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Para quienes no lo leyeron, copio abajo el texto completo de Bazán (vale la pena). Los destacados son míos.
Doce libritos adorados
Por Osvaldo Bazán *
Cada cual mide el paso del tiempo como puede, como quiere, como se le ocurre. Pueden ser obvios almanaques, impresentables amantes, obscenas posesiones, desaparecidos pelos. Lo que no varía es el tiempo.
Tengo una posesión preciosa que me marca el paso del tiempo; eso que sería lo último de lo que me desprendería, el equipaje para la isla desierta, el Rosebud que explica la existencia. Quizás esté exagerando, pero no es algo que no haga habitualmente. Exagerar, digo.
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Se trata de doce libritos de distintos tamaños: los primeros ocho de más o menos 30 x 22 cm, los últimos cuatro de 22 x 15 cm. Doce libritos de distintos colores: uno blanco, uno negro, uno blanco y negro, uno fucsia, uno gris y los otros ocho, entre celestes y azules. Cada libro, un año.
Desde 1999, puntual, como las estaciones, bajan los calores, empiezan a aclarar las hojas de los árboles hacia un amarillo final, se huele merluza en el aire y aparece el Bafici: Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. Y cada Bafici tiene un catálogo. Acabo de conseguir mi librito preciado número doce.
En los once anteriores están anotadas las películas que vi cada año; los permisos que pedí en los trabajos, las mentiras que puse para escaparme, los teléfonos de la gente que conocí en esos encuentros. Son diez días que estremecen mi mundo.
Era un domingo de abril de 2001, todavía éramos uno a uno. Afuera había un sol amarillo de otoño, cierto último calor. El director de la película, el húngaro Bela Tarr, nos miró como si fuéramos sea monkeys en la oscuridad de la sala del Abasto. Dijo: “Está hermosa Buenos Aires ahí afuera, es domingo, yo me voy a recorrer la ciudad, son las dos de la tarde. Piensen bien si se quieren quedar, yo vuelvo a las nueve de la noche, cuando la película termine”.
Y se fue dejándonos a los cientos de tipos que estábamos ahí con siete horas de llovizna en blanco y negro, con el tiempo en tensión entre el derrumbe del comunismo y la aparición del capitalismo en una granja colectiva, Sáátantango se llama la película y es el deporte extremo más inolvidable del que participé. Al final de la noche, cuando Tarr volvió, casi nadie se había ido y todos dijimos “gracias, Bafici”.
Cada película del Bafici –incluso las malas, incluso las pésimas– es una puerta abierta a una realidad que, al conocerla, te modifica. Sí, suena exagerado. Pero ver de cerca –tan de cerca como la sensibilidad de sus autores te lo permita– los problemas, soluciones, deseos y frustraciones de gente parada en cualquier punto del globo es la sensación más humana que podés sentir.
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Es sintomático, supongo, que alguna parte de la clase media porteña mire de soslayo a esos miles de enloquecidos que corren en abril por el Shopping del Abasto al grito de “¡la cubana!, ¡la cubana!” o “¿dónde está la taiwanesa?”, como si estuvieran en un burdel internacional (y algo de eso hay).
Hay mucha gente también dispuesta a decretar a su propia sensibilidad como única posible; cristalizar el nivel emocional ahí donde llega y sospechar de todo lo demás. Contra eso trabaja el Bafici. Contra la mirada única, la mejor manera de tratarte como muerto aún cuando estás vivo.
Sí, claro que hay esnobismo en las chicas con vestidos como veladores, en los chicos que se cruzan el bolsito para ir al punto de encuentro. Pero ya hablar de esnobismo es esnob. Y nadie sabe bien qué corno es. Mejor disfrutar de las películas.
Los directores artísticos del festival fueron, correlativamente, Andrés Di Tella, Quintín, Fernando Martín Peña y Sergio Wolf; todos nombres prestigiosos dentro de lo suyo, irreprochables. Por supuesto que ante cada cambio de gobierno, ante cada cambio de dirección artística, surgieron rumores y rencillas y ese puterío tan oficinesco que corresponde.
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Pero hay más, y ahora que repaso la colección de catálogos para sumar al nuevo amigo, recuerdo que en la primera página de cada uno de mis doce libritos adorados constan las autoridades municipales, encabezadas por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y el orden, en los doce libritos es: primer Bafici, 1999, Fernando de la Rúa; segundo, 2000, Enrique Olivera; del 3° al 7° festival de 2001 a 2005, Aníbal Ibarra; 8° y 9° festival, de 2006, 2007, Jorge Telerman; 10°, 11° y 12° festival, de 2008 a 2010, Mauricio Macri. Para simplificar: radicales, progresistas, peronistas, derechistas. A ninguno se le ocurrió –y, si se le ocurrió, no pudo– levantar el festival y empezar otro, o no empezar ninguno. No sé si habrá muchas otras iniciativas del Estado que continúen a través de los años como el Bafici. Sin duda, ahí hay una clave del éxito.
El próximo miércoles empieza un nuevo festival. No sólo estoy más viejo, también soy mejor. Y en parte se lo debo al Bafici. Que tengamos un buen festival.
* Artículo publicado en el diario Crítica de la Argentina (02/04/10)
Fotos: 1) Excursiones, de Ezequiel Acuña (Bafici 2009); 2) Crimson Gold, de Jafar Panahi (Bafici 2004), 3) Irma Vep, de Olivier Assayas (Bafici 2001), 4) Ossos, de Pedro Costa (Bafici 2002); 5) Oasis, de Lee Chang-dong (Bafici 2003).
Fotos: 1) Excursiones, de Ezequiel Acuña (Bafici 2009); 2) Crimson Gold, de Jafar Panahi (Bafici 2004), 3) Irma Vep, de Olivier Assayas (Bafici 2001), 4) Ossos, de Pedro Costa (Bafici 2002); 5) Oasis, de Lee Chang-dong (Bafici 2003).
1 comentario:
Que texto genial!!!
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