Paulina es una mujer que a la vez es todas las mujeres. Su cicatriz es la firma que deja el Imperio con su poco disimulada voluntad de extinguir a un pueblo que representa un escollo para el próximo saqueo. El ultraje tuvo el aval del gobierno, si bien se implementó a través de un eufemismo conocido como “Planificación Familiar”. En 1996 Alberto Fujimori declaró en el Congreso que era necesario empezar a controlar la natalidad en Perú, razón por la cual lanzó una campaña para educar a la población -campesina, sobre todo- en cuestiones de anticoncepción y salud reproductiva. Pero no había tiempo para educar en serio ni para la concientización a largo plazo. Había que esterilizar a las mujeres lo más pronto posible con el método más práctico: la ligadura de trompas. Los médicos tenían que cumplir los objetivos que pedía el Estado. Más de 250 mil mujeres fueron operadas sin ser suficientemente informadas sobre lo que significaba esa intervención y cuáles serían las consecuencias. En muchos casos ellas y sus maridos fueron directamente perseguidos e incluso sobornados con “futuros beneficios” (alimentos, ropa, juguetes para los chicos) que por supuesto eran pura mentira. Los hombres también tuvieron su “Festival de la Vasectomía”. Sí, leyeron bien.
Poco o nulo cuidado se ponía en las cirugías, porque lo importante era liquidar el trámite con rapidez y en cantidad, aunque en algún caso olvidaran una gasa dentro del útero, o aunque a las pacientes les aplicaran un tipo de anestesia sólo indicada para uso veterinario. Muchas mujeres murieron. Otras enfermaron, contrajeron alergias, hemorragias, llegaron al cáncer. Mientras tanto, en algún lugar de Lima, vemos cómo ciertos señores de traje caro y señoras con vestidos dorados beben champagne en la inauguración de una imponente clínica del Jockey Club. Una chica canta algo de los Beatles animando la fiesta. Ella es rubia, muy muy rubia y de ojos claros. Que quede claro que se trata de otra etnia.
Poco o nulo cuidado se ponía en las cirugías, porque lo importante era liquidar el trámite con rapidez y en cantidad, aunque en algún caso olvidaran una gasa dentro del útero, o aunque a las pacientes les aplicaran un tipo de anestesia sólo indicada para uso veterinario. Muchas mujeres murieron. Otras enfermaron, contrajeron alergias, hemorragias, llegaron al cáncer. Mientras tanto, en algún lugar de Lima, vemos cómo ciertos señores de traje caro y señoras con vestidos dorados beben champagne en la inauguración de una imponente clínica del Jockey Club. Una chica canta algo de los Beatles animando la fiesta. Ella es rubia, muy muy rubia y de ojos claros. Que quede claro que se trata de otra etnia.
El documental describe cómo se ejecutó este programa de esterilización que contó con el apoyo político y económico de las Naciones Unidas y de la Agencia Internacional para el Desarrollo de EE.UU. Manuel Legarda evita la locución en off y permite que sean los protagonistas quienes expliquen el problema, otorgando mayor espacio a las víctimas y a aquellos que investigaron el caso. Por momentos da la impresión de que en el relato faltan ciertas precisiones, sobre todo a nivel científico, ya que la “campana” de los profesionales responsables aparece demasiado borrosa; pero al mismo tiempo, el realizador sabe que la clave aquí es el cuerpo de las madres lastimadas. Ellas sufren. Necesitan remedios que no pueden comprar y, aun con enormes dolores, tienen que ir a trabajar para traer el pan a casa. Por eso entregan tanto los primerísimos primeros planos de los rostros femeninos: no hay verdad más grande que esos ojos desesperados.
Quisiera señalar un hallazgo que llega al final, cuando ya corren los créditos y sólo se escucha una voz perdida por ahí. Es una de las madres entrevistadas en el film, una mujer que vive en la absoluta marginación, a quien han despojado de todo, incluso violando su cuerpo, el cuerpo por el que ahora llora y reclama. Ella confiesa que ante la carencia de dinero pensó en la posibilidad de "vender un riñón", pero su médico le dijo que no, que sería una injusticia después de todo lo que le había pasado. Siniestra paradoja. Dado que estamos frente a un cuerpo colonizado, mejor será cotizarlo por piezas. Es probable que ella ya se considere íntimamente muerta.
Este texto fue publicado hace unos años en el marco de la edición 2011 del Festival Internacional de Cine Político (FICIP), en donde se exhibió La cicatriz de Paulina. Hoy el documental puede verse en YouTube.
5 comentarios:
Con tanta informacion como manejamos, y qué ignorantes somos, compa Carolina... No sabía nada de la existencia de estos hechos, y lo cierto es que ponen la carne de gallina. Tremendo. Y qué importante que haya un cine que dé testimonio de los mismos, y que tenga difusión, por limitada que ésta sea...
Un fuerte abrazo y seguimos trasteando.
fELICITACIONES querida Caro!
Martha Silva
que paja que exista un cine que defienda a los sufridos y les devuelva el derecho por lo menos de dar testimonio de su experiencia.
chevere ! aplausos
Estimada Carolina, estoy buscando este documental y quería preguntarte si sabes dónde puedo conseguirlo. He visto el trailer y he tratado de comunicarme con Manuel Legarda, pues me gustaría proyectarlo en un espacio de debate en la universidad. Espero tu pronta respuesta. kristel. kristel.besturday@gmail.com / facebook.com/noakeiko.argentina ¡gracias!
Hola, Kristel,
Vi el documental en marzo en Buenos Aires, pero realmente no sé cómo podrías conseguirlo. "La cicatriz..." tiene una página web, si bien ahí no encontré ningún contacto.
http://lacicatrizdepaulina.blogspot.com/
¿Probaste hacer contacto a través de Facebook o Twitter?
¡Suerte!
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