Quisiera compartir una escena universitaria que tuvo lugar ayer. Me tocó presenciarla de casualidad y no pude evitar escuchar la conversación.
Una chica de unos 20 años leía un texto, muy concentrada, en un aula en donde se dicta la materia Metodología de la Investigación, de la carrera de Trabajo Social. Al rato llegó un compañero luciendo pantalón de vestir e impecable camisa blanca. Venía de una oficina, claramente, pero a pesar de su formalidad parecía un muchacho sencillo. Un buen laburante, al igual que la chica. Campechano, él se acomodó en su pupitre y sacó de su mochila un termo y un mate. Comenzaron a hablar de lo que les preocupaba: un trabajo práctico que deberían entregar en unas semanas. La chica lo tenía ya casi terminado pero él apenas había esbozado una página. Por lo que pude inferir, el práctico a presentar era un ensayo. Para intercambiar ideas, ella empezó a leer su texto mientras él asentía, moviendo sus piernas con inquietud. Asombrado por la información que su amiga había conseguido, el chico cebó otro mate e inició el diálogo central:
- ¿Esto lo googleaste?
- No, lo saqué de la biblioteca de la facu.
- Ah…
- Este autor, Rojas Soriano, es muy bueno. Es mexicano y estudió las comunidades…
Ella quería entusiasmar a su amigo, pero dejó de hablar al percibir que él estaba desconcertado, como si le hablaran de una tierra incógnita.
- ¿Cuándo viniste a la biblio? -preguntó el chico Google, y pronunció el apócope “biblio” como queriendo demostrar familiaridad con ese espacio.
- Vine varias veces. También el sábado -disparó ella, sabiendo que así le anularía a él la excusa de la oficina. Él se limitó a decir:
- Ah…
Esta joven, por supuesto, hoy es un raro espécimen dentro de la masa de estudiantes universitarios. La actitud del chico no puede sorprendernos, porque se trata del denominador común de esta época. Muchas veces (demasiadas) me tocó como docente anular prácticos enteros porque eran flagrantes plagios de contenidos de Internet. Más allá de que uno pueda matizar las acciones de los chicos analizándolas en contexto, y aunque sepamos también que la culpa es en gran parte del sistema, yo no puedo dejar de sentir tristeza. ¿Cómo hacer girar la rueda para el otro lado, aunque sea un poquito?
En una entrevista publicada por Diego Salazar en el último número de la Revista Ñ, el escritor británico Marin Amis desliza sus precauciones frente a “la cuestión tecnológica”. Aquí va un fragmento del diálogo entre el periodista y el escritor. *
No lo creo. Creo que la igualdad tardará en llegar todavía un siglo. Resulta que es bastante difícil conseguir un acuerdo decente entre hombres y mujeres. Los viejos paradigmas no han terminado de desaparecer y los nuevos paradigmas resultan todavía algo confusos. Y tenemos la cuestión tecnológica, no sabemos todavía lo que significa tener un cerebro digitalizado. La gente parece no poder concentrarse, por ejemplo, no puede detenerse un momento para leer un libro.
Bueno, se puede. Quizá tome algo más de esfuerzo.
Sí, pero hay un número considerable de gente diciendo que ya no puede hacerlo. No el tipo literario, claro, sino la gente que decía leer unos doce libros al año. Esta gente se ha acostumbrado a picotear de uno y otro lado...
¿Y cree que eso es malo? ¿No es quizá sólo diferente?
No, creo que es malo. Creo que la incapacidad para comprometerse en una experiencia lectora es una pérdida gigantesca. Me horrorizaría que mis hijos no fueran capaces de leer de esa forma.
¿Todas estas quejas no son excusas para esconder pereza?
Creo que está ocurriendo un cambio real. Quiero decir, el cerebro alfabetizado es físicamente distinto al cerebro analfabeto. Y el cerebro educado digitalmente es diferente del cerebro alfabetizado. Ese es un cambio real.
* Fragmento de una nota publicada en la Revista Ñ del diario Clarín (23/04/11). Ir al texto completo.
La imagen de Humphrey Bogart pertenece al film The Big Sleep, dirigido por Howard Hawks.