Por Lucrecia Martel*
¿De dónde sale la voluntad de narrar? ¿Qué es lo que lleva a una persona a contar cosas a través de un lenguaje determinado? Hay algo sublime que se produce en la conversación y que aparece también, de alguna manera, en la intención de filmar una película: ahí en donde todos los dispositivos de producción dejan de tener sentido y lo único que importa, lo único que vale es el momento en que alguien ve lo que hiciste. El lenguaje surge de esa necesidad. Y el cine también. El cuerpo es una geografía de una soledad absoluta. Uno está en un lugar en donde nadie más puede estar. Es imposible que alguien se ponga en el lugar de uno. Pero existen estos pequeños trucos que hemos inventado y que, por unos instantes, de manera imperfecta, logran poner al otro en el cuerpo de uno. Permiten compartir lo imposible, permiten salvar esa soledad a la que uno está condenado de principio a fin.
¿De dónde sale la voluntad de narrar? ¿Qué es lo que lleva a una persona a contar cosas a través de un lenguaje determinado? Hay algo sublime que se produce en la conversación y que aparece también, de alguna manera, en la intención de filmar una película: ahí en donde todos los dispositivos de producción dejan de tener sentido y lo único que importa, lo único que vale es el momento en que alguien ve lo que hiciste. El lenguaje surge de esa necesidad. Y el cine también. El cuerpo es una geografía de una soledad absoluta. Uno está en un lugar en donde nadie más puede estar. Es imposible que alguien se ponga en el lugar de uno. Pero existen estos pequeños trucos que hemos inventado y que, por unos instantes, de manera imperfecta, logran poner al otro en el cuerpo de uno. Permiten compartir lo imposible, permiten salvar esa soledad a la que uno está condenado de principio a fin.
*Fragmento de una entrevista publicada
en el libro Estudio crítico sobre La Ciénaga, de David Oubiña (Ed.
Picnic).
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