“Llegó el momento. Hoy vamos a morir. Yo nunca besé a nadie, ¿y vos?”.
Esto le dice Eric a Alex en una escena de Elephant, de Gus Van Sant. Son los dos adolescentes que en unas horas provocarán una masacre en su propia escuela. También ellos morirán, pero aún no hemos llegado ahí. Ahora estamos en el baño de la casa de Alex. A él lo vemos ingresar en la ducha; Eric se le suma un segundo después. Allí, detrás de la mampara transparente, los chicos se dan un beso.
Sé que cualquiera que haya visto Elephant recuerda esta escena. Es sólo otro momento extraordinario dentro una obra capital para el cine de este siglo. Ese instante íntimo, preciso y devastador me remite a una sola idea posible: la nostalgia por lo que ya no es. Es el significado que elegí conservar, claro, ya que bien sabemos que “un texto es un universo abierto en el que el intérprete puede descubrir infinitas conexiones” (Eco). Por suerte el arte permite este circuito de múltiples sentires. De lo contrario, no estaría acá conversando con ustedes. Y por otro lado Van Sant no es precisamente un creador de conceptos unívocos. Pero confieso que a veces me asombra la necesidad que tenemos de rizar el rizo.
En una de las tantas bifurcaciones que suele regalar Internet, llegué a un foro de discusión sobre el realizador del film. En uno de sus tópicos los participantes analizan minuciosamente la breve escena del beso en Elephant, preocupados sobre todo por la cuestión homosexual. ¿Por qué Van Sant los hace gays? ¿En verdad sufrían por su sexualidad y esto fue otra motivación para el crimen? ¿Habrían salido del closet o no? ¿Acaso hay pistas durante el film de que los chicos se gustaban? ¿Van Sant insinúa que ser gay es igual a ser marginal, y por ende también asesino? Etcétera, etcétera. El debate es interesante, pero estimo que el nudo más urgente no reside en el hecho de que un chico bese a otro del mismo sexo. Algunos comentaristas del foro aciertan al recordar que la intención del director simplemente fue mostrar a los protagonistas improvisando un contacto sexual ante la certeza de su inminente desaparición. En definitiva, toda la película se dedica a explorar el estado de la libido adolescente. Y si bien todas estas interpretaciones ayudan a ampliar el impacto de esta escena, lo que me pregunto es por qué cuesta tanto atisbar lo esencial: la hondura de esa soledad.
Porque lo que retumba en la conciencia no es tanto la difusa imagen sino las palabras terminales de Eric: “Hoy vamos a morir. Nunca besé a nadie”. ¿Acaso hace falta más contundencia? ¿Hay que dar tantos rodeos paranoicos para asumir esa verdad? Estos chicos eligen matar y morir antes de conocer el amor. Esa curiosidad vital con la que otras generaciones crecimos ya no forma parte de su universo simbólico. No hablo de pasiones a la altura de Romeo y Julieta, sino de necesidades primordiales, humanizantes, esa picazón que bulle en el cuerpo, en la música, en los cuentos. Claro, en este punto olvido que leerle cuentos a los más chiquitos ha dejado de ser un hábito...
Elephant describe el ingreso a una era en la que los besos ya no serán objeto de anhelo.
Escribe Franco Berardi en relación a los adolescentes de hoy:
“El intercambio simbólico entre seres humanos tiene que elaborarse sin empatía, porque ya no es posible percibir el cuerpo del otro. Para poder percibir el otro como cuerpo sensible se necesita tiempo, se necesita el tiempo de la caricia y el olerse. Y falta tiempo para la empatía porque la info-estimulación se ha hecho demasiado intensa…
¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Cuál es la causa de estas alteraciones de la empatía cuyas señales son tan evidentes en la vida cotidiana, y en los eventos que los medios amplifican? ¿Podemos conjeturar una relación directa entre la expansión de la infósfera, la aceleración de los estímulos, de los usos nerviosos y de los tiempos de respuesta cognitiva, y la descomposición de la película sensible que permite a los seres humanos entender aquello que no puede ser verbalizado, reducido a signos codificados?
Reductores de complejidad como el dinero, la información, el estereotipo, o como las interfaces de la red digital han simplificado la relación con el otro, pero cuando el otro aparece en carne y hueso no toleramos su presencia, porque ataca a nuestra (in) sensibilidad”. *
* Fragmento del libro Generación Post-Alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo. (Editorial Tinta Limón)