velocidad. El espectador, en consecuencia, soporta cada vez menos esas dos horas de impotencia a las que está reducido, porque en otros sistemas de representación (por ejemplo, en un juego de video o en la televisión, donde le piden que llame por teléfono y opine), el espectador es físicamente activo, no sólo mentalmente. Eso produce una mutación del espectador que lo acerca cada vez más a ese consumidor que anhela el mercado.
*Fragmento de una entrevista realizada por Pablo de Vita y publicada en la revista ADN-Cultura, del diario La Nación (17/01/14).
GENIAL
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