“La naturaleza humana, a pesar de toda la grandiosidad con la que nos deslumbra desde hace cinco siglos, tal vez haya tropezado con sus propios límites.”
Paula Sibila (El hombre postorgánico)
Michael (Ewan McGregor) es chef y Susan (Eva Green) es epidemióloga. La primera cita tiene lugar en la cocina del restaurant en donde trabaja él. Ella prueba un bocado delicioso y segundos después comienza a llorar sin parar, sin nada que él pueda hacer o decir para calmarla. Terminarán juntos en la cama, sí, pero de la forma más extraña que uno pueda imaginar. Contagio de desolación: ésa es la primera amenaza de infección que resulta cercana para el espectador. En esta escena ya intuimos que nada será previsible en Perfect Sense.
Y no es que estemos ante un paisaje totalmente novedoso. Desde lo temático enseguida nos asalta el recuerdo de Ceguera, aunque por suerte David Mackenzie elude la vacua pomposidad de Fernando Mereilles. Por otro lado, en el plano visual se intercalan tramos impresionistas editados al estilo del mejor Danny Boyle (allí donde el montaje asociativo sabe sumar sentidos y no es una mera distracción), así como imperan los cielos siempre grises de Children of Men, que también buscaba situarnos en el futuro sin utilizar las iconografías típicas de la ciencia-ficción, aumentando la inquietud al hacer que el ocaso definitivo resultara mucho más inmediato y familiar. Lo curioso es que todas estas referencias repiquetean en uno durante la visión de Perfect Sense pero jamás socavan la autonomía de la película, que logra ser libre y frondosa en su estremecedor delirio porque se nota que a sus creadores no les importó el ridículo ni la divina proporción. En el relato la catástrofe convive con artificios publicitarios y una voz over poética compite con imágenes reconocibles de la actualidad sociopolítica, mientras en plena involución se filtran los atisbos de un amor triste: todo junto y un poco revuelto en una película quizás fallida pero indudablemente arriesgada y persuasiva. (Vale apuntar que unos años después Mackenzie dirigía el excelente neowestern Hell or High Water).
Parece nomás que todo empezó el día en que alguien despertó y ya no sabía cómo entender a ese otro ser que dormía a su lado. Hoy es imposible aislar el virus. No existe en el exterior ni figura en ningún historial científico. Llega desde adentro, como una catarsis monumental incubada durante siglos que finalmente irrumpe y dispara una mutación. Es la pérdida del mundo. Dejamos de ser humanos para transformarnos en otra cosa que aún no está definida. Mientras esperamos el nuevo manual de instrucciones, Perfect Sense se nos presenta como anticipada memorabilia, un álbum-collage que recopila y atesora aquellos reflejos esenciales que el cuerpo eligió olvidar.
Y no es que estemos ante un paisaje totalmente novedoso. Desde lo temático enseguida nos asalta el recuerdo de Ceguera, aunque por suerte David Mackenzie elude la vacua pomposidad de Fernando Mereilles. Por otro lado, en el plano visual se intercalan tramos impresionistas editados al estilo del mejor Danny Boyle (allí donde el montaje asociativo sabe sumar sentidos y no es una mera distracción), así como imperan los cielos siempre grises de Children of Men, que también buscaba situarnos en el futuro sin utilizar las iconografías típicas de la ciencia-ficción, aumentando la inquietud al hacer que el ocaso definitivo resultara mucho más inmediato y familiar. Lo curioso es que todas estas referencias repiquetean en uno durante la visión de Perfect Sense pero jamás socavan la autonomía de la película, que logra ser libre y frondosa en su estremecedor delirio porque se nota que a sus creadores no les importó el ridículo ni la divina proporción. En el relato la catástrofe convive con artificios publicitarios y una voz over poética compite con imágenes reconocibles de la actualidad sociopolítica, mientras en plena involución se filtran los atisbos de un amor triste: todo junto y un poco revuelto en una película quizás fallida pero indudablemente arriesgada y persuasiva. (Vale apuntar que unos años después Mackenzie dirigía el excelente neowestern Hell or High Water).
Parece nomás que todo empezó el día en que alguien despertó y ya no sabía cómo entender a ese otro ser que dormía a su lado. Hoy es imposible aislar el virus. No existe en el exterior ni figura en ningún historial científico. Llega desde adentro, como una catarsis monumental incubada durante siglos que finalmente irrumpe y dispara una mutación. Es la pérdida del mundo. Dejamos de ser humanos para transformarnos en otra cosa que aún no está definida. Mientras esperamos el nuevo manual de instrucciones, Perfect Sense se nos presenta como anticipada memorabilia, un álbum-collage que recopila y atesora aquellos reflejos esenciales que el cuerpo eligió olvidar.
Perfect Sense (Alemania /Reino Unido, 2011)
Dirección: David MackenzieGuión: Kim Fupz Aakeson
Intérpretes: Ewan McGregor, Eva Green, Connie Nielsen, Ewen Bremner, Stephen Dillane, Denis Lawson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario