Tanta agua (Uruguay/Alemania/México/Países Bajos - 2013)
Dirección: Ana Guevara y Leticia Jorge
Sección: Competencia internacional
Hoy,
cuando el Bafici está a punto de bajar sus persianas, sé que
Tanta agua fue la película más disfrutable y querible de todas las
que pude ver en este festival. Lo digo, sí, reconociendo que el
relato acarició sensores íntimos que me hicieron entrar en perfecta comunión con la mirada sobre el mundo que propone la
película. Pero no me engaño: más allá de la sintonía
personal (o generacional, si prefieren), Tanta agua es objetivamente una película muy precisa en su construcción formal, un film que
despierta una auténtico cariño a partir del rigor, y que
se entienda esta palabra en su mejor acepción: el rigor fecundo que sabe pasar inadvertido, la alegre meticulosidad que se traduce en coherencia, la callada vehemencia por hacer que todos y
cada uno de los detalles de la puesta en escena sean portadores de
sentido.
Hace unos días conversé con Ana Guevara, una de
las directoras de esta producción uruguaya participante de la Competencia Internacional de este Bafici. Su amiga y socia en este trabajo, Leticia Jorge, ya había volado de regreso al Uruguay. Lo
que sigue son algunos fragmentos de esa charla.
La
historia
Tanta
agua comienza cuando Alberto (un impecable Néstor Guzzini) llega con el auto a la
casa de su ex mujer para llevarse a sus hijos, el pequeño Federico
(Joaquín Castiglioni) y Lucía, una adolescente tímida y un tanto arisca con su papá (Malú Chouza, gran hallazgo). El plan es pasar unos días de vacaciones en las termas,
pero el clima no acompaña. Llegan al lugar y todo lo que encuentran
es lluvia y más lluvia. Las piscinas están cerradas y las
actividades alternativas se agotan pronto. No les queda otra que
ingeniárselas para entretenerse dentro de la pequeña cabaña. Y ni
siquiera tienen televisión.
“El
disparador de la historia -explica Guevara- fue una anécdota que
contó un día Leti [Leticia Jorge]. Con ella siempre hablamos de
algo que nos obsesiona: nuestras familias. Nuestros padres, nuestros
hermanos, nuestros abuelos. Hablamos mucho sobre eso, y estábamos
haciendo un guión que tenía que ver con el tema pero que no iba
para ningún lado. Entonces un día ella recordó una vez en la que
ella se fue con su papá y su mamá a las termas. Llovió todo el
rato y su papá estuvo tres días sin hablar, hasta que decidió que
tenían irse de ahí: 'Bueno, nos volvemos'. En el camino de vuelta,
llamó por la teléfono la madre del papá (o sea, la abuela de
Leti), y el papá respondió 'Está todo bien. La estamos pasando
bárbaro. No te preocupes'. A mí me causó mucha gracia cuando me lo
contó. Por otro lado, las termas son un lugar que a mí me resultaba
visualmente lindo para filmar una película. Es un buen contexto para
toda la historia que viene después en la película. Es un pretexto,
en realidad, porque esto también podría pasar en un balneario. Pero
el lugar que elegimos nos resultaba como más controlado, donde las
prohibiciones podían ser más sencillas, como las de las piscinas,
por ejemplo. La idea viene un poco de ahí, de este recuerdo
familiar.”
Los
detalles reveladores
El
título Tanta agua me remitió al cuento de Raymond Carver “Tanta
agua, tan cerca de casa” (So much water, so close to home, relato
que alguna vez comenté en este blog a propósito del film
australiano Jindabyne). Lejos de la oscuridad que caracteriza al
escritor norteamericano, la película uruguaya tiene de todas maneras
una impronta muy carveriana a la hora de tensar los limitados
espacios de la convivencia, como así también asombra la intuición de las realizadoras para explicar toda la complejidad de una psicología a través de un
simple objeto, algo tan común y corriente como un tupper con comida, por ejemplo.
Está
claro que los chicos no se sienten cómodos con su papá, al menos al
principio. No viven con él y hay códigos que no comparten. Para
entender esa distancia uno tiene que inferir, aunque sea mediante una
comparación imaginaria, cómo es la relación que ellos tienen con
su mamá, a quien solo vemos como una silueta a lo lejos, al comienzo
del film. Pero la madre está presente, por ejemplo, en ese tupper
con tartas que Lucía lleva consigo, y entonces lo que apenas parece ser un elemento ilustrativo más, pronto se convertirá en un símbolo clave. Según Guevara, para
llegar a este grado de economía fue fundamental un arduo trabajo con el
guión: “Esos detalles eran las cosas más importantes. Todos los
personajes tienen detalles que los revelan. La idea es que los
personajes no hablen sobre sí mismos sino que sean definidos
mediante sus acciones. En el caso de la mamá, sí, es una madre
sobreprotectora, quizás algo pesada, que se introduce en esas
vacaciones: llama por teléfono y les prepara cositas para comer a
propósito, para mostrar que está ahí. Es una madre resumida en dos
o tres cosas que funcionan bien en la película. No hubo necesidad de
agregar más información.”
Esta capacidad para la observación y la síntesis puede apreciarse también en la composición de muchos encuadres que resultan sofisticados y discretos a la vez. Hay un momento, por ejemplo, en donde la cámara parecería anunciar que estamos ingresando en una dimensión más ceñida a la subjetividad de Lucía, que será la protagonista de la segunda mitad del film. Es esa escena en la que un chico viene a invitar a Federico a dar una vuelta en bicicleta. Mientras el padre despide a su hijo en la puerta de la cabaña, la cámara toma al hombre desde adentro, desde la perspectiva de la adolescente. Apenas distinguimos la figura del padre: vemos la puerta entreabierta, el resplandor del día, y el brazo de Alberto que se extiende para desprender un caracol de la pared. El siguiente plano muestra a una irritada Lucía mirando de reojo a su padre, de quien ahora sólo vemos su panza. Ella todavía no logra conectar con él: es como si sólo pudiera ver retazos de su papá, fragmentos sueltos que le impiden construirlo como un todo. “El rodaje es una etapa muy pensada”, asegura la directora, y aclara: “Puede haber algunas cosas que sí se trabajan más en el momento de la toma, por ejemplo cuando la cámara tiene que seguir a los personajes al caminar, y ahí se terminan de definir los movimientos. Pero para todo lo demás hacemos un trabajo previo importante: vamos a la locación, fotografiamos todo, probamos encuadres, hacemos storyboards alternativos para cada escena. Tenemos miles de fotos de nosotras mismas junto a la directora de arte actuando como si fuéramos Alberto, Lucía y Federico, probando los lugares en donde se podría ubicar cada uno.”
Narración
y género
De
repente, las lluvias se van, pero nosotros ya estamos tan enganchados
con los personajes que no nos damos cuenta de que salió el sol.
Mientras Alberto coquetea con una recepcionista del lugar, Lucía
empieza sus propios escarceos románticos motivada por un muchacho que le atrae
mucho. Si bien la segunda parte del relato tiene algunas zonas
típicas de la fábula de iniciación, Guevara dice que no pensaron
necesariamente en esta clase de relatos al diseñar la película: “El
foco narrativo está distribuido entre los dos personajes principales
(el padre y la hija), y lo hicimos así por gusto, porque queríamos
que los dos personajes tuvieran su evolución, porque era importante
que la película fuera sobre ellos dos, y sobre todo lo que ellos
pasan juntos. Ni siquiera nos dimos cuenta de que era una película
coming of age, hasta que todos lo empezaron a decir. Es cierto
que una parte grande de la historia es ese despertar de Lucía, con
esa escapada, con las pruebas en sus salidas, pero nunca prentendimos
que la película se integrara en el género de las historias de
iniciación. La película que sí vimos muchas veces es The squid and
the whale, de Noah Baumbach [en Argentina se estrenó como "Historias de
familia"], que tiene a esos personajes a los que les pasan cosas súper
torpes, sobre todo el del adolescente, que es el reflejo de un padre
que evidentemente nunca le enseñó nada que le sirva. Pero más allá
de esto no tuvimos un referente puntual. Lo que sí queríamos era
que nuestra película fuera graciosa. No queríamos cargarla de
dramatismo, porque la idea es pensar que uno cuando es más chico
puede ser súper dramático, pero cuando tenés veintipico reconocés que
aquello que te pasaba seguramente era una pavada.”
En
definitiva, Tanta agua es un film sobre la desilusión. La desilusión y sus distintas facetas: desde su versión más simple y frecuente, como esa lluvia que puede frustrar un fin de semana, hasta aquella que nos
hiere y cala hondo pero que representa una condición esencial de nuestro ser en el mundo. Así
lo explica la realizadora: “Es algo que te marca, pero que te va a
seguir pasando toda la vida. No es que ellos salen aprendiendo una
lección. Lucía se mete abajo del agua, pero cuando salga todo va a
continuar, y esas mismas cosas van a seguir pasando y hay que
enfrentarlas. Lo que hace el padre, por su lado, es abrir los ojos y
darse cuenta de que su hija ya no es una nenita, y que tiene que
empezar a considerarla. Lo que le pasa a Lucía es propio de una época
muy difícil. Yo sufrí mucho la adolescencia, como muchas personas,
y creo que después de un tiempo hay que exorcizarla. En la
adolescencia sentimos que la culpa siempre la tienen ellos, los
padres, sin darnos cuenta de que nosotros también estamos ahí y
tenemos nuestra cosas. Creo que el momento de maduración llega
cuando dejás de culpar a tus padres para darte cuenta de que vos
también sos una persona que comete errores, y que no pasa todo por
ellos, o por lo que ellos te dieron o te dejaron de dar.”