El domingo falleció el escritor norteamericano Richard Matheson. Quisiera recordarlo recuperando este post publicado hace un par de años.
Bibliotecas
Un trayecto más bien raro que va de Richard Matheson a Michael Haneke para llegar al "milagro".
Afuera todos son vampiros. O algo por el estilo. Neville parece ser el único hombre que escapó de la epidemia que destruyó a la humanidad. O al menos eso dicen. Está solo, atrincherado, agotado. Para mantenerse cuerdo intenta leer, escuchar a Schoenberg, investigar. Tiene el anhelo -esa pulsión que muere y renace cada día- de encontrar un antídoto para el virus. Para ello tiene que estudiar la sangre. De esto se trata Soy leyenda, y de muchísimo más, desde ya, pues hablamos de una obra de arte mayor que debemos agradecer a la pluma de Richard Matheson. Estas líneas sólo pretenden presentar brevemente la historia para encuadrar el párrafo que viene a continuación, que narra una escena en la que Neville visita una biblioteca pública -desierta y olvidada- en búsqueda de libros para su investigación.
“El silencio de la biblioteca era total. Afuera se oía a veces el canto de los pájaros, y aun cuando éstos callasen siempre parecía haber allí alguna especie de sonido. Era quizá inexplicable, pero la quietud parecía más mortal y definitiva dentro que fuera.
Especialmente aquí, en este gigantesco edificio de piedra gris que albergaba la literatura de un mundo muerto. Quizá, pensó, estoy rodeado por paredes meramente psicológicas. El último hombre del mundo estaba irremediablemente encerrado en sus ilusiones.
Neville entró en la sala de ciencias.
Era un cuarto de techo elevado, con altos ventanales. Cerca de la puerta se alzaba el escritorio donde en otro tiempo se habían registrado los libros.
Neville se detuvo allí un momento, paseando los ojos por la sala silenciosa, sacudiendo lentamente la cabeza. Tantos libros, pensó; restos de la inteligencia de un planeta, migajas de mentes fútiles, potpourri de sistemas incapaces de impedir la muerte del hombre”.
Perfecta síntesis. Es que es así, una biblioteca se vuelve trivial ante la catarata imparable de holocaustos. Si finalmente todos los caminos conducen a la autodestrucción, si el conocimiento después de tantos siglos no ha logrado rescatarnos, ¿cuál es el sentido?
Pasemos de la temible Los Angeles de la novela a la Francia contemporánea de Caché, en donde Michael Haneke desliza una idea similar a la de Matheson en relación al saber. El matrimonio del film vive rodeado de libros: George (Daniel Auteuil) es animador de un ciclo televisivo sobre cultura y Anne (Juliette Binoche) trabaja en una editorial. En su casa los libros son tantos que parecerían brotar por todas las paredes. Libros que abruman pero no abrigan. Esa casa es un témpano. Frente a la menor sensación de peligro, y antes de dignarse a observar realmente lo que pasa alrededor, el sujeto sólo atina a responder: “Si tocás a mi familia, te mato, ¿entendiste?”. Anaqueles repletos y en lo esencial el hombre sigue siendo primitivo. No hay tamiz intelectual que valga. Sólo violencia. Y entonces Haneke pondrá otros libros en su película, ahora como decorado del set de televisión en donde George graba su show. Libros de mentira, todos vacíos e impávidos, la contracara irónica de aquellos que adornan el hogar burgués. Esto es lo que nos queda de Europa, podría decir Haneke, apenas unas pálidas bibliotecas de mampostería.
Soy leyenda te aniquila, eso no vamos a negarlo. Aun cuando la historia da un giro y una tenue lucecita intenta asomar, es tanta la desazón acumulada que cuesta muchísimo rearmar la confianza. Pero la experiencia del arte no puede reducirse al grito. Frente a cada obra todos realizamos un “montaje imaginario” -como propone Lauro Zavala- con elementos de la propia memoria que contribuyen a transformar o confirmar nuestro horizonte estético e ideológico. Afortunadamente el drama de Neville también puede ligarse con la maravillosa Un milagro para Lorenzo (Lorenzo’s oil), de George Miller, ya que aquí hay un matrimonio que deja el alma en las bibliotecas buscando una cura para la extraña enfermedad de su hijo. La diferencia con Matheson es que la historia de Lorenzo es real. Aunque Augusto y Michaela Odone (magníficos Nick Nolte y Susan Sarandon en el film) no sabían nada sobre bioquímica, se iniciaron de forma aceleradísima y brillante en la medicina, e incluso se apasionaron. Pilas y pilas de libros conviviendo con el peor de los sufrimientos. Imposible olvidar aquel momento -cien por ciento cinematográfico- en el que Nolte logra la esperada revelación luego de pasar horas sin dormir investigando en la biblioteca.
En la épica de este film los libros son una base insustituible. También lo es el corazón, eso que en las películas del Haneke parece ausente, simplemente porque él elige inquietar desde una coraza escéptica. El derrumbe de la familia es un tema que atraviesa toda la obra del director de Caché. Como él dijo en más de una ocasión, para barajar la posibilidad de un mundo más humano es fundamental comprender qué ha sucedido con la célula constitutiva de la sociedad. A esta altura de la “historia del pensamiento” (occidental), una biblioteca puede convertirse en un objeto obsceno si su dueño luego es incapaz de apagar el televisor para sentarse a hablar con su hijo.
El orden de los factores altera el producto. Para los padres de Lorenzo primero fue la esperanza. La Razón vino después.
Es hora de ponerse a estudiar.