Papirosen (Argentina, 2011)
Dirección: Gastón Solnicki
Sección: Competencia oficial argentina
Ya que tuvimos un Bafici en el que coincidieron una gran cantidad de películas casi exclusivamente protagonizadas por niños (Nana, Tomboy, Kid-Thing, Crazy & Thief y otras), es una pena que Papirosen no pueda integrar este grupo (aunque sea involuntariamente, claro). Al final del relato Gastón Solnicki aclara que comenzó a concebir este trabajo motivado por el nacimiento de su sobrino Mateo, hace unos cinco o seis años. Cuando apenas tiene unas horas de vida Mateo ya aparece capturado por la cámara de su tío, y así se acostumbra a pasar toda su infancia, a tal punto que en un cumpleaños reciente, cuando frente a las velitas al chico le recuerdan pedir tres deseos, un amiguito en fuera de campo le sugiere una idea (un ruego, en realidad): “¡Que no te filmen más!”. Aún no contaminado por la frivolidad reinante en el clan, el chico está descubriendo el mundo y parece ser el único al que todavía le importa reclamar algún tipo de autenticidad en su entorno, de allí la vehemente discusión que sostiene con su padre acerca de la mentira y la verdad. Pero Mateo no es el centro del relato y su franqueza termina extraviándose ante un desfile de personajes opacos, cómodamente entregados a los argumentos y automatismos de clase.
En su estupendo documental sobre el músico Mauricio Kagel, süden, Solnicki ya había demostrado que podía prescindir de la benevolencia si el resultado de la observación fílmica deparaba un retrato poco halagüeño del personaje. En Papirosen el blanco es la propia familia. El director ya no se concentra en una única psicología sino que extiende la pintura para incluir al padre, la madre, la hermana mayor, el hermano menor, los sobrinos, la abuela y algunos otros seres cercanos, todos reunidos en un mural de fragmentos sueltos, sin cronología ni trazos geográficos precisos, sin someterlos a una estructura narrativa rígida. Esta libertad depara una película entretenida: había suficiente material como para poder combinar los instantes privilegiados de una década en familia, disparadores a la vez de risa y espanto, junto con acontecimientos más antiguos perfumados por el encanto del Super-8. Pero esta recopilación de apuntes no implica que los personajes -en la pantalla, al menos- resulten particularmente interesantes o reveladores, con la excepción de la abuela y de Mateo.
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