Hace unas semanas la revista ADN publicó un anticipo del libro “Cartas a los Jonquières”, editado por Anagrama, que reúne 127 cartas inéditas escritas por Julio Cortázar entre 1951 y 1953. Cortázar conoció a Eduardo Jonquière cuando ambos estudiaban en la Escuela Normal Maniano Acosta. Quien se ocupó de conservar toda la correspondencia fue la mujer de Eduardo, María Rocchi.
No puedo dejar de preguntarme… ¿qué será del futuro de las cartas? ¿Quién se encargará de acopiar los intercambios vía correo electrónico? O mejor dicho… ¿los escritores guardan sus e-mails? ¿Hacen back-up de su bandeja de enviados? ¿Hacen copy&paste en alguna carpeta de aquellos e-mails que les resultan importantes, que los marcan? ¿O acaso desaparecerán las compilaciones de misivas?
Antes de derrapar hacia la melancolía apocalíptica, los dejo con Julio y una carta que me gustó mucho (los destacados son míos).
París, 24 de febrero de 1952
Mi querido Eduardo:
[...] Es la noche del domingo, y descanso un poco, solo en mi cuarto, después de una semana llena de cosas, idas y venidas, curiosas experiencias, “peladas de frente” y grandes maravillas. Hay un gran silencio en la Cité porque es medianoche, los últimos grupos de estudiantes se han disuelto, y callan los aparatos de radio -uno o dos- de mi piso. Tengo conmigo a un gatito, que me toca alimentar y guardar esta noche, pues es el hijo colectivo de los habitantes del tercer piso. (Hace una semana lo salvé de morirse helado en la nieve, y como recompensa el tipo me chupó de tal modo un pulóver que había a los pies de la cama, que me lo dejó arruinado para siempre.) Pienso que hace dos años justos yo estaba en Venecia, disponiéndome a venir al misterioso París. Ya llevo aquí cuatro meses, y anoche, al hacer un balance mental de este tiempo, me daba cuenta de la asombrosa familiaridad con que me muevo en este mundo. Ahí está, ahora, el peligro. Es ahora que debo vigilar mi visión, mi manera de situarme frente a cosas que cada vez conozco mejor; es ahora que debo impedir que los conceptos me escamoteen las vivencias. Me aterraría (¡no me ha sucedido, por suerte!) pasar un día apurado frente a Notre-Dame y echarle apenas la ojeada sin intencionalidad que se dedica a los bancos o a las casas de renta. Quiero que la maravilla de la primera vez sea siempre la recompensa de mi mirada. Puedo darme el lujo de pasar cerca del Museo de Cluny y decirme: “Entraré otro día”. Pero entrar ahí tiene que seguir siendo una cosa grave, última, la verdadera razón de mi presencia en París. Nos reímos de los turistas, pero te aseguro que yo quiero ser hasta el final un turista en París, el hombre que anota en su agenda: Jueves, ir a ver el San Sebastián de Mantegna… Es tan horrible advertir a cada minuto cómo las facultades intelectuales empiétent [desbordan] sobre las intuiciones puras, tratando de esquematizarte el mundo… Lo atroz de B.A. es que es materia mucho más intelectual que estética, y apresura ese horrendo proceso de cristalización de un hombre. Por eso los argentinos son gente de tanto “carácter” (!), de tanta “personalidad” -repertorios de ideas definitivamente fijas, cuajadas, sin movimiento posible. Todo el mundo tiene allí su opinión sobre las cosas, pero coincidirás conmigo en que basta opinar sobre una cosa para, en el mismo acto, dejar de verla. La idea de Wilde en su “Retrato de Mr. W. H.” es realmente profunda: si en el acto de probar que una cosa es A o B, ocurre que de golpe se siente una angustia terrible y la sensación del descreimiento total en lo afirmado, ello se debe a que todo hombre inteligente y sensible sabe que una prueba es siempre otra cosa, que no toca para nada la realidad esencial de eso de que se habla. Yo quisiera que París se me diera siempre como la ciudad del primer día. Llevo aquí 4 meses: pero llegué anoche, llegaré otra vez esta noche. Mañana es mi primer día de París. [...]
Un muy gran abrazo, y que ésta te encuentre bien.
Julio *
* Carta publicada como anticipo en el suplemento "ADN Cultura" del diario La Nación (19/06/10). Ir al artículo completo.
2 comentarios:
Hace tiempo, leyendo la correspondencia de Pizarnik, tuve exactamente el mismo pensamiento.¿Quién conservará las futuras epístolas?
Vale la pena leer sus cartas, descubrí a Julio Cortázar, y él me abrió a nuevas rutas, incentivó mis sueños para que se vuelvan realidad.!!
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