viernes, 17 de febrero de 2012

The Ides of March, de George Clooney



Atención: se revelan detalles de la trama.

Ellos pulen la imagen. Hacen marketing político. Venden un porte, un concepto. El film acaba antes de que se celebren los comicios porque en el fondo ya no importa el acto electoral en sí, sólo la previa, las encuestas y los impactos mediáticos capaces de definir tendencias. (Ningún voto es realmente libre desde que nos gobiernan las encuestas. Habría que repensar todo el sistema, pero eso no es algo que podamos resolver acá). Es una cuestión de imagen, decíamos, y en Secretos de Estado (The Ides of March) abundan las reproducciones de Mike Morris (George Clooney). En la televisión, en las revistas, en los afiches, en el espejo, los íconos rebotan en un caleidoscopio en el que cada gesto se adivina ultra ensayado. La película sabe que se dirige a un espectador escéptico que ya no confía en las estampitas de campaña ni en los discursos de los candidatos, de allí que necesite anclar su apuesta en la palabra de un convencido: el joven (Stephen/Ryan Gosling) que sí dice creer en el proyecto del político. Deberíamos, supuestamente, sentir el conflicto moral a través de él.

Pero una cosa es la ficción de la política y otra cosa es la ficción de la película. La segunda tiene que ser lo suficientemente contundente como para hacer mella en la primera y motivar una dialéctica, por eso resulta increíble que un film que pretende cuestionar la fabricación de caretas sea tan descuidado al construir la presencia de sus protagonistas frente al espectador. No hay manera de justificar la “sorpresa” que esconde el personaje de la becaria (Molly/Evan Rachel Wood). Al ver el film por segunda vez uno intenta hallar indicios de la joven ingenua que luego nos quieren vender, pero no hay fisura alguna en su aplomado temple. Desde que irrumpe en escena, Molly sabe cuál es su lugar y a dónde quiere llegar. Tiene un andar decidido, lleva los cafés para todo el equipo y toca el hombro de algún colega cuando le conviene. Y de repente nos anuncian que está embarazada. Y encima cuando está en la clínica esperando el aborto, la chica dice “I hate this shit” (Odio esta mierda), y suena como si estuviera acostumbrada a hacer el trámite un par de veces al año (¡¿?!). Molly es un personaje de plastilina que el guión deforma con llamativa torpeza. Junto a ella hay otras dos mujeres con relativa incidencia en la trama: la periodista cínica y extorsionadora que al final será castigada con la indiferencia, y la mujer del político que sólo aparece para incitar al líder a que ceda en sus principios. Por último, otra joven y bella pasante cerrará el film sugiriendo un eterno retorno al ciclo del abuso masculino/necia sumisión femenina. Algo aquí huele a rancio, un vaho que se vuelve casi infantil frente al insuperable affaire Clinton-Lewinsky. También huele a misoginia.

Con esto no quiero decir que haya que negar el tema de la manipulación sexual. El problema con el “giro de la becaria” es que termina absorbiendo toda la tensión, opacando otras dimensiones más ricas del escenario dramático. Como bien señala Manuel Trancón en la revista El Amante, The Ides of March “parece menos una película que su propio prólogo”, porque da la impresión de dejarnos apenas en la puerta de otras puntas más arriesgadas por explorar. A diferencia de El estudiante (comparación ineludible), en donde todo se limita a la rosca en sí misma, en el film de Clooney sí se enuncian ideas y deseos políticos. También proliferan el chantaje, el camaleonismo y la ambición trepadora, pero al menos aquí asoma un candidato con un programa y con presiones diversas como para elevar por ese lado el nivel de la discusión. Más allá de algunos diálogos disfrutables y certeros (el vínculo Gosling/Seymour-Hoffman es lo mejor del film), a la larga todo se ciñe a la superficie: evitar la mancha sobre el traje mojigato. Ésa parece ser la carta de defunción de un político, mientras que el destino más patético para un consultor en desgracia sería asistir las necesidades eróticas de los ex presidentes. Simplificador, el relato se escapa antes de pisar el fango concreto en donde sabemos que acechan las otras manchas, las verdaderamente dañinas. La mirada a cámara final de un Gosling angustiado viene a confirmar el viejo cuento: la política es sucia. Esto es lo que hay. Si algún espectador aún cree en ese joven del comienzo que aseguraba tener ideales, podrá concluir que al menos él resistirá “desde adentro” y que quizás algo bueno se consiga en el camino. En cada esquina brota la mugre, así que por ahora no tenemos más alternativa que elegir el mal menor.

¿Pero es ésa realmente la única opción que nos queda?

1 comentario:

Rich dijo...

The Ides Of March tiene un gran trabajo de puesta en escena y una bella construcción de los espacios que permanecen fuera de la visión del espectador, donde la realpolitik se juega como una partida de ajedrez. Ya desde el poster hay una visión duplicada de la realidad, una escisión entre lo que vemos y lo que no vemos como ciudadanos; Clooney quiere mostrarnos el fuera de campo de de ese gran teatro que es la política y para ello escenifica una elección primaria del partido Demócrata en Ohio, donde se definirá cual de los dos potenciales candidatos luchara contra los republicanos por llegar a la Casa Blanca y, por qué no, conquistar el mundo.

Cuando se corre el telón encontramos jóvenes entusiastas y militantes luchando por un candidato en el que creen genuinamente, aun ante las advertencias de los viejos cínicos que saben que creer, en un mundo como este, es absurdo. Toda película política implica un pacto fáustico y eso es exactamente lo que sucede: el joven prometedor se deja tentar por el diablo y todo el idealismo se va por el excusado. A partir de ese momento, la visión pesimista de Clooney sobre la dirigencia americana (tanto republicana y democrata) y sobre el futuro de su pais se hace demasiado marcada y va provocando en el guion fallas y costuras que hacen que todo caiga en la más trágica previsibilidad, como si el fervor por el mensaje final le hubiera quitado al director la oportunidad de comprender a sus personajes o permitir ambiguedades. Un elenco lleno de verdaderos talentos americanos (Paul Giamatti, Philip Seymour Hoffman, Marisa Tomei) le da entereza y verosimilitud a cada escena y es por eso que esos huecos o trampas argumentales recién se notan cuando uno deja la sala y comienza a pensar en lo que ha visto.

En algún punto sentí que la película se fue ahorcando a sí misma, que todo atisbo de espontaneidad o libertad cinematográfica fue raptada por el mensaje, que la rigurosa puesta en escena del inicio se fue volviendo sofocante sobre el final y que, donde pudo haber una gran película, quedo un panfleto desencantado y cínico sobre la realidad. Una verdadera pena ya que el talento de Clooney para sacar lo mejor de sus actores y construir el espacio de su película (una de las tareas más complejas de un director de cine) es admirable y habla de un gran talento para narrar no con dialogos sino con la camara, algo que es infrecuente en el cine americano.