Dirección: Oliver Laxe
Sección: Competencia internacional
Este film surgió de una experiencia educativa real. El joven Oliver Laxe (nacido en París, criado en La Coruña ) armó un taller de cine en una escuela para chicos pobres en Tánger, y les propuso a sus alumnos crear una película. Lo que vemos es un ensayo fílmico sobre ese proceso, desde las clases básicas sobre el uso de la cámara hasta una serie de tomas de lo que podría ser el montaje final. Laxe habla y se muestra en primer plano, tanto que al comienzo parecería opacar a los pequeños que deberían ser los protagonistas, una decisión que irrita bastante y nos pone a la defensiva como espectadores. Porque al principio todo lo que recibimos son jirones dispersos de cinema verité mechados con escenas en donde se nota el artificio del hacer decir a los chicos y a otros personajes aquello que sirve al guión. Bueno, probablemente no rija aquí la autoridad de un guión previo, pero sí se percibe un férreo plan estético, que uno descubre cuando la película está llegando a sus últimos tramos. El eje del plan es una interrogación permanente, ontológica: ¿desde qué lugar filmar el objeto que nos resulta ajeno?
Los alumnos protestan. “No sabemos qué quiere hacer el profesor”. “Filma cosas por acá y por allá pero no sigue una historia”. “A la película le falta acción”. A ellos les gustaría filmar la naturaleza, las ruinas, los olivos (claro homenaje a Abbas Kiarostami y sus influencias). Los chicos quieren convertirse en relato, o al menos eso inventa Laxe para ahondar en su exploración (a esta altura, ya no importa tanto qué es espontaneo y qué no). El realizador cambia entonces el exhibicionismo por la transparencia enunciativa, encadenando planos generales en donde se ve a los niños alejarse hacia el horizonte, al punto de perderse, libres en la fuga, allí donde no pueden alcanzarlos ni la cámara ni los encasillamientos.
En más de una ocasión el director señaló que su temor era quedar atado a “cierto paternalismo que puebla la imagen contemporánea, esta idea de hacer el bien". (*) En efecto, su película evita la mirada ternurista para abocarse a la reflexión sobre la ética, los límites de la intervención artística, las distancias entre el ojo y el objeto. Desde el ánalisis a posteriori, Todos vós sodes capitáins resulta claramente un trabajo interesante y auspicioso, pero la experiencia en la proyección nos deja la impresión de haber estado ante un borrador, apenas el primer paso de un proyecto mayor que debe seguir insistiendo en las preguntas hasta que lleguen las respuestas. Porque, más allá de cualquier pudor intelectual, esos chicos siguen siendo chicos que no deberían tener que tramar su historia en soledad.
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