Household X (Kasoku X / Japón, 2010)
Dirección: Kôki Yoshida
Wasted Youth (Wasted Youth / Grecia, 2011)
Dirección: Argyris Paradimitropulos, Jan Vogel
Shelter (Podslon / Bulgaria, 2010)
Dirección: Dragomir Sholev
Sección: Competencia oficial internacional
No revelamos nada si decimos que la alienación capitalista es un tema siempre fundamental, crudo, urgente. Es un problema universal que modela al ser humano desde hace siglos, un horror cotidiano que hoy muchos pretenden disfrazar apelando al consumo voraz, o a una buena dosis de ansiolíticos, o a la más llana y corrosiva resignación. El cuadro es muchísimo más complejo que este resumen, pero el boceto parece resultar suficiente para los cineastas adoradores de las formas mínimas. Les basta con trazar tan sólo los “rasgos pertinentes” (como bien los define Umberto Eco) de un dibujo para que uno pueda reconocer el concepto sin esfuerzo, sin que importe demasiado el grado de precisión. Muchas películas creen honrar el arte de lo mínimo cuando en realidad apenas se están conformando con lo esquemático, esos vagos contornos con los que cualquier espectador puede identificarse aunque no necesariamente conmoverse, dado a que en este cine los personajes se asemejan más a hipótesis que a gente como uno. Es un cine siempre al borde de la deshistorización, aun cuando esas películas hablen claramente de nuestro mundo, el de hoy, el de las noticias.
En Household X, el realizador japonés Kôki Yoshida se preocupa por mostrar cómo los miembros de una familia casi no se dirigen la palabra, si es que alguna vez se cruzan dentro de la misma casa. Papá evasivo, mamá bulímica e hijo adolescente habitan un bonito chalet en un barrio de Tokio y para sostener ese piso de vida (que no es vida), el padre debe pasar largas horas en la oficina. Del ámbito de trabajo se desprenden las imágenes más elocuentes del film, ya que ahí vemos cómo las computadoras nuevas y los rutilantes monitores LCD conviven con viejos escritorios de metal, muebles resistentes aunque un poco abollados, testigos de una modernización tecnológica desatada que supuestamente nos facilitaría la rutina. Pero no. Los softwares se tildan, los virus se atrincheran, el hombre desespera y su pulso íntimo se congela. En estas escenas el film logra apresar ciertos síntomas de una época, signos desde los que podemos partir para pensar las particularidades de un momento de la Historia. Por eso es una lástima que todo lo demás en Household X sea tan acotado, por no decir perezoso.
Y eso que Yoshida filma muy bien: a través de primerísimos planos y silencios infinitos uno puede inhalar la angustia de ese hogar aterrador, en donde la indiferencia se potencia aún más con sutiles elipsis y un montaje enrarecido que nos empuja continuamente a esperar y desear el contraplano de esa otra persona que puede llegar demasiado tarde, o no llegar jamás. Pero mientras la desolación se nos sube al cuello, los personajes de van vaciando de sentido porque se quedan en la generalización. Son seres carentes de pasado, sin subjetividad real más allá de la clara frustración, y es el espectador quien debe inventar lo que al guionista no le interesó ni siquiera sugerir. ¿Por qué sufren exactamente estos personajes? Por la alienación, obviamente: eso es todo lo que la película sabe responder, sin detenerse a elaborar una diferencia dentro de la repetición, un matiz especial, un anclaje que la salve del relativismo extremo. No, no pido un film repleto de explicaciones. Tan sólo espero que el artista se haga cargo del drama que eligió contar.
Y eso que Yoshida filma muy bien: a través de primerísimos planos y silencios infinitos uno puede inhalar la angustia de ese hogar aterrador, en donde la indiferencia se potencia aún más con sutiles elipsis y un montaje enrarecido que nos empuja continuamente a esperar y desear el contraplano de esa otra persona que puede llegar demasiado tarde, o no llegar jamás. Pero mientras la desolación se nos sube al cuello, los personajes de van vaciando de sentido porque se quedan en la generalización. Son seres carentes de pasado, sin subjetividad real más allá de la clara frustración, y es el espectador quien debe inventar lo que al guionista no le interesó ni siquiera sugerir. ¿Por qué sufren exactamente estos personajes? Por la alienación, obviamente: eso es todo lo que la película sabe responder, sin detenerse a elaborar una diferencia dentro de la repetición, un matiz especial, un anclaje que la salve del relativismo extremo. No, no pido un film repleto de explicaciones. Tan sólo espero que el artista se haga cargo del drama que eligió contar.
Si la alienación sobrevive con más fuerza que nunca es porque se las ingenió para mutar, adaptarse, mimetizarse con el sujeto al punto de volverse natural. Alienación orgánica. Lo dijo Foucault hace ya muchas décadas (de nuevo, no descubrimos nada): el sistema político-económico logró fraguar en nuestra biología aquellos malestares que son en verdad producto de la cultura. Pero resulta que la (muy exportable) retórica del “malestar globalizado” acaba uniformando los discursos en detrimento de las especificidades de cada sociedad o de cada individuo. Dirigido por Argyris Paradimitropulos y Jan Vogel, el film griego Wasted Youth es mucho más ambicioso que el japonés, aunque lamentablemente acude a similares facilismos narrativos. El relato despliega dos historias paralelas: un perturbado padre de familia que quiere cambiar de empleo (recién al final sabremos que es policía) y un adolescente enamorado de su skate.
El título “Juventud malgastada” es irónico, ya que aquí son los adultos quienes están verdaderamente perdidos, mientras los chicos viven arrebatados en la burbuja propia de la edad, más comprensible aún cuando en sus casas sólo encuentran ejemplos de desazón. En lugar de una trama hay más bien un muestrario disgregado dela Atenas actual, soleada y caótica, con notorias diferencias de clases y psicosis a granel. Es la Grecia del derrumbe económico, aunque el eje del film no se asienta tanto en la crisis sino en la incomunicación, en la distancia que separa a los protagonistas de sus respectivas familias. Acá surgen varias incógnitas que no se llegan a justificar y que parecen colocadas para subrayar el look infernal del film. ¿Por qué está internada en una clínica la madre del muchacho? ¿El policía está realmente cansado de su trabajo, o directamente quiere fugarse de su casa? ¿Su hartazgo llegó con la crisis o ya venía de antes, por otras motivaciones? Y si el objetivo de estas preguntas era infundir cierta ambigüedad, ¿por qué regalarle la resolución del film a un personaje que es un brutal estereotipo del policía siniestro? La historia del chico le debe demasiado al paradigma adolescente ya definido por Paranoid Park, con una diferencia clave: Gus Van Sant sí se animó a denunciar la indolencia. La historia del adulto es más intrigante pero el guión la termina reduciendo al atajo críptico y fatalista.
El título “Juventud malgastada” es irónico, ya que aquí son los adultos quienes están verdaderamente perdidos, mientras los chicos viven arrebatados en la burbuja propia de la edad, más comprensible aún cuando en sus casas sólo encuentran ejemplos de desazón. En lugar de una trama hay más bien un muestrario disgregado de
El esquematismo de Household X y Wasted Youth se torna más evidente frente a la contundencia de una película como Shelter, que también explora la incomunicación en la familia pero lo hace sin generalizar el conflicto. Al contrario, su virtud reside en exprimir al máximo una situación muy concreta con personajes que se hacen querer porque tienen dudas y no son sólo témpanos. Ambientada en Bulgaria, en paisajes similares a los que viene mostrando el cine rumano, Shelter comienza cuando un entrenador de waterpolo, que está viajando con su equipo hacia un partido, tiene que abandonar el micro debido a una llamada preocupante de su esposa: su hijo de 12 años desapareció durante el fin de semana y no hay rastros de él. Padre y madre van a la comisaría y soportan los desplantes burocráticos mientras el espectador se prepara para la más dolorosa incertidumbre, hasta que los protagonistas vuelven a casa y se encuentran con el pequeño Radostin, que luce muy tranquilo, sin ganas de pedir disculpas e incluso acompañado de una señorita que pronto se peinará como una punk. Y si en las películas anteriores los espacios cotidianos eran despedazados por el montaje y la fragmentación, aquí Dragomir Sholev elige lo contrario: utiliza el plano secuencia para religar a los personajes y obligarlos a negociar las tensiones dentro del mismo espacio. Porque el techo es uno solo, aunque las dos generaciones no sepan cómo dialogar.
Shelter se pone realmente divertida cuando llega Tenx, otro amigo punk de Rado que viene a buscar a la chica de cabellos en punta. “La lluvia y el viento son los peores enemigos del punk”, dice el cancherísimo Tenx mientras acomoda su cresta y se gana enseguida nuestra simpatía. Tanto él como su novia y Radostin quieren convencerse de que podrán vencer la alienación. Necesitan creer en algo que el presente no les da, por eso buscan refugio en las tribus de otra época. Lanzan la palabra “anarquía” como un comodín que representa muchas cosas, aunque a la hora de definir la libertad, nadie sabe muy bien cómo explicarla. En Shelter los adultos y los chicos logran intercambiar ideas gracias a un insólito almuerzo que los reúne, cuando en las otras películas es justamente en la mesa donde estallan las lejanías. El realizador búlgaro no pretende hallar soluciones para la distancia entre padres e hijos, distancia que va mucho más allá del desfasaje en el manejo de la tecnología (el paraíso de la hiperconectividad, por otro lado, queda expuesto en el film como una frágil fantasía). Es cierto que algo se rompió, algo que nunca podremos recomponer. Esto es así, las cosas cambian, por eso es posible la Historia. La película no tiene respuestas pero tampoco recurre a la comodidad del pesimismo multitarget. Al menos intenta comprender un espacio y un tiempo concretos. Propone un encuentro y se atreve a enfrentar las consecuencias de ese cara a cara necesario que muchos otros prefieren esquivar.
Buenísima Shelter. Es curioso que ambos destacamos la misma frase, quizás por la frescura y la convicción con la que Tenx la pronuncia.
ResponderEliminarMe resultó ideal para el debate y está bueno que no concluya nada sino que más bien promueva la reflexión. Sentí un poco de pena por Radostin demasiado joven para andar boyando de aquí para allá en medio de las dos parejas que se lo disputan. Aunque bueno, la película también demuestra que no hay edad para estar perdido.
Hola, Martín,
ResponderEliminarSí, Tenx pronuncia esa frase con convicción pero al mismo tiempo el director sabe que es una ironía.
Creo que hay algo nostálgico en la película. Para hablar de una tribu urbana podrían haber mostrado las más recientes, los Emos, los Skaters (tan de moda en el cine), pero eligen a los Punks, quizás por allí hay una ideología más sólida y esto es lo que los chicos necesitan.
¿Qué pasó con el punk?, me preguntaba mientras miraba Shelter. Y derivé en otra gran peli del festival, "The ballad og Genesis and Lady Jaye". Allí hay un/una sobreviviente del punk, pero para resistir tuvo que convertirse en un ser de otro planeta, un ser indefinido, como Genesis lo dice.
Adoré a Radostin y también a ese papá en joggings que me recordó a Marcelo Bielsa.
Un abrazo.
"(...) en este cine los personajes se asemejan más a hipótesis que a gente como uno. Es un cine siempre al borde de la deshistorización, aun cuando esas películas hablen claramente de nuestro mundo, el de hoy, el de las noticias".
ResponderEliminarBrillante. Toda la nota es brillante, pero en el primer párrafo, y en particular en esa frase, resumís con precisión todo lo que las películas como "Household X" o la china "Night Train" (que compitió hace unos años en el Bafici) significan.
A mi también me gustó mucho "Shelter".
Un abrazo
Andrés,
ResponderEliminarMuchas gracias por lo que decís. Cuando hablo de “deshistorización” me refiero a esa cierta vacuidad que rodea los conflictos, y que -sospecho- termina siendo contraproducente, porque le sigue el juego al sistema. Es como si los relatos subrayaran: “¿Ves? Esto siempre fue igual y lo seguirá siendo. Es una sociedad podrida”. De acuerdo, entonces: ¿tienen algo nuevo para decir?
Si en efecto la alienación (la soledad, la desmoralización) ha ganado la partida (una vez más), quisiera que los artistas se arriesguen a pensar por qué es así en el presente, por qué sus personajes no pueden hacer nada, o si alguna vez lo intentaron, o si el mundo les dio esa chance. Está bien que como espectadores nos inviten a "inferir" las raíces de la tragedia; ok, podemos hacerlo, vivimos en el mismo planeta. Pero tampoco es cuestión de lavarse las manos y dejar que TODO lo completemos nosotros. Ahí no hay mucho riesgo.
También recuerdo la desoladora "Night train", e incluso recuerdo la chilena "El cielo, la tierra, la lluvia", en ese mismo Bafici (2008) que apostaban a una estructura similar (igualmente eran algo más originales que las comentadas en el post). Esos films también muestran un mundo sin salida de soledad brutal, de merodeo eterno, de oscuridad, ¿será la famosa “post-historia”? Pero no: la historia no terminó.
Es un síntoma de las ficciones de los últimos años ("ficciones aptas para todo festival", podríamos decir). Por eso creo que los trabajos más ricos que de los últimos Bafici son sin duda los documentales, o las obras “de cruce”, o los ensayos fílmicos.
Un abrazo y gracias de nuevo.