Por Javier Rebollo *
Me gusta viajar en trenes lentos, no cocino en olla express, y tomo mis fotos con una vieja Nikon: desconfío del progreso y la modernidad, aunque vivo inmerso en ellos. Creo que La salida de los obreros de la fábrica es la película más bella. Renoir pensaba que cualquier tapiz contemporáneo, con la mejora de los tejidos y de la maquinaria, no lograría nunca superar el impacto de aquel primero tejido por la reina Matilde. Pero, pese a que progresar no quiere decir siempre mejorar, creo que los cineastas, Renoir el primero, siempre han conseguido adaptarse a cada una de las revoluciones técnicas, y las han hecho suyas. Y es que la técnica no importa. Sólo cuando nos liberamos de la técnica, aparece el estilo, dice el aforismo bressoniano.
Yo no sé si será cierto que la calidad del HD es casi la misma que la del 35mm.; en realidad, no me importa hasta que llega el momento de rodar, y pienso entonces en la naturaleza dramática de la historia. Tampoco sé si dentro de poco se proyectará vía satélite, probablemente todo esto sólo responde a razones de poder en las que no tenemos ningún poder. Ni siquiera me preocupa que hoy ir al cine haya dejado de ser un acto gregario; es verdad que uno siempre se ríe mas fuerte viendo Plácido en un cine lleno que en el salón vacío de su casa. Es verdad, como formuló Roland Barthes, que el espacio familiar acaba con el erotismo anónimo de la sala de cine, pero, aún así, no me parece trágica la desaparición del cine como espectáculo popular. Primero, porque soy un misántropo y he crecido en salas vacías, y, segundo, porque esta es la época que me ha tocado vivir. Y esto es lo único que me preocupa: ¿cómo filmar hoy?
Es facultad del cinematógrafo, y siempre lo ha sido, la de revelar, a través del mecanismo poético de la puesta en escena, lo que de misterioso hay en la ambigüedad del mundo. Pero, ¿cómo hacerlo ahora? Hay en el mundo moderno demasiadas imágenes, demasiados sonidos, demasiadas palabras; vivimos aturdidos, anestesiados. El mundo moderno es además, feo. Entonces ¿cómo filmar hoy? Esa es mi verdadera preocupación para el futuro. ¿Cómo filmar lo eterno en la era de lo contingente, de la velocidad, del simulacro, del olvido? ¿Cómo hacerlo sin hacer un pastiche ni una maquinaria posmoderna o barroca? ¿Cómo conseguirlo y ser capaz, sin abandonar mi mundo, de retratar el que me ha tocado vivir? Pienso, como el René Vidal de Irma Vep, aquel papel de Jean Pierre Léaud haciendo de viejo metteur en scéne fracasado, que hay que volver a las viejas películas, a las vanguardias, al mudo, a los orígenes, para intentar redefinir las imágenes y el cinematógrafo en mitad de esta crisis de lo real y de su representación.
Sólo es posible ver cine desde el entusiasmo, y filmar sólo desde el escepticismo; por eso, para mí es inconcebible un cineasta que no ve cine; por eso creo que el problema del cine hoy, en medio de esta nueva revolución, es el problema del recuerdo; del recuerdo de un gesto que a mí, como cineasta de hoy, me vincule con Marcel Hanoun, con Truffaut, con Chaplin, con Murnau, con Griffith y con los Lumiére. Hay algo más allá de la tecnología, del futuro y de las nuevas formas de consumo: es la memoria del cine como arte a través de ese gesto para explicar un mundo. De este gesto hablaba Serge Daney en "Perseverancia", y en este gesto, que me vincula con otros cineastas, busco yo la respuesta a cómo filmar en medio del olvido y la prisa del mundo moderno. Así es como afronto el futuro, mirando al pasado desde el presente.
* Javier Rebollo es un cineasta español, director de los largometrajes Lo que sé de Lola (foto) y La mujer sin piano (presentado en el último Bafici).
Me gusta viajar en trenes lentos, no cocino en olla express, y tomo mis fotos con una vieja Nikon: desconfío del progreso y la modernidad, aunque vivo inmerso en ellos. Creo que La salida de los obreros de la fábrica es la película más bella. Renoir pensaba que cualquier tapiz contemporáneo, con la mejora de los tejidos y de la maquinaria, no lograría nunca superar el impacto de aquel primero tejido por la reina Matilde. Pero, pese a que progresar no quiere decir siempre mejorar, creo que los cineastas, Renoir el primero, siempre han conseguido adaptarse a cada una de las revoluciones técnicas, y las han hecho suyas. Y es que la técnica no importa. Sólo cuando nos liberamos de la técnica, aparece el estilo, dice el aforismo bressoniano.
Yo no sé si será cierto que la calidad del HD es casi la misma que la del 35mm.; en realidad, no me importa hasta que llega el momento de rodar, y pienso entonces en la naturaleza dramática de la historia. Tampoco sé si dentro de poco se proyectará vía satélite, probablemente todo esto sólo responde a razones de poder en las que no tenemos ningún poder. Ni siquiera me preocupa que hoy ir al cine haya dejado de ser un acto gregario; es verdad que uno siempre se ríe mas fuerte viendo Plácido en un cine lleno que en el salón vacío de su casa. Es verdad, como formuló Roland Barthes, que el espacio familiar acaba con el erotismo anónimo de la sala de cine, pero, aún así, no me parece trágica la desaparición del cine como espectáculo popular. Primero, porque soy un misántropo y he crecido en salas vacías, y, segundo, porque esta es la época que me ha tocado vivir. Y esto es lo único que me preocupa: ¿cómo filmar hoy?
Es facultad del cinematógrafo, y siempre lo ha sido, la de revelar, a través del mecanismo poético de la puesta en escena, lo que de misterioso hay en la ambigüedad del mundo. Pero, ¿cómo hacerlo ahora? Hay en el mundo moderno demasiadas imágenes, demasiados sonidos, demasiadas palabras; vivimos aturdidos, anestesiados. El mundo moderno es además, feo. Entonces ¿cómo filmar hoy? Esa es mi verdadera preocupación para el futuro. ¿Cómo filmar lo eterno en la era de lo contingente, de la velocidad, del simulacro, del olvido? ¿Cómo hacerlo sin hacer un pastiche ni una maquinaria posmoderna o barroca? ¿Cómo conseguirlo y ser capaz, sin abandonar mi mundo, de retratar el que me ha tocado vivir? Pienso, como el René Vidal de Irma Vep, aquel papel de Jean Pierre Léaud haciendo de viejo metteur en scéne fracasado, que hay que volver a las viejas películas, a las vanguardias, al mudo, a los orígenes, para intentar redefinir las imágenes y el cinematógrafo en mitad de esta crisis de lo real y de su representación.
Sólo es posible ver cine desde el entusiasmo, y filmar sólo desde el escepticismo; por eso, para mí es inconcebible un cineasta que no ve cine; por eso creo que el problema del cine hoy, en medio de esta nueva revolución, es el problema del recuerdo; del recuerdo de un gesto que a mí, como cineasta de hoy, me vincule con Marcel Hanoun, con Truffaut, con Chaplin, con Murnau, con Griffith y con los Lumiére. Hay algo más allá de la tecnología, del futuro y de las nuevas formas de consumo: es la memoria del cine como arte a través de ese gesto para explicar un mundo. De este gesto hablaba Serge Daney en "Perseverancia", y en este gesto, que me vincula con otros cineastas, busco yo la respuesta a cómo filmar en medio del olvido y la prisa del mundo moderno. Así es como afronto el futuro, mirando al pasado desde el presente.
* Javier Rebollo es un cineasta español, director de los largometrajes Lo que sé de Lola (foto) y La mujer sin piano (presentado en el último Bafici).
Este texto fue publicado en la revista Cahiers du Cinema España (mayo 2007), como parte de una encuesta colectiva en la que diversos realizadores opinaron sobre el futuro del cine.
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