Publicado en abril de 2010
La historia que narra Ricky podría ser un sueño. Ese hueco que necesitamos cavar en la realidad para no morir aplastados. Un delirio, un desesperado mentís a lo rutinario de la vida. Katie (Alexandra Lamy) ya no soporta el día a día, por eso en la primera escena la vemos pedir auxilio con su rostro cansado, los ojos suplicantes. Katie llora como nunca, porque ya no puede pagar el alquiler ni seguir cuidando a sus hijos. Recién después comienza el relato lineal, concreto, sin remisiones a esa escena inicial. ¿Por qué arrancar con ese prólogo, entonces? Probablemente para que lo olvidemos a los pocos segundos. Para que nos desconcertemos aún más con lo que está por venir. Así es François Ozon. Juguetón. Astuto. Goza al vernos encerrados en la disyuntiva: o lo creemos un farsante, o nos convence para que indaguemos un poco más allá.
En varias de sus películas, las imágenes se construyen desde un punto de vista angustiado. Los protagonistas de Tiempo de vivir, La piscina y Bajo la arena, por ejemplo, son seres perturbados que necesitan habitar sus propios espacios mentales, ya sea acurrucándose en los recuerdos, en los deseos sexuales o en la llana fantasía. Nadie podría tolerar lo real sin emprender estas fugas, túneles alternativos que son imprescindibles aunque nos pierdan, aunque nos avergüence un poco ser sus gestores (como pasa con las pesadillas más íntimas y extrañas). Pero el director no da pistas. Mejor aún: da pistas falsas. En Ricky, Ozon jamás descuida el barniz realista. No impone marcaciones formales (lingüísticas, como podría ser un fundido entre planos) que anuncien el pasaje a lo puramente imaginado. Tampoco ofrece una almohada delatora de lo onírico, como la que inserta David Lynch al inicio de Mulholland Dr. La madre de Ricky no parece vacilar demasiado frente el hecho extraordinario: se preocupa pero sigue adelante, alienada y feliz con su hijo prodigio. Ahora tiene una distracción que la evade de la soledad, la fábrica, el descascarado monoblock.
Me permito especular: Katie un día cae desmayada de cansancio, consciente de que Paco (Sergi López) acaba de dejarla, como su primer marido. El eterno retorno. Otra vez sola con su hija, más un bebé inesperado. Katie empieza a soñar para escapar (¡si hasta se gana la lotería!). Suele decirse que los hijos se van de casa cuando ya pueden "volar solos". Ozon toma esta idea en su literalidad y la precipita desde el absurdo, inspirándose libremente en el cuento "Moth", de Rose Tremain. Algunos se engancharán con las simbologías religiosas de la anécdota, pero creo que esa es sólo otra posibilidad que el director aprovecha para desviarnos.
Porque, en el fondo, no importa mucho si se trata de un sueño, una fábula fantástica o una simple rareza que se le antojó al joven realizador francés. Lo que prevalece es la mirada sobre la familia, los gestos cotidianos, los socorros mutuos, esa red que cada tanto se rearma, aunque en cualquier momento puede volver a quebrarse, porque alguien se aleja o porque llega un bebé que todo lo convulsiona. Los adultos ya no aspiran a entender el mundo; sólo sobreviven. Pero en este mundo también están los otros, los niños relegados, obligados a constituirse como personas sin la atención que merecerían, como la pequeña Lisa (Mélusine Mayance, espléndida). Detrás de los revoloteos de Ricky, es Lisa la que intenta tejer sentidos en la oblicua realidad. Pronto descubrirá que en los vínculos humanos no existen fórmulas mágicas, que cada mañana hay que despertar en medio de la incertidumbre. Además de despertar a mamá, que se quedó dormida y tiene que ir a trabajar.
4 comentarios:
Sugiero como vos que no lean nada los que quieren ir a ver esta película. Ayer leí las primeras líneas de tu comentario y cerré el blog para buscar en qué cine estaban dando "Ricky".
Fuimos tres amigas al Monumental de Lavalle y nos acomodamos como en el living de casa (eramos nosotras y otros tres espectadores).
Pasamos por todos los estados de ánimo, en algunas escenas nos reímos realmente mucho, es que son directamente delirantes... Pero salimos del cine con lágrimas en los ojos, quizás a todas nos dolió la nena demasiado responsable que fuimos alguna vez en la edad en que es necesario creer en los cuentos de hadas. Y después del primer estado de desconcierto que nos deja ese final dorado, vino el recuerdo de la primera escena en que vemos solo la cara de la protagonista, pidiendo desesperada en algún anónimo escritorio una solución: entregar a su bebé en adopción, que desaparezca ese llanto constante de su vida demasiado difícil sin un hombre que conduzca su motocicleta acelerada.
Para nosotras tres, el pasaje al otro plano se produce con el portazo de Paco, con el moretón inconcebible a ese bebé que parecía traer el cielo a la casa(con el nuevo empapelado de la única pieza donde duermen los niños).
Otra vez, gracias, Caro, por acercanos esta joya. Nunca hubiera ido a Buenos Aires a ver esta película con ese título y ese afiche. Tontos prejuicios que una tiene, no?
Caro, hace mucho que no entro a tu blog. Hay mucho por leer. Del bafici nada más parece que coincidí con vos en The Girl. Me llegó a la parte de mi corazón que aún recuerda cosas de niña. Ví muchas otras; intentaré mandarte un mail con las que vi y mis impresiones. ¿Cómo andás? ¿Para cuándo un curso de cine? Estamos ansiosos de escucharte citar a Deleuze :)
Un beso grande!
Eleonora: ¡Gracias por darme crédito y animarte con "Ricky"! Al igual que vos, creo que es muy buena, pero para disfrutarle hay que estar abierto a la rareza. Gracias por tu texto.
Sofi: ¿Cómo va? Lo que publiqué del Bafici es lo que pude, lo que me permitió el tiempo. No tuve la misma suerte que el año pasado, pero igualmente vi muchas películas interesantes. ¡Espero que hayas tenido suerte! Y por supuesto, escribime cuando quieras. Abrazos.
necesidad de comprobar:)
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