martes, 18 de mayo de 2021

Leer a Luis Gruss (II)


Algunos fragmentos de un hermoso texto escrito por Luis Gruss y publicado hace casi 20 años en la revista Latido.
 

Cambio luego existo

"Conozco a muchas personas que viajan por el mundo sin llegar jamás a ningún sitio. Eso no quiere decir que la pasen mal. Es más, casi todos los turistas vuelven encantados de sus fascinantes recorridas. Admito que un cambio de lugar, una movida de esas que ponen todo patas para arriba, puede replantear la vida del mejor plantado. Pero eso, no nos engañemos, ocurre sólo en contadas ocasiones. Escuché la historia de una joven de la antigua China que había resuelto emprender un largo viaje; se había propuesto romper con la monotonía de sus días. Comunicó la decisión a su maestro, hombre sabio y prudente como todos los chinos, el cuál reaccionó con acritud. ¿Cómo puedes salir de viaje si los tres reinos del país aún no se han unido?, le preguntó con visible enojo. La joven de la antigua China era una chica de barrio; no tenía muchas pretensiones. Consideraba incluso, y con razón, que la unión de aquellos reinos estaba completamente fuera de su alcance. Cuando así se lo hizo saber a su maestro, éste severamente le replicó: la unión de esos tres reinos es en efecto un objetivo remoto. Pero más remota que un objetivo remoto es la carencia de objetivo. Tu viaje no tiene objetivo. 

 "Además del sabio maestro chino, otro de los mayores aguafiestas que conozco en este campo es cierto poeta portugués —soberbio y austero como pocos— que despreciaba los viajes, los cambios, la gente nueva y todas esas cosas lindas que tiene la vida. El tipo rechazaba cualquier acto, por mínimo que fuera, que lo sacara de sus frecuentes caminatas por la calle de los Doradores, en la vieja y recóndita Lisboa. Se sentía tan a gusto dentro de su órbita que ni siquiera quería leer libros diferentes a los que ya había leído. "Siento el tedio anticipado de las páginas desconocidas", escribió una tarde, oscuramente, antes de bajar a la tabaquería por la Calle de la Aduana. 

 "¿Adónde pretendía llegar este señor? Voy a exponer al respecto una hipótesis personal. Creo que Fernando Pessoa (de él estoy hablando) decía una cosa pero deseaba otra. En realidad estaba harto de su apatía endémica y hasta la padecía. Quería cambiar, quería ser otro, pero sólo pudo lograrlo a través de su inclasificable obra literaria. A veces no puedo dejar de identificarme con sus idas y vueltas, con sus contradicciones, con esa cosa de quiero y no puedo que finalmente se convertía en no quiero, no voy, no puedo. Cómo no entenderlo. Yo, sin ir más lejos, me la paso hablando mal de las fiestas, pero cuando finalmente voy a alguna me dejo llevar por la situación y la disfruto (críticamente, eso sí, no se vaya a pensar que soy un frívolo). Predico la inmovilidad porque es profunda, sólida, verdadera y todo eso, pero casi lo único que hago es moverme de aquí para allá buscando no se qué aventura maravillosa. Pessoa mismo llegó a escribir un manifiesto contra toda relación amorosa —contra cualquier compromiso terrestre, en realidad, que lo desviara de su misión sagrada— pero cuando las papas quemaban no se podía contener. Un día que se cortó la luz en la oficina donde trabajaba con Ofelia Queiroz —la única mujer que se le conoce— casi la viola sobre el escritorio. Ella misma contó el episodio en una carta. De repente la empujó contra la pared y sin que mediara una palabra (él, justamente, que en eso era un campeón) la agarró por la cintura, la abrazó y la besó apasionadamente como si estuviera loco. 

( …) 

 "Quedarse, partir, unirse, cambiar, escapar, insistir. Quizás la transgresión suprema en la era de las autopistas rápidas consista en permanecer, en comprometerse al menos con el entorno más cercano, ahondar en lo que uno es hasta el extremo de la terquedad. Antes (y debo aclarar que la palabra antes ya me está cansando) yo creía en la posibilidad de una transformación total y colectiva. Creía en la revolución. Pretendía "cambiar la vida", como pedía Rimbaud. Soñaba con el hombre nuevo, con un mundo trastocado hasta en sus últimos pliegues. No es que piense ahora que todo eso ya pasó. El mundo me sigue pareciendo un lugar peligroso, inhumano, egoísta, donde cada uno pretende salvarse por la suya. Sólo que ya no sé si puedo cambiarlo a fuerza de voluntad. No tengo un discurso, no sé de teorías, no cultivo el análisis político y social. A veces pienso incluso que la historia universal sucede a no más de veinte metros de cada uno. Y que es ahí, en ese breve territorio, donde puedo intentar alguna cosa. Quiero hacerlo. Todavía siento una responsabilidad por lo que pasa y lo que deja de pasar. Una necesidad de entrega que sigue en pie como un tronco seco dispuesto a florecer." 

Luis Gruss 

En la imagen: Las nieves del Kilimandjaro, película dirigida por Robert Guédiguian.

1 comentario:

Noemi dijo...

Seguí tu recomendación, Caro, y leí completito el artículo de Luis. Primero, gracias por "el empujoncito" y segundo, experimenté una lectura tan bella, iluminadora, poética y divertida que no pude más que seguir recomendando el texto entregando copias por todos los sitios donde anduve estos últimos días.

Gracias!!

Noemí