I’ve got to stand up for myself
This society don't care about nobody else
I've got to be strong
Even if I know that this feeling is wrong
I've got to not care
Even if I know that this world is meant to share
Wait a minute.
This is wrong
Even the birds still sing their faithful song
And your beauty lies within you
Look in the mirror baby
What you gonna do when your friends have
Gone away
And deserted you
You'll have to be strong
24 hours can seem so long
You're taught to not care
And then not realize this world is meant to share
We've got to stand up for ourselves
Even if a leader so cold wants to glory himself
We've got to be strong
Even if our reasons seem wrong
We've got to not care
Even if the world that we know may not even be here
Hold it!
It's wrong
Even the birds still sing their faithful song
And your beauty lies within you
Look in the mirror baby
Look in the mirror baby
Simply Red
jueves, 29 de abril de 2010
lunes, 26 de abril de 2010
Bergman, Dios, Perón
No sé cómo lo logra. Cómo hace para conjugar todo (historia, fútbol, cine, música, fantasía, mitología, crítica y autocrítica) sin perder nunca la fluidez ni la naturalidad. Cómo se las ingenia para subir las escaleras de lo metafísico sin abandonar la tierra, con todos sus manchones de barro y de sangre. La venganza y la esperanza. La necesidad de la pasión política. Y sus terribles costos. José Pablo Feinmann escribe muy bien y Timote es una notable novela. Como se sabe, los protagonistas principales son el general Pedro Aramburu y los militantes montoneros Fernando Abal Medina, Norma Arrostito, Mario Firmenich y Carlos Ramus. También están, a su manera, Perón, Evita y el pueblo argentino. Pero lo que sorprende es que el gran personaje en esta historia, el que uno no esperaba, es el mismísimo Dios. Resulta fascinante observar todas las contorsiones que hace Dios para calzar en la ideología de cada sujeto, o su oportunismo para salir sano y salvo de cada instante de duda.
En el fragmento que sigue, el autor narra el momento en el que Fernando Abal Medina se vuelve fanático del cine.
“Fernando puede reír. Puede ser alegre. Y tiene otros ardores, no sólo la política. Se pierde por el cine. En el Nacional Buenos Aires conoce a Juan Villmot, que es su profesor de francés. Hablan de cine, del europeo sobre todo. Fernando activa en el Centro de Estudiantes y desde ahí empieza a manejar el Microcine del Colegio. Villemot le larga un nombre: Bergman. Fernando se propone organizar un ciclo. Empieza a ver películas. La primera, Un verano con Mónica. ¿Qué año será? Pongamos que es 1962. Harriet Andersson le vuela la cabeza. Qué mujer, qué hermoso cuerpo, qué osada es ella, qué libre, con qué desenfado, con qué fogosa desvergüenza exhibe su desnudez. Ve, también, El séptimo sello. Descubre la Edad Media. Lo estremece esa intolerable cercanía con lo divino. ¿Cómo es posible estar frente a Dios, sintiéndose mirado por Él durante siglos? Fernando no quiere vivir bajo el peso de la mirada de Dios. No quiere que Dios juzgue sus actos, los acepte o los condene. No quiere sobre sí ese agobio. Y no cree que Dios deba tomarse ese trabajo ni que él lo merezca. La Muerte. Conoce el eterno lamento de los hombres, ¿por qué morimos, por qué perdemos a nuestros seres queridos? ¿Por qué Dios no nos defiende de la Muerte, por qué nos deja en sus manos, por qué nos abandona a su poder, por qué nos trazó un destino con un final tan amargo, tan temible, sólo nuestro, tan solitario? Desdeña a esos católicos quejumbrosos, cobardes. Mal podría reprocharle a Dios la existencia de la Muerte alguien que –como él- no piensa en ella porque, sencillamente, no teme morir. Agrega Sonrisas de una noche de verano. También Noche de circo. Y la que termina por ser su predilecta: El silencio. Es un milagro conseguirla. Acaba de estrenarse y es un escándalo en Buenos Aires. La prohíben para menores de 22 años. Fernando tiene 15. Pero Villemot habla con un cinéfilo amigo. Algo traman juntos y se apropian de una copia. Así, clandestinamente, la ve Fernando. Si bien el film lo atrapa, lo fascina, si bien su admiración por Bergman crece aún más, él no cree en el silencio de Dios. Dios nos escucha, sólo hay que saber hablarle, abrirle sinceramente nuestro corazón cristiano. Pero no puede escucharnos siempre. Hay que concederle su derecho divino de estar abstraído, inmerso en sí mismo, abismado en la grandeza de su propia Creación. ¿Por qué esa altanería, la de pretender que nos escuche o nos hable? Su tiempo –que no es el nuestro porque es el de lo infinito y, a nosotros, seres ínfimos, perecederos, la mera idea de lo infinito nos está vedada, nos atemoriza- vale demasiado, ¿por qué ambicionar que nos lo dedique? Es cierto que el mundo está plagado de injusticias. Mas, ¿por qué atribuírselas a Él? ¿Por qué esperar que Él entregue una solución por nosotros? Dios nos dio la libertad. Para el Bien. Para el Mal. Hay que elegir. El auténtico católico cree en la oración. Nunca, en la oración, Fernando se sintió solo. A él, a Dios, a veces, lo aturde. Fernando no es un sueco. No vive en un país helado. Vive en el continente de la Revolución Cubana y es un católico fervoroso. No, Ingmar Bergman, Dios no es una ausencia.”
* Fragmento del capítulo 5 de la novela Timote. Secuestro y muerte del general Aramburu. (Editorial Planeta).
domingo, 25 de abril de 2010
Me gustaría leer...
Me gustaría leer
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.
No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar.
Lo mismo
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas
a última hora de la tarde.
Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte.
Leonard Cohen
(Versión de Antonio Rasines)
uno de los poemas
que me arrastraron a la poesía.
No recuerdo ni una sola línea,
ni siquiera sé dónde buscar.
Lo mismo
me ha pasado con el dinero,
las mujeres y las charlas
a última hora de la tarde.
Dónde están los poemas
que me alejaron
de todo lo que amaba
para llegar a donde estoy
desnudo con la idea de encontrarte.
Leonard Cohen
(Versión de Antonio Rasines)
sábado, 24 de abril de 2010
Genealogías del Cine, en la sala Lugones
El próximo miércoles comienza uno de esos ciclos que sólo la Lugones puede programar, un nutrido mapa de estilos, bifurcaciones y puentes en donde uno puede encontrarse con David Lynch, Dino Risi, Mikio Naruse, Claudio Caldini, Abbas Kiarostami, Fritz Lang, Clint Eastwood, David W. Griffith, Paulo Pécora y otros nombres a revisitar o descubrir. Curioso viaje con 18 paradas.
El ciclo está basado en los primeros tres libros de una serie publicada por la editorial Manantial Buenos Aires. Coordinada por Gerardo Yoel, la colección se titula “Genealogías del cine” y está conformada por El cine clásico: itinerarios, variaciones y replanteos de una idea (de Eduardo A. Russo), La juguetería filosófica. Cine, cronofotografía y arte digital (de David Oubiña) y Cine (y) digital, aproximaciones a posibles convergencias entre el cinematógrafo y la computadora (de Jorge La Ferla).
En el texto de presentación de la muestra, Yoel explica que “el ciclo y los tres libros abordan las distintas relaciones entre determinados movimientos estéticos en el cine y sus correlatos en la actualidad. La idea es articular conexiones en tiempo y espacio, entre cuestiones tradicionalmente consideradas como cinematográficas y otros campos de la cultura visual de los siglos diecinueve, veinte y veintiuno.” Los libros de cine que viene publicando Manantial son realmente excelentes.
El ciclo comienza el miércoles 28 de abril y finaliza el martes 4 de mayo, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Ir al programa completo.
La imagen pertenece al bello cortometraje Una forma estúpida de decir adiós, dirigido por Paulo Pécora.
El ciclo está basado en los primeros tres libros de una serie publicada por la editorial Manantial Buenos Aires. Coordinada por Gerardo Yoel, la colección se titula “Genealogías del cine” y está conformada por El cine clásico: itinerarios, variaciones y replanteos de una idea (de Eduardo A. Russo), La juguetería filosófica. Cine, cronofotografía y arte digital (de David Oubiña) y Cine (y) digital, aproximaciones a posibles convergencias entre el cinematógrafo y la computadora (de Jorge La Ferla).
En el texto de presentación de la muestra, Yoel explica que “el ciclo y los tres libros abordan las distintas relaciones entre determinados movimientos estéticos en el cine y sus correlatos en la actualidad. La idea es articular conexiones en tiempo y espacio, entre cuestiones tradicionalmente consideradas como cinematográficas y otros campos de la cultura visual de los siglos diecinueve, veinte y veintiuno.” Los libros de cine que viene publicando Manantial son realmente excelentes.
El ciclo comienza el miércoles 28 de abril y finaliza el martes 4 de mayo, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530). Ir al programa completo.
La imagen pertenece al bello cortometraje Una forma estúpida de decir adiós, dirigido por Paulo Pécora.
martes, 20 de abril de 2010
Bafici 2010 - Coda
Diez para recordar
Pasó el Bafici, otro oasis más, con todos esos días en donde uno posterga demasiadas tareas. Y ahora hay que cumplir con lo que quedó pendiente y los tiempos escasean, pero al menos quiero destacar algunos títulos que me brindaron muy gratas experiencias. No incluyo las buenas películas comentadas previamente (Morrer como un homem y The Girl), ni las imperdibles que tienen un próximo estreno confirmado en salas, como La cinta blanca de Michael Haneke, y Vincere, de Marco Bellochio. Acá va sólo una porción de películas que voy a atesorar (sin orden de preferencia):
Police, adjective (Rumania)
Dirección: Corneliu Porumboiu
Mary & Max (Australia)
Dirección: Adam Elliot
108/Cuchillo de palo (Paraguay)
Dirección: Renate Costa
Alamar (México)
Dirección: Pedro González-Rubio
Sweetgrass (EE.UU.)
Dirección: Lucien Castaing-Taylor, Ilisa Barbash
Last train home (Canadá)
Dirección: Lixin Fan
Pasó el Bafici, otro oasis más, con todos esos días en donde uno posterga demasiadas tareas. Y ahora hay que cumplir con lo que quedó pendiente y los tiempos escasean, pero al menos quiero destacar algunos títulos que me brindaron muy gratas experiencias. No incluyo las buenas películas comentadas previamente (Morrer como un homem y The Girl), ni las imperdibles que tienen un próximo estreno confirmado en salas, como La cinta blanca de Michael Haneke, y Vincere, de Marco Bellochio. Acá va sólo una porción de películas que voy a atesorar (sin orden de preferencia):
Police, adjective (Rumania)
Dirección: Corneliu Porumboiu
Mary & Max (Australia)
Dirección: Adam Elliot
108/Cuchillo de palo (Paraguay)
Dirección: Renate Costa
Alamar (México)
Dirección: Pedro González-Rubio
Susa (Georgia)
Dirección: Rusudan Pirvelli
Dirección: Rusudan Pirvelli
Sweetgrass (EE.UU.)
Dirección: Lucien Castaing-Taylor, Ilisa Barbash
Last train home (Canadá)
Dirección: Lixin Fan
El Charles Bronson Chileno/Idénticamente igual (Chile)
Dirección: Claros Flores del Pino
La bocca del lupo (Italia)
Dirección: Pietro Marcello
Hasta la próxima.
Dirección: Claros Flores del Pino
La bocca del lupo (Italia)
Dirección: Pietro Marcello
viernes, 16 de abril de 2010
Bafici 2010 - Parte 5
Entre los muros
Celda 211 (España, 2009).
Dirección: Daniel Monzón
Sección: Panorama
Aun para quienes nos consideramos poco impresionables (o así lo pretendemos), la primera escena del film se hace difícil de soportar. Un hombre se suicida cortándose las venas con largos tajos, desde la muñeca hasta el pliegue del codo, en ambos brazos. Luego sabremos que ese hombre estaba preso y enfermo, y que esas venas abiertas, finalmente, lo liberaron. Muchos otros, en una situación similar, ya han asimilado las rejas y no esperan salir. Pero al menos esperan que algún día los traten mejor, y por eso desatan el motín que traza el eje narrativo de Celda 211.
Es noble y legítimo el espíritu de denuncia que anima esta película española dirigida por Daniel Monzón (y ganadora de ocho premios Goya). La idea es mostrar cómo alguien que forma parte del sistema puede transformarse, en pocas horas, en un enemigo. Eso es lo que ocurre con Juan Oliver (Alberto Ammann), que acaba de ser contratado como guardia pero queda atrapado en medio del motín que comanda Malamadre (Luis Tosar). Como Juan es nuevo y los internos no lo conocen, logra hacerse pasar por preso y pronto se gana el respeto del líder. Juega para ambos bandos mientras el engaño lo permite, hasta que las cosas se complican demasiado, más aún cuando los ecos de la revuelta comienzan a alterar la vida fuera de la prisión. Y entonces la trama se vuelve tan forzada, tan excesivamente “guionada”, que termina debilitando su lectura crítica sobre los abusos del poder disciplinario.
Filmada con cámara digital en una cárcel real abandonada, Celda 211 tiene un vértigo y una textura de imagen tan nítida que uno cree oler el óxido y la desesperación contenida entre esos muros violentos. Al principio, cuando los rebeldes toman como rehenes a tres detenidos de ETA, la historia sugiere un vuelo político que con el correr de los minutos se dispersa, lamentablemente, al punto de reducir el giro dramático central al rapto patológico de un jefe carcelero fascista (Antonio Resines). Al salir de la sala me invadió cierta desazón, al constatar que el film prefirió apostar a la insospechada fiereza de Juan (personaje interesante, aunque muy “construido”), cuando en realidad el verdadero corazón de esta historia estaba en Malamadre, una creación entrañable del gran Luis Tosar, que merecería una película aparte.
Celda 211 (España, 2009).
Dirección: Daniel Monzón
Sección: Panorama
Aun para quienes nos consideramos poco impresionables (o así lo pretendemos), la primera escena del film se hace difícil de soportar. Un hombre se suicida cortándose las venas con largos tajos, desde la muñeca hasta el pliegue del codo, en ambos brazos. Luego sabremos que ese hombre estaba preso y enfermo, y que esas venas abiertas, finalmente, lo liberaron. Muchos otros, en una situación similar, ya han asimilado las rejas y no esperan salir. Pero al menos esperan que algún día los traten mejor, y por eso desatan el motín que traza el eje narrativo de Celda 211.
Es noble y legítimo el espíritu de denuncia que anima esta película española dirigida por Daniel Monzón (y ganadora de ocho premios Goya). La idea es mostrar cómo alguien que forma parte del sistema puede transformarse, en pocas horas, en un enemigo. Eso es lo que ocurre con Juan Oliver (Alberto Ammann), que acaba de ser contratado como guardia pero queda atrapado en medio del motín que comanda Malamadre (Luis Tosar). Como Juan es nuevo y los internos no lo conocen, logra hacerse pasar por preso y pronto se gana el respeto del líder. Juega para ambos bandos mientras el engaño lo permite, hasta que las cosas se complican demasiado, más aún cuando los ecos de la revuelta comienzan a alterar la vida fuera de la prisión. Y entonces la trama se vuelve tan forzada, tan excesivamente “guionada”, que termina debilitando su lectura crítica sobre los abusos del poder disciplinario.
Filmada con cámara digital en una cárcel real abandonada, Celda 211 tiene un vértigo y una textura de imagen tan nítida que uno cree oler el óxido y la desesperación contenida entre esos muros violentos. Al principio, cuando los rebeldes toman como rehenes a tres detenidos de ETA, la historia sugiere un vuelo político que con el correr de los minutos se dispersa, lamentablemente, al punto de reducir el giro dramático central al rapto patológico de un jefe carcelero fascista (Antonio Resines). Al salir de la sala me invadió cierta desazón, al constatar que el film prefirió apostar a la insospechada fiereza de Juan (personaje interesante, aunque muy “construido”), cuando en realidad el verdadero corazón de esta historia estaba en Malamadre, una creación entrañable del gran Luis Tosar, que merecería una película aparte.
miércoles, 14 de abril de 2010
Bafici 2010 - Parte 4
El dolor
To shoot an elephant (Disparar a un elefante - España, 2009)
Dirección: Alberto Arce y Mohammad Rujailah
Sección: Panorama – La tierra tiembla
“El silencio en torno a los hechos que filmé me ha herido como ser humano. La impunidad, el doble rasero, la hipocresía con la que la muerte de un palestino deja indiferentes a quienes pueden evitarla, me ha llevado a un momento legítimamente visceral. Reivindico mi derecho a hacer sufrir al espectador que quiere conocer Gaza. Gaza es el infierno, ¿qué esperaban ver en mis imágenes más allá de una milésima parte de lo que allí sucedió? Es guerra. Y guerra significa muerte. La muerte es sucia, entre estertores y sangre. Y muchos parecen olvidarse de ello. Gaza se muere. El emperador está desnudo.”
Alberto Arce, director del film, en una entrevista difundida en diversos sitios de Internet.
To shoot an elephant (Disparar a un elefante - España, 2009)
Dirección: Alberto Arce y Mohammad Rujailah
Sección: Panorama – La tierra tiembla
“El silencio en torno a los hechos que filmé me ha herido como ser humano. La impunidad, el doble rasero, la hipocresía con la que la muerte de un palestino deja indiferentes a quienes pueden evitarla, me ha llevado a un momento legítimamente visceral. Reivindico mi derecho a hacer sufrir al espectador que quiere conocer Gaza. Gaza es el infierno, ¿qué esperaban ver en mis imágenes más allá de una milésima parte de lo que allí sucedió? Es guerra. Y guerra significa muerte. La muerte es sucia, entre estertores y sangre. Y muchos parecen olvidarse de ello. Gaza se muere. El emperador está desnudo.”
Alberto Arce, director del film, en una entrevista difundida en diversos sitios de Internet.
lunes, 12 de abril de 2010
Bafici 2010 - Parte 3
Dulce y cruda iniciación
The Girl ("Flickan" / Suecia, 2009)
Dirección: Fredrik Edfeldt
Dirección: Fredrik Edfeldt
Sección: Panorama
Hace unos meses, al comentar en este blog el film uruguayo Acné, decíamos que esa historia necesitaba situarse en los años 80 para recuperar ciertos enigmas de la adolescencia que hoy aparecen difusos (se han vuelto enigmas “mediatizados”, digamos), especialmente en lo que hace al amor, la búsqueda de autonomía y la construcción de los vínculos primordiales (entre pares, con los adultos, con el otro sexo). Algo similar sucede en The Girl, que se inscribe en esa misma década y focaliza en una muchachita que, claro, ignora lo que significa “estar conectada”, con lo cual su mapa vital aún se traza con las antiguas coordenadas: mirar a los ojos, escudriñar conductas, salir a la calle, experimentar. Como bien observó un crítico colega al salir de la sala, si el film transcurriera en la actualidad, la chica pasaría el día encorvada sobre su notebook de color rosa Barbie, y no habría historia que contar.
La cuestión es que esta niña, de unos nueve o diez años, se ha quedado sola en su casa, ubicada en un paisaje campestre de Suecia. Se supone que su tía debería cuidarla, pero la tía está en otra. Los padres de la chica viajaron a África en una misión humanitaria (“esa gente que pretende salvar el mundo pero abandona a su propia hija”, masculla un personaje por allí). Está sola, librada a su puro instinto, coyuntura que ella convierte en posibilidades. Con su cabello rojizo, las pecas profusas y su carita de duende, la nena recuerda mucho a Sissi Spacek, como si fuera una Carrie preadolescente, parecido que la vuelve aún más imprevisible como personaje. La chica a veces se muestra frágil, otras veces impone un arrojo casi fantástico, aunque la mayor parte del tiempo oculta su sentir detrás del ceño inolvidable de la actriz Blanca Engström.
Muchos comparan la estética de The Girl con Let the right one in (Criatura de la noche), ya que ambas comparten al director de fotografía, Hoyte van Hoytema. Sin embargo, el film de Fredrik Edfeldt me resultó más cercano -y con curiosas similitudes- a la atmósfera de El último verano de la Boyita, de Julia Solomonoff, tanto en su lozanía como en sus recovecos inquietantes. Admito que, urgida por esas ansias de novedad que provocan los primeros días del Bafici, pensé que The Girl apenas calificaba como otro relato de iniciación más, honesto y prolijamente elaborado. Pero cuando el festival avanza y uno comienza a licuarse entre tantas películas pretenciosas, las imágenes del film sueco regresan con ganas de resignificar su jerarquía. En términos de composición visual, aunque el peso de la estilización es evidente, el director logra evitar el preciosismo gratuito; y por el lado narrativo, si bien incluye diversos elementos típicos (la metáfora del trampolín, por ejemplo), la película gana complejidad cuando se resiste a las lecturas lineales sobre la familia. Las fichas le caen todas juntas a esta chica, cuando comprueba que tener una familia constituida (como la de sus vecinos) no es garantía de salud psicológica; que no hay crecimiento sin asunción de los errores; que quizás no exista mayor soledad que la fundada en la infancia.
La clave es que ella no deja de ser una niña, que quiere lo que todas queremos cuando somos chicas. Dar con alguien que sienta deseos de peinarla, de acariciar su pelo con cariño. Con paciencia y en silencio.
La cuestión es que esta niña, de unos nueve o diez años, se ha quedado sola en su casa, ubicada en un paisaje campestre de Suecia. Se supone que su tía debería cuidarla, pero la tía está en otra. Los padres de la chica viajaron a África en una misión humanitaria (“esa gente que pretende salvar el mundo pero abandona a su propia hija”, masculla un personaje por allí). Está sola, librada a su puro instinto, coyuntura que ella convierte en posibilidades. Con su cabello rojizo, las pecas profusas y su carita de duende, la nena recuerda mucho a Sissi Spacek, como si fuera una Carrie preadolescente, parecido que la vuelve aún más imprevisible como personaje. La chica a veces se muestra frágil, otras veces impone un arrojo casi fantástico, aunque la mayor parte del tiempo oculta su sentir detrás del ceño inolvidable de la actriz Blanca Engström.
Muchos comparan la estética de The Girl con Let the right one in (Criatura de la noche), ya que ambas comparten al director de fotografía, Hoyte van Hoytema. Sin embargo, el film de Fredrik Edfeldt me resultó más cercano -y con curiosas similitudes- a la atmósfera de El último verano de la Boyita, de Julia Solomonoff, tanto en su lozanía como en sus recovecos inquietantes. Admito que, urgida por esas ansias de novedad que provocan los primeros días del Bafici, pensé que The Girl apenas calificaba como otro relato de iniciación más, honesto y prolijamente elaborado. Pero cuando el festival avanza y uno comienza a licuarse entre tantas películas pretenciosas, las imágenes del film sueco regresan con ganas de resignificar su jerarquía. En términos de composición visual, aunque el peso de la estilización es evidente, el director logra evitar el preciosismo gratuito; y por el lado narrativo, si bien incluye diversos elementos típicos (la metáfora del trampolín, por ejemplo), la película gana complejidad cuando se resiste a las lecturas lineales sobre la familia. Las fichas le caen todas juntas a esta chica, cuando comprueba que tener una familia constituida (como la de sus vecinos) no es garantía de salud psicológica; que no hay crecimiento sin asunción de los errores; que quizás no exista mayor soledad que la fundada en la infancia.
La clave es que ella no deja de ser una niña, que quiere lo que todas queremos cuando somos chicas. Dar con alguien que sienta deseos de peinarla, de acariciar su pelo con cariño. Con paciencia y en silencio.
domingo, 11 de abril de 2010
Bafici 2010 - Parte 2
A mitad de camino
Ocio (Argentina, 2010)
Dirección: Alejandro Lingenti, Juan Villegas
Sección: Selección Oficial Argentina
No es justo catalogar al protagonista de Ocio (Nahuel Viale) como otro ejemplar de la generación de jóvenes apáticos que ha pintado el Nuevo Cine Argentino, principalmente porque Andrés tiene una razón clara para estar encapsulado y desmotivado: su mamá murió (el hecho es reciente, por lo que se deja intuir). Se entiende que al muchacho sólo le preocupe pasar las horas deambulando por la calle con algún amigo o escuchando música encerrado en su habitación. Andrés vive con su padre y su hermano en una humilde casa de colores reconocibles: es un rincón de la ciudad de Buenos Aires, que otra vez se las ingenia para salir bien en la foto. Gris, otoñal, hermosa.
La puesta en escena de a poquito va indicando que estamos a mediados de los años 80, con un trabajo de observación muy delicado que probablemente sea el mejor aporte de Juan Villegas y Alejandro Lingenti, quienes adaptan aquí una novela de Fabián Casas. Si hay algo logrado en Ocio es la paulatina develación de detalles que definen tiempo, espacio y clase social, esos detalles atentos que ennoblecen el barthesiano “efecto de lo real”. Pienso, sobre todo, en las escenas de mesa: la cena con pálidos fideos y vino Toro, el desayuno escaso en tostadas, o esa pizza grasosa que se come a las apuradas.
Si al film le hubiera alcanzado con ser un acompañamiento descriptivo del duelo familiar, estaríamos seguramente ante una obra más compacta. Pero los problemas surgen al adosar viñetas y personajes que empañan ese clima inicial de elocuente intimidad, derivando hacia un relato híbrido con espasmos de comedia y toquecitos de violencia. Entonces sí, el protagonista termina hundido en una vaguedad dramática que lo asemeja a los adolescentes del cine de hoy, y se vuelve un punto ciego para la narración, un vórtice inexpresivo que tiñe de desinterés todas las acciones. Uno deja la sala con la sensación de que los realizadores encararon el film sin estar convencidos del rumbo a seguir.
Ocio (Argentina, 2010)
Dirección: Alejandro Lingenti, Juan Villegas
Sección: Selección Oficial Argentina
No es justo catalogar al protagonista de Ocio (Nahuel Viale) como otro ejemplar de la generación de jóvenes apáticos que ha pintado el Nuevo Cine Argentino, principalmente porque Andrés tiene una razón clara para estar encapsulado y desmotivado: su mamá murió (el hecho es reciente, por lo que se deja intuir). Se entiende que al muchacho sólo le preocupe pasar las horas deambulando por la calle con algún amigo o escuchando música encerrado en su habitación. Andrés vive con su padre y su hermano en una humilde casa de colores reconocibles: es un rincón de la ciudad de Buenos Aires, que otra vez se las ingenia para salir bien en la foto. Gris, otoñal, hermosa.
La puesta en escena de a poquito va indicando que estamos a mediados de los años 80, con un trabajo de observación muy delicado que probablemente sea el mejor aporte de Juan Villegas y Alejandro Lingenti, quienes adaptan aquí una novela de Fabián Casas. Si hay algo logrado en Ocio es la paulatina develación de detalles que definen tiempo, espacio y clase social, esos detalles atentos que ennoblecen el barthesiano “efecto de lo real”. Pienso, sobre todo, en las escenas de mesa: la cena con pálidos fideos y vino Toro, el desayuno escaso en tostadas, o esa pizza grasosa que se come a las apuradas.
Si al film le hubiera alcanzado con ser un acompañamiento descriptivo del duelo familiar, estaríamos seguramente ante una obra más compacta. Pero los problemas surgen al adosar viñetas y personajes que empañan ese clima inicial de elocuente intimidad, derivando hacia un relato híbrido con espasmos de comedia y toquecitos de violencia. Entonces sí, el protagonista termina hundido en una vaguedad dramática que lo asemeja a los adolescentes del cine de hoy, y se vuelve un punto ciego para la narración, un vórtice inexpresivo que tiñe de desinterés todas las acciones. Uno deja la sala con la sensación de que los realizadores encararon el film sin estar convencidos del rumbo a seguir.
viernes, 9 de abril de 2010
Bafici 2010 - Parte 1
Lo inigualable
Morrer como un homem (Portugal/Francia, 2009)
Dirección: João Pedro Rodrigues
Sección: Cine del Futuro
Película y personaje caminan con zapatos de tajo aguja, haciendo equilibrio, y todo el tiempo parece que van a desplomarse sobre el suelo de Lisboa. Pero el director y su criatura nunca se caen: saludan con dignidad y convierten al film en una de las reflexiones más inteligentes que el cine haya ofrecido sobre el tema del cambio de sexo. O, más precisamente, sobre el doloroso trabajo de ser único.
Morrer como un homem (Morir como un hombre) narra la historia de Tonia (sublime Fernando Santos), un travesti que trabaja como drag queen, tiene un hijo soldado y un joven amante drogadicto. Al principio (debo reconocerlo) creí que se trataba de otro ejercicio de glamorización del ser transexual, otro regodeo promiscuo en el exotismo de plumas y siliconas. Pero Tonia deja pronto de ser un rótulo para abrirse a una complejidad exquisita. João Pedro Rodrigues parte de los tópicos conocidos para demostrar que apenas hemos bordeado la orilla de ese mundo. Pienso, por ejemplo, en todos esos azules, amarillos y rojos fuertes que saturan la imagen y quieren arrastrar el ánimo hacia la fiesta, cuando a la vez todo lo que rodea a Tonia es pura angustia, humillación y violencia. O pienso en esa luna gigante y naranja que quiere ser bola de espejos, cuando lo que se viene un segundo después es un tristísimo musical quieto en medio de un bosque. Es que ella/él se está despidiendo. El cuerpo llama. La naturaleza planta su bandera.
En una de las primeras escenas, un médico pliega un pedacito de papel como si fuera a armar un avioncito. En realidad está explicando cómo un pene se puede transformar en clítoris. No es que la ciencia esté acompañando los cambios culturales: la cirugía es un negocio y no le pidan sensibilidades. El film se ocupará de describir que vivir con un cuerpo artificial no es tan sencillo, porque la biología dice que Tonia nació hombre y esa es la verdad que Rodrigues pone en primer plano. En este sentido, su postura es realista al extremo de desafiar las consignas meramente voluntaristas de la militancia gay, y las supera porque se hace cargo de lo fundamental. Tal vez las Tonias de este universo no puedan nunca ser madres o padres clásicos. Tal vez deban ser las dos cosas a la vez, o un sujeto complemente nuevo. ¿Quién sabe? A la naturaleza no le interesa entenderlo. La ciencia todavía no puede. Un ser inigualable como Tonia solo puede ser concebido por el arte, el único instrumento que puede hacernos parir lo que aún no existe pero quiere nacer.
Mientras corrían los títulos finales, lo imaginé a Fassbinder montado en una nube sobre Buenos Aires, llorando y aplaudiendo como loca ante esta obra maestra.
Morrer como un homem (Portugal/Francia, 2009)
Dirección: João Pedro Rodrigues
Sección: Cine del Futuro
Película y personaje caminan con zapatos de tajo aguja, haciendo equilibrio, y todo el tiempo parece que van a desplomarse sobre el suelo de Lisboa. Pero el director y su criatura nunca se caen: saludan con dignidad y convierten al film en una de las reflexiones más inteligentes que el cine haya ofrecido sobre el tema del cambio de sexo. O, más precisamente, sobre el doloroso trabajo de ser único.
Morrer como un homem (Morir como un hombre) narra la historia de Tonia (sublime Fernando Santos), un travesti que trabaja como drag queen, tiene un hijo soldado y un joven amante drogadicto. Al principio (debo reconocerlo) creí que se trataba de otro ejercicio de glamorización del ser transexual, otro regodeo promiscuo en el exotismo de plumas y siliconas. Pero Tonia deja pronto de ser un rótulo para abrirse a una complejidad exquisita. João Pedro Rodrigues parte de los tópicos conocidos para demostrar que apenas hemos bordeado la orilla de ese mundo. Pienso, por ejemplo, en todos esos azules, amarillos y rojos fuertes que saturan la imagen y quieren arrastrar el ánimo hacia la fiesta, cuando a la vez todo lo que rodea a Tonia es pura angustia, humillación y violencia. O pienso en esa luna gigante y naranja que quiere ser bola de espejos, cuando lo que se viene un segundo después es un tristísimo musical quieto en medio de un bosque. Es que ella/él se está despidiendo. El cuerpo llama. La naturaleza planta su bandera.
En una de las primeras escenas, un médico pliega un pedacito de papel como si fuera a armar un avioncito. En realidad está explicando cómo un pene se puede transformar en clítoris. No es que la ciencia esté acompañando los cambios culturales: la cirugía es un negocio y no le pidan sensibilidades. El film se ocupará de describir que vivir con un cuerpo artificial no es tan sencillo, porque la biología dice que Tonia nació hombre y esa es la verdad que Rodrigues pone en primer plano. En este sentido, su postura es realista al extremo de desafiar las consignas meramente voluntaristas de la militancia gay, y las supera porque se hace cargo de lo fundamental. Tal vez las Tonias de este universo no puedan nunca ser madres o padres clásicos. Tal vez deban ser las dos cosas a la vez, o un sujeto complemente nuevo. ¿Quién sabe? A la naturaleza no le interesa entenderlo. La ciencia todavía no puede. Un ser inigualable como Tonia solo puede ser concebido por el arte, el único instrumento que puede hacernos parir lo que aún no existe pero quiere nacer.
Mientras corrían los títulos finales, lo imaginé a Fassbinder montado en una nube sobre Buenos Aires, llorando y aplaudiendo como loca ante esta obra maestra.
miércoles, 7 de abril de 2010
Hoy comienza el Bafici
Hace mucho tiempo que no leía un artículo tan bello como el que Osvaldo Bazán publicó hace unos días en el diario Crítica. Mientras avanzaba en la lectura, mis reflejos me traían imágenes de festivales anteriores, de los que me quedan grandes momentos, dentro y fuera de una sala, y muchos de ellos tienen que ver con personas que conocí, con las que conversé, de quienes aprendí mucho. No puedo dejar de sentir que con los años se ha perdido un poco el encuentro con los otros… pero esto no es culpa del cine.
Para quienes no lo leyeron, copio abajo el texto completo de Bazán (vale la pena). Los destacados son míos.
Doce libritos adorados
Por Osvaldo Bazán *
Cada cual mide el paso del tiempo como puede, como quiere, como se le ocurre. Pueden ser obvios almanaques, impresentables amantes, obscenas posesiones, desaparecidos pelos. Lo que no varía es el tiempo.
Tengo una posesión preciosa que me marca el paso del tiempo; eso que sería lo último de lo que me desprendería, el equipaje para la isla desierta, el Rosebud que explica la existencia. Quizás esté exagerando, pero no es algo que no haga habitualmente. Exagerar, digo.
Tengo doce libritos de los que no me desprenderé aunque vengan degollando. De acuerdo, puede sonar superficial esta afirmación en un país en el que hubo que desprenderse de mucho más que libros porque efectivamente vinieron degollando. Pero los tiempos también son más superficiales.
Se trata de doce libritos de distintos tamaños: los primeros ocho de más o menos 30 x 22 cm, los últimos cuatro de 22 x 15 cm. Doce libritos de distintos colores: uno blanco, uno negro, uno blanco y negro, uno fucsia, uno gris y los otros ocho, entre celestes y azules. Cada libro, un año.
Desde 1999, puntual, como las estaciones, bajan los calores, empiezan a aclarar las hojas de los árboles hacia un amarillo final, se huele merluza en el aire y aparece el Bafici: Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. Y cada Bafici tiene un catálogo. Acabo de conseguir mi librito preciado número doce.
En los once anteriores están anotadas las películas que vi cada año; los permisos que pedí en los trabajos, las mentiras que puse para escaparme, los teléfonos de la gente que conocí en esos encuentros. Son diez días que estremecen mi mundo.
Son clases profundas de historia, geografía, psicología, sociología, música, lo que se te ocurra. Es la educación sentimental que el Estado no me dio en casi ninguna otra circunstancia.
Era un domingo de abril de 2001, todavía éramos uno a uno. Afuera había un sol amarillo de otoño, cierto último calor. El director de la película, el húngaro Bela Tarr, nos miró como si fuéramos sea monkeys en la oscuridad de la sala del Abasto. Dijo: “Está hermosa Buenos Aires ahí afuera, es domingo, yo me voy a recorrer la ciudad, son las dos de la tarde. Piensen bien si se quieren quedar, yo vuelvo a las nueve de la noche, cuando la película termine”.
Y se fue dejándonos a los cientos de tipos que estábamos ahí con siete horas de llovizna en blanco y negro, con el tiempo en tensión entre el derrumbe del comunismo y la aparición del capitalismo en una granja colectiva, Sáátantango se llama la película y es el deporte extremo más inolvidable del que participé. Al final de la noche, cuando Tarr volvió, casi nadie se había ido y todos dijimos “gracias, Bafici”.
Cada película del Bafici –incluso las malas, incluso las pésimas– es una puerta abierta a una realidad que, al conocerla, te modifica. Sí, suena exagerado. Pero ver de cerca –tan de cerca como la sensibilidad de sus autores te lo permita– los problemas, soluciones, deseos y frustraciones de gente parada en cualquier punto del globo es la sensación más humana que podés sentir.
Salir de la cajita K/anti-K en la que nos encerramos y terminamos destruyéndonos los que deberíamos estar juntos, nos recuerda que estamos vivos y que la gracia está en los colores, aunque la película sea en blanco y negro. Que no hay soluciones mágicas, seres iluminados ni comienzos de la historia. Que todo fluye, que somos gente, que lo que hacemos es lo que podemos, acá, allá y en todas partes.
Es sintomático, supongo, que alguna parte de la clase media porteña mire de soslayo a esos miles de enloquecidos que corren en abril por el Shopping del Abasto al grito de “¡la cubana!, ¡la cubana!” o “¿dónde está la taiwanesa?”, como si estuvieran en un burdel internacional (y algo de eso hay).
Hay mucha gente también dispuesta a decretar a su propia sensibilidad como única posible; cristalizar el nivel emocional ahí donde llega y sospechar de todo lo demás. Contra eso trabaja el Bafici. Contra la mirada única, la mejor manera de tratarte como muerto aún cuando estás vivo.
Sí, claro que hay esnobismo en las chicas con vestidos como veladores, en los chicos que se cruzan el bolsito para ir al punto de encuentro. Pero ya hablar de esnobismo es esnob. Y nadie sabe bien qué corno es. Mejor disfrutar de las películas.
Los directores artísticos del festival fueron, correlativamente, Andrés Di Tella, Quintín, Fernando Martín Peña y Sergio Wolf; todos nombres prestigiosos dentro de lo suyo, irreprochables. Por supuesto que ante cada cambio de gobierno, ante cada cambio de dirección artística, surgieron rumores y rencillas y ese puterío tan oficinesco que corresponde.
Pero no menos cierto es que el Bafici como olla pirula del cine del mundo se siguió cocinando, aumentando y alimentando no sólo a los cinéfilos empedernidos sino también a decenas de miles de argentinos (una versión reducida del festival sale de paseo por algunas provincias del país, cuestión que sería buenísimo que se pudiera ampliar) que ven cada vez más ahogada su posibilidad de trabajar su sensibilidad para un lado que no sea lo que Hollywood dispone. Y esto no es necesariamente una observación hacia los modos artísticos del imperio, sino simplemente hacia su omnipresencia y la asfixia que esa omnipresencia produce.
Pero hay más, y ahora que repaso la colección de catálogos para sumar al nuevo amigo, recuerdo que en la primera página de cada uno de mis doce libritos adorados constan las autoridades municipales, encabezadas por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y el orden, en los doce libritos es: primer Bafici, 1999, Fernando de la Rúa; segundo, 2000, Enrique Olivera; del 3° al 7° festival de 2001 a 2005, Aníbal Ibarra; 8° y 9° festival, de 2006, 2007, Jorge Telerman; 10°, 11° y 12° festival, de 2008 a 2010, Mauricio Macri. Para simplificar: radicales, progresistas, peronistas, derechistas. A ninguno se le ocurrió –y, si se le ocurrió, no pudo– levantar el festival y empezar otro, o no empezar ninguno. No sé si habrá muchas otras iniciativas del Estado que continúen a través de los años como el Bafici. Sin duda, ahí hay una clave del éxito.
El próximo miércoles empieza un nuevo festival. No sólo estoy más viejo, también soy mejor. Y en parte se lo debo al Bafici. Que tengamos un buen festival.
Para quienes no lo leyeron, copio abajo el texto completo de Bazán (vale la pena). Los destacados son míos.
Doce libritos adorados
Por Osvaldo Bazán *
Cada cual mide el paso del tiempo como puede, como quiere, como se le ocurre. Pueden ser obvios almanaques, impresentables amantes, obscenas posesiones, desaparecidos pelos. Lo que no varía es el tiempo.
Tengo una posesión preciosa que me marca el paso del tiempo; eso que sería lo último de lo que me desprendería, el equipaje para la isla desierta, el Rosebud que explica la existencia. Quizás esté exagerando, pero no es algo que no haga habitualmente. Exagerar, digo.
Tengo doce libritos de los que no me desprenderé aunque vengan degollando. De acuerdo, puede sonar superficial esta afirmación en un país en el que hubo que desprenderse de mucho más que libros porque efectivamente vinieron degollando. Pero los tiempos también son más superficiales.
Se trata de doce libritos de distintos tamaños: los primeros ocho de más o menos 30 x 22 cm, los últimos cuatro de 22 x 15 cm. Doce libritos de distintos colores: uno blanco, uno negro, uno blanco y negro, uno fucsia, uno gris y los otros ocho, entre celestes y azules. Cada libro, un año.
Desde 1999, puntual, como las estaciones, bajan los calores, empiezan a aclarar las hojas de los árboles hacia un amarillo final, se huele merluza en el aire y aparece el Bafici: Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente. Y cada Bafici tiene un catálogo. Acabo de conseguir mi librito preciado número doce.
En los once anteriores están anotadas las películas que vi cada año; los permisos que pedí en los trabajos, las mentiras que puse para escaparme, los teléfonos de la gente que conocí en esos encuentros. Son diez días que estremecen mi mundo.
Son clases profundas de historia, geografía, psicología, sociología, música, lo que se te ocurra. Es la educación sentimental que el Estado no me dio en casi ninguna otra circunstancia.
Era un domingo de abril de 2001, todavía éramos uno a uno. Afuera había un sol amarillo de otoño, cierto último calor. El director de la película, el húngaro Bela Tarr, nos miró como si fuéramos sea monkeys en la oscuridad de la sala del Abasto. Dijo: “Está hermosa Buenos Aires ahí afuera, es domingo, yo me voy a recorrer la ciudad, son las dos de la tarde. Piensen bien si se quieren quedar, yo vuelvo a las nueve de la noche, cuando la película termine”.
Y se fue dejándonos a los cientos de tipos que estábamos ahí con siete horas de llovizna en blanco y negro, con el tiempo en tensión entre el derrumbe del comunismo y la aparición del capitalismo en una granja colectiva, Sáátantango se llama la película y es el deporte extremo más inolvidable del que participé. Al final de la noche, cuando Tarr volvió, casi nadie se había ido y todos dijimos “gracias, Bafici”.
Cada película del Bafici –incluso las malas, incluso las pésimas– es una puerta abierta a una realidad que, al conocerla, te modifica. Sí, suena exagerado. Pero ver de cerca –tan de cerca como la sensibilidad de sus autores te lo permita– los problemas, soluciones, deseos y frustraciones de gente parada en cualquier punto del globo es la sensación más humana que podés sentir.
Salir de la cajita K/anti-K en la que nos encerramos y terminamos destruyéndonos los que deberíamos estar juntos, nos recuerda que estamos vivos y que la gracia está en los colores, aunque la película sea en blanco y negro. Que no hay soluciones mágicas, seres iluminados ni comienzos de la historia. Que todo fluye, que somos gente, que lo que hacemos es lo que podemos, acá, allá y en todas partes.
Es sintomático, supongo, que alguna parte de la clase media porteña mire de soslayo a esos miles de enloquecidos que corren en abril por el Shopping del Abasto al grito de “¡la cubana!, ¡la cubana!” o “¿dónde está la taiwanesa?”, como si estuvieran en un burdel internacional (y algo de eso hay).
Hay mucha gente también dispuesta a decretar a su propia sensibilidad como única posible; cristalizar el nivel emocional ahí donde llega y sospechar de todo lo demás. Contra eso trabaja el Bafici. Contra la mirada única, la mejor manera de tratarte como muerto aún cuando estás vivo.
Sí, claro que hay esnobismo en las chicas con vestidos como veladores, en los chicos que se cruzan el bolsito para ir al punto de encuentro. Pero ya hablar de esnobismo es esnob. Y nadie sabe bien qué corno es. Mejor disfrutar de las películas.
Los directores artísticos del festival fueron, correlativamente, Andrés Di Tella, Quintín, Fernando Martín Peña y Sergio Wolf; todos nombres prestigiosos dentro de lo suyo, irreprochables. Por supuesto que ante cada cambio de gobierno, ante cada cambio de dirección artística, surgieron rumores y rencillas y ese puterío tan oficinesco que corresponde.
Pero no menos cierto es que el Bafici como olla pirula del cine del mundo se siguió cocinando, aumentando y alimentando no sólo a los cinéfilos empedernidos sino también a decenas de miles de argentinos (una versión reducida del festival sale de paseo por algunas provincias del país, cuestión que sería buenísimo que se pudiera ampliar) que ven cada vez más ahogada su posibilidad de trabajar su sensibilidad para un lado que no sea lo que Hollywood dispone. Y esto no es necesariamente una observación hacia los modos artísticos del imperio, sino simplemente hacia su omnipresencia y la asfixia que esa omnipresencia produce.
Pero hay más, y ahora que repaso la colección de catálogos para sumar al nuevo amigo, recuerdo que en la primera página de cada uno de mis doce libritos adorados constan las autoridades municipales, encabezadas por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Y el orden, en los doce libritos es: primer Bafici, 1999, Fernando de la Rúa; segundo, 2000, Enrique Olivera; del 3° al 7° festival de 2001 a 2005, Aníbal Ibarra; 8° y 9° festival, de 2006, 2007, Jorge Telerman; 10°, 11° y 12° festival, de 2008 a 2010, Mauricio Macri. Para simplificar: radicales, progresistas, peronistas, derechistas. A ninguno se le ocurrió –y, si se le ocurrió, no pudo– levantar el festival y empezar otro, o no empezar ninguno. No sé si habrá muchas otras iniciativas del Estado que continúen a través de los años como el Bafici. Sin duda, ahí hay una clave del éxito.
El próximo miércoles empieza un nuevo festival. No sólo estoy más viejo, también soy mejor. Y en parte se lo debo al Bafici. Que tengamos un buen festival.
* Artículo publicado en el diario Crítica de la Argentina (02/04/10)
Fotos: 1) Excursiones, de Ezequiel Acuña (Bafici 2009); 2) Crimson Gold, de Jafar Panahi (Bafici 2004), 3) Irma Vep, de Olivier Assayas (Bafici 2001), 4) Ossos, de Pedro Costa (Bafici 2002); 5) Oasis, de Lee Chang-dong (Bafici 2003).
Fotos: 1) Excursiones, de Ezequiel Acuña (Bafici 2009); 2) Crimson Gold, de Jafar Panahi (Bafici 2004), 3) Irma Vep, de Olivier Assayas (Bafici 2001), 4) Ossos, de Pedro Costa (Bafici 2002); 5) Oasis, de Lee Chang-dong (Bafici 2003).
martes, 6 de abril de 2010
Dos hermanos, de Daniel Burman
Dos hermanos levanta vuelo en el momento en que Susana (Graciela Borges) empieza a cansarse del disfraz que la hace odiosa. Mientras su hermano Marcos (Antonio Gasalla) aprende a tallarse un lugarcito en el mundo, Susana se ciñe aún más a las paredes de su atolladero existencial. Entonces la vemos recluirse en su casa, en bata y con el whisky en la mano, lejos de la siniestra careta kitsch. La vemos real. Alguna foto asoma por allí, en donde se la ve abrazada a un hombre del que nada sabremos (es la clase de discreción que se agradece). Quizás alguna vez Susana fue feliz. Cuando la película se vuelve realmente áspera, Daniel Burman gana contundencia y cercanía. Pero para llegar a ese punto tuvimos que atravesar más de una hora de cine hecho a reglamento, un film algo desvaído solo sostenido por dos presencias que son mucho más que la historia. (Hay que reconocer que Gasalla está muy bien, mientras que la Borges está sencillamente magnífica.)
Ella es opresora y finge una alcurnia que no tiene; él se resigna a acompañarla y quererla como puede. Detrás de ambos personajes se acumulan décadas de soledad, orgullos dañados y deseos cajoneados, un pasado que el guión apenas esboza y que sin embargo pesa mucho, al punto de borronear los pasos de comedia. Burman busca el gag pero sólo produce algunas sonrisas amargas, ya que aquí no bulle la espontaneidad que destilan otros trabajos suyos como Derecho de familia o El nido vacío. Es que en Dos hermanos se intuye una negrura larvaria que el director no se atreve a investigar por completo, tal vez porque la necesidad de liviandad es más fuerte. O rentable.
Ella es opresora y finge una alcurnia que no tiene; él se resigna a acompañarla y quererla como puede. Detrás de ambos personajes se acumulan décadas de soledad, orgullos dañados y deseos cajoneados, un pasado que el guión apenas esboza y que sin embargo pesa mucho, al punto de borronear los pasos de comedia. Burman busca el gag pero sólo produce algunas sonrisas amargas, ya que aquí no bulle la espontaneidad que destilan otros trabajos suyos como Derecho de familia o El nido vacío. Es que en Dos hermanos se intuye una negrura larvaria que el director no se atreve a investigar por completo, tal vez porque la necesidad de liviandad es más fuerte. O rentable.
lunes, 5 de abril de 2010
Cada país
Cada país es un universo,
dentro del universo
Un hervidero de sueños y herencias,
de quejas y sugerencias
Cada país, por los pasos que anda,
refleja quien manda
Cada país, por lo que entristece,
nos cuenta quién obedece
Cada país tiene sus secretos
Unos más rectos, otros en círculo
Los que merecen dormir en respeto,
los que merecen morir por ridículos
Pero también tienen sus peligros,
Los nativos, los errantes
Los que si deja crecer les revientan
Los que ni aducen, los que se inventan
Cada país lava sus errores
A veces horrores
Con hombres que siempre saben contestar:
¿Qué harías tú en mi lugar?
Vas de tu país a tu raíz
Nunca te irás del todo
Ni a los ruidos con silencios
Ni a otras tierras con más oro
vas de tu raíz a tu país
una canción te lleva
de regreso a donde un beso
simple y cierto te espera
Cada país con altares y dioses
Leyendas y magias
Para espantarse los miedos con luces
Pa’ que los buenos nunca se les vayan
Cada país tiene sus amistades
Y cual preñados de edades
Sus antojitos de panes y peces
Acorde a sus intereses
Cada país tiene historias contadas
Empobrecidas o glorificadas
Sus manías sus cinismos
Sus huecos de oportunismo
Cada país ve a sus sortilegios
Como a privilegios
Y no se cuentan ni en años ni inviernos
Sino en sus hijos eternos
Buena Fe
dentro del universo
Un hervidero de sueños y herencias,
de quejas y sugerencias
Cada país, por los pasos que anda,
refleja quien manda
Cada país, por lo que entristece,
nos cuenta quién obedece
Cada país tiene sus secretos
Unos más rectos, otros en círculo
Los que merecen dormir en respeto,
los que merecen morir por ridículos
Pero también tienen sus peligros,
Los nativos, los errantes
Los que si deja crecer les revientan
Los que ni aducen, los que se inventan
Cada país lava sus errores
A veces horrores
Con hombres que siempre saben contestar:
¿Qué harías tú en mi lugar?
Vas de tu país a tu raíz
Nunca te irás del todo
Ni a los ruidos con silencios
Ni a otras tierras con más oro
vas de tu raíz a tu país
una canción te lleva
de regreso a donde un beso
simple y cierto te espera
Cada país con altares y dioses
Leyendas y magias
Para espantarse los miedos con luces
Pa’ que los buenos nunca se les vayan
Cada país tiene sus amistades
Y cual preñados de edades
Sus antojitos de panes y peces
Acorde a sus intereses
Cada país tiene historias contadas
Empobrecidas o glorificadas
Sus manías sus cinismos
Sus huecos de oportunismo
Cada país ve a sus sortilegios
Como a privilegios
Y no se cuentan ni en años ni inviernos
Sino en sus hijos eternos
Buena Fe
domingo, 4 de abril de 2010
Suertes
Azar no es arrojar una moneda al aire.
Ni siquiera esperar el cara o cruz.
Azar es atrapar la moneda en el aire
y huir sin dejar rastro.
Jorge Boccanera
Ni siquiera esperar el cara o cruz.
Azar es atrapar la moneda en el aire
y huir sin dejar rastro.
Jorge Boccanera
jueves, 1 de abril de 2010
Topiario
No siendo posible a veces comprender
por qué hay gente cuya carne ha de parecer
cual carroña tumefacta en fétida vaharada,
henchida de larvas ante el ojo que la mira,
henchida de larvas para el tacto de una mano;
por qué hay hombres sin piernas,
como balas en carritos chirriando
cual monos de interminables brazos:
no pudiendo ver por qué Dios el Topiario
ha de formar, esculpir y retorcer
los cuerpos humanos en tan fantasmagóricas figuras:
sí, ignorando la finalidad de todo esto, a veces deseo
ser algo fabuloso en la mente de un tonto,
o, en el fondo del océano, en un mundo sordo y ciego,
feliz y remoto, un gigantesco pez de desorbitados ojos.
por qué hay gente cuya carne ha de parecer
cual carroña tumefacta en fétida vaharada,
henchida de larvas ante el ojo que la mira,
henchida de larvas para el tacto de una mano;
por qué hay hombres sin piernas,
como balas en carritos chirriando
cual monos de interminables brazos:
no pudiendo ver por qué Dios el Topiario
ha de formar, esculpir y retorcer
los cuerpos humanos en tan fantasmagóricas figuras:
sí, ignorando la finalidad de todo esto, a veces deseo
ser algo fabuloso en la mente de un tonto,
o, en el fondo del océano, en un mundo sordo y ciego,
feliz y remoto, un gigantesco pez de desorbitados ojos.
Aldous Huxley
(Versión de J. Isaías Gómez López)
(Versión de J. Isaías Gómez López)
La fotografía pertenece a Steve McCurry.