Hay películas que llegan atascadas en un embotellamiento de marketing. Se habla demasiado de ellas, se pierden en el tráfico mediático y al rato son olvidadas para dejar paso al nuevo fenómeno. Para vender Actividad Paranormal (Paranormal Activity) se insistió con su proeza de haber recaudado más de 80 millones de dólares (solo en Estados Unidos) cuando apenas había costado 15 mil. Muchos sospecharon de esta estrategia y se apuraron a colgarle el cartel de “Alerta: fraude”. Y así es como nos acercamos a la película, picados por la curiosidad y a la vez armados de impaciencia y desconfianza.
Lo bueno del tiempo es que ayuda a aplacar esas prevenciones, y uno puede rescatar la obra por lo que genuinamente es: una humilde película de terror que se presenta como filmación casera, con un par de hallazgos interesantes.
No, por supuesto que no es Sexto Sentido, ni Poltergeist, ni El Ente, ni se puede comparar con Blair Witch Project, por nombrar solo algunos títulos afines. Actividad Paranormal falla en varios niveles, empezando por la pareja protagonista y su inverosímil terquedad: ¿por qué no abandonan esa casa cuando ya hay pruebas suficientes de que corren serio peligro? La explicación es que el “espíritu maligno” (o como quieran llamarlo) perseguirá a la muchacha dondequiera que ella vaya, y es por eso que su novio propone filmarla por las noches, durante el sueño, para comprender qué pasa y enfrentar esa amenaza de una vez y para siempre. Lástima que el novio no hace mucho más que sostener la cámara y mascar ironías ante la angustia de su chica. Es un tonto importante.
Pero dejemos todo esto de lado, por un momento, para observar las escenas del dormitorio, en las que figura un reloj contador en el rincón inferior derecho de la pantalla. Sabemos entonces que el editor decidió adelantar las imágenes, acelerarlas, para detenerse solo en los instantes significativos, los que encierran algo raro, ambiguo. En esos segundos, el film concentra y potencia al máximo nuestra atención, nuestros nervios, el deseo de ver. Todo lo que allí sucede, en campo y fuera de campo, forma parte del misterio, sin trucos disuasorios. En este aspecto, la película parecería declararle la guerra al llamado “golpe de efecto”, ese tramposo efecto-sorpresa (sonoro, visual, o ambos) que asusta y manipula pero no necesariamente narra, un recurso que el género ha exprimido al punto de agotar sus primitivas delicias.*
En medio del matorral gobernado por la obscenidad redundante (El juego del miedo), los cruces inocuos de ficción y documento (Contactos del cuarto tipo/ The fourth kind, que se estrena esta semana) y el efectismo remolón (Los extraños), el film de Oren Peli encuentra un pequeño espacio para respetar el miedo. Por unos instantes, el mundo se reduce a una cama, dos personas que duermen y una puerta abierta. Nuestros ojos se amilanan frente a ese cuadro tan común y cotidiano, y al mismo tiempo se mueren por saber y escanean la pantalla con desesperación para dar con algún signo, cualquier indicio que confirme (o desmienta) que ese otro lado de lo real es posible. Doble ejercicio para la mirada y los oídos: depuración para apreciar lo mínimo; musculación para alcanzar lo que aún no conocemos pero necesitamos ver. Mientras una película se preocupe por sostener esa gimnasia, el cine seguirá vivo.
Actividad Paranormal acaba de salir en DVD, editado por AVH.
* Si quieren ahondar en el concepto de “golpe de efecto”, recomiendo un texto que Hernán publicó hace un tiempo en su blog Plano Cenital.
miércoles, 31 de marzo de 2010
martes, 30 de marzo de 2010
El celular, una "ficción de vida"
El teléfono
Por Vicente Verdú *
- El tradicional teléfono fijo, instalado en la oficina o en casa, aumentaba la escala de la boca y de la oreja. Hacía saber que con su auxilio crecía aparatosamente la facultad de hablar y de escuchar. Su robusto micrófono potenciaba la voz y el auricular magnificaba el pabellón que oía. Pero en el móvil ocurre casi lo contrario. Ni el oído ni la boca se encuentran esbozados y su tamaño, cada vez menor, disimula la trascendencia de su uso.
- Nos comunicábamos a distancia gracias a la benevolente providencia del teléfono que hacía posible, como altísima novedad, hablar sin cuerpo, escucharse sin desplazarse. Pero ahora el teléfono móvil hace olvidar -con su movilidad incesante- el milagroso don de establecer los contactos a distancia.
- La voz telefónica, la voz sin la máscara del rostro que tanto admiraba Proust en 1913 (En busca del tiempo perdido. El mundo de Guermantes), ha perdido casi toda encantación puesto que ha llegado a ser uno de los repertorios comunes. Más aún el rostro aparece en el móvil superando con su fuerza la identidad del aparato. De hecho, poco a poco, la biografía de cada cual va dejando su rastro en ese artefacto y anticipando el día en que el código genético se sume a los circuitos. De hecho, en las películas se constata que el enemigo sucumbe con facilidad tan pronto pierde su móvil, suerte de ADN extracorpóreo y arma crucial para el socorro o la defensa.
- El teléfono fijo era igual para todos pero en el móvil se plasma la individualidad sea a través del diseño de las grandes marcas, sea mediante esto y el añadido del tuning que cada cual aporta a su aparato.
- Ahora todos los ciudadanos occidentales tienen teléfono. Y no sólo móvil sino móvil y fijo y, en ocasiones, dos móviles o más. Hace apenas medio siglo, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, tener una casa con teléfono constituía en España un signo de status. Pero también, tanto entonces como ahora recibir más o menos llamadas sirve como un indicador de la relevancia personal y profesional del propietario. Cierto grado de afirmación de un individuo se plasma en el funcionamiento del móvil y más a través del número de llamadas que recibe que de las llamadas que emite. Quien llama solicita, acaso se subordina, mientras que el sujeto llamado es requerido, necesitado.
- Los primeros teléfonos domésticos se colocaban en muchos casos clavados en la pared y obligaban a hablar a la altura dialogante de las bocas. Este diálogo, espacialmente cara a cara, no eludía sin embargo los recursos a la mendacidad para cuya práctica el teléfono ha sido el rey del disimulo y la mentira: "ha salido", "no puede ponerse","le llamaremos. Y, también, de acuerdo a las películas y las novelas negras un instrumento temible en malas noticias y amenazas.
- De hecho el teléfono antes y ahora se ha mantenido como importantísimo y poderosísimo. La gente abandona sus tareas, deja de hacer el amor, se echa de la cama, corre por el pasillo jadeando para no perder su llamada. El teléfono se revela en estos casos como representante de una fuerte ficción de vida, vida irrepetible, crucial y, de hecho, cuando los futuros suicidas han decidido la irreversibilidad de su plan, descuelgan antes y definitivamente el teléfono.
* Extractos de un artículo publicado por el autor en su blog. Ir al texto completo.
Por Vicente Verdú *
- El tradicional teléfono fijo, instalado en la oficina o en casa, aumentaba la escala de la boca y de la oreja. Hacía saber que con su auxilio crecía aparatosamente la facultad de hablar y de escuchar. Su robusto micrófono potenciaba la voz y el auricular magnificaba el pabellón que oía. Pero en el móvil ocurre casi lo contrario. Ni el oído ni la boca se encuentran esbozados y su tamaño, cada vez menor, disimula la trascendencia de su uso.
- Nos comunicábamos a distancia gracias a la benevolente providencia del teléfono que hacía posible, como altísima novedad, hablar sin cuerpo, escucharse sin desplazarse. Pero ahora el teléfono móvil hace olvidar -con su movilidad incesante- el milagroso don de establecer los contactos a distancia.
- La voz telefónica, la voz sin la máscara del rostro que tanto admiraba Proust en 1913 (En busca del tiempo perdido. El mundo de Guermantes), ha perdido casi toda encantación puesto que ha llegado a ser uno de los repertorios comunes. Más aún el rostro aparece en el móvil superando con su fuerza la identidad del aparato. De hecho, poco a poco, la biografía de cada cual va dejando su rastro en ese artefacto y anticipando el día en que el código genético se sume a los circuitos. De hecho, en las películas se constata que el enemigo sucumbe con facilidad tan pronto pierde su móvil, suerte de ADN extracorpóreo y arma crucial para el socorro o la defensa.
- El teléfono fijo era igual para todos pero en el móvil se plasma la individualidad sea a través del diseño de las grandes marcas, sea mediante esto y el añadido del tuning que cada cual aporta a su aparato.
- Ahora todos los ciudadanos occidentales tienen teléfono. Y no sólo móvil sino móvil y fijo y, en ocasiones, dos móviles o más. Hace apenas medio siglo, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, tener una casa con teléfono constituía en España un signo de status. Pero también, tanto entonces como ahora recibir más o menos llamadas sirve como un indicador de la relevancia personal y profesional del propietario. Cierto grado de afirmación de un individuo se plasma en el funcionamiento del móvil y más a través del número de llamadas que recibe que de las llamadas que emite. Quien llama solicita, acaso se subordina, mientras que el sujeto llamado es requerido, necesitado.
- Los primeros teléfonos domésticos se colocaban en muchos casos clavados en la pared y obligaban a hablar a la altura dialogante de las bocas. Este diálogo, espacialmente cara a cara, no eludía sin embargo los recursos a la mendacidad para cuya práctica el teléfono ha sido el rey del disimulo y la mentira: "ha salido", "no puede ponerse","le llamaremos. Y, también, de acuerdo a las películas y las novelas negras un instrumento temible en malas noticias y amenazas.
- De hecho el teléfono antes y ahora se ha mantenido como importantísimo y poderosísimo. La gente abandona sus tareas, deja de hacer el amor, se echa de la cama, corre por el pasillo jadeando para no perder su llamada. El teléfono se revela en estos casos como representante de una fuerte ficción de vida, vida irrepetible, crucial y, de hecho, cuando los futuros suicidas han decidido la irreversibilidad de su plan, descuelgan antes y definitivamente el teléfono.
* Extractos de un artículo publicado por el autor en su blog. Ir al texto completo.
domingo, 28 de marzo de 2010
Hermanos, de Jim Sheridan
Sam Cahill (Tobey Maguire) es mucho más que un soldado. Es un ejemplo de ciudadano norteamericano: hijo adorado, buen marido, correcto padre, joven valiente y trabajador, todo lo que su hermano menor Tommy (Jake Gyllenhaal) no es. El papá de ambos (Sam Shepard), militar retirado, se ocupa de remarcar esa diferencia en las primeras escenas del film, cuando nos informan que Tommy acaba de salir de la cárcel mientras que Sam se prepara para cumplir una misión en Afganistán.
Sam no es cualquier marine: es un marine de Hollywood. Debe mostrarse orgulloso de su uniforme caqui y sobrevolar el desierto enemigo con una sonrisa cuasi orgásmica al afirmar: “Se siente como en casa”. Parece demasiado peso para el pobre Tobey Maguire. Y lo es. Algo rechina desde los primeros minutos del film, cuando lo vemos calzarse un traje que lo excede. Maguire luce tan esmirriado y pálido que casi se vuelve transparente, muy lejos del recio Capitán de Infantería que esta historia reclamaba. Encima sufrirá situaciones muy feas que lo dejarán alienado y perturbado, actitudes que el actor traduce en petrificación y ojos bien abiertos, tan abiertos que uno cree que en cualquier momento podrían salirse de sus cuencas, como en un dibujito animado. Aunque Maguire le ponga el alma entera, no da con el physique du rôle del personaje, y cuesta palpar su dolor cuando se antepone el artificio de la interpretación. Tampoco hay un gran aporte de las otras estrellas, ya que Gyllenhaal no tiene pinta de ex convicto, ni a Natalie Portman se la nota convencida como madre de dos niñas no tan pequeñas (ellos, cuñados en la ficción, compartirán cierta intimidad que traerá consecuencias).
Estos problemas llaman la atención en un dotado director de actores como lo es Jim Sheridan, quien en películas como Mi pie izquierdo, En el nombre del padre y The Boxer supo explotar en su justa dimensión nada menos que a Daniel Day Lewis. Pero mientras aquellos eran proyectos personales, Hermanos (Brothers) se delata como un trabajo por encargo, con una puesta en escena arrinconada en la obviedad y un relato maniqueo, sobre todo cuando explica la relaciones padre-hijo y el accionar de los afganos invadidos. Sin otras inquietudes estéticas que las presumibles en un mainstream de manual, Sheridan se limitó a trasladar de Dinamarca a Estados Unidos la historia que ya había filmado, con mucha mayor destreza, la realizadora Susanne Bier.
Volvamos entonces al physique du rôle de Maguire, a quien varios críticos calificaron como “error de casting”: es cierto, y ya lo señalamos, que en principio no resulta el actor ideal para encarnar a un militar violento. Pero no lo culpemos, porque esto es cine y una película es un todo, una red de voluntades, un sistema de fuerzas invisibles que, bien calibradas, pueden decir lo que el semblante calla. Nadie hubiese apostado a Maguire en la piel del Hombre Araña, o en la del repentino amante de Charlize Theron en Las reglas de la vida (The cider house rules, precioso film de Lasse Hallström); y sin embargo, él brilló en esos personajes, sin perder nunca esa mirada de perplejidad compulsiva. En Hermanos podría haber ocurrido lo mismo si no se tratara de un producto tan mecánico, un calco descolorido incapaz de entender la tragedia que narra. Finalmente, el núcleo caliente de la película -las llagas psicológicas que deja la guerra en los ex combatientes y en sus familias- queda reducido a un ensayado melodrama de ademanes.
Sam no es cualquier marine: es un marine de Hollywood. Debe mostrarse orgulloso de su uniforme caqui y sobrevolar el desierto enemigo con una sonrisa cuasi orgásmica al afirmar: “Se siente como en casa”. Parece demasiado peso para el pobre Tobey Maguire. Y lo es. Algo rechina desde los primeros minutos del film, cuando lo vemos calzarse un traje que lo excede. Maguire luce tan esmirriado y pálido que casi se vuelve transparente, muy lejos del recio Capitán de Infantería que esta historia reclamaba. Encima sufrirá situaciones muy feas que lo dejarán alienado y perturbado, actitudes que el actor traduce en petrificación y ojos bien abiertos, tan abiertos que uno cree que en cualquier momento podrían salirse de sus cuencas, como en un dibujito animado. Aunque Maguire le ponga el alma entera, no da con el physique du rôle del personaje, y cuesta palpar su dolor cuando se antepone el artificio de la interpretación. Tampoco hay un gran aporte de las otras estrellas, ya que Gyllenhaal no tiene pinta de ex convicto, ni a Natalie Portman se la nota convencida como madre de dos niñas no tan pequeñas (ellos, cuñados en la ficción, compartirán cierta intimidad que traerá consecuencias).
Estos problemas llaman la atención en un dotado director de actores como lo es Jim Sheridan, quien en películas como Mi pie izquierdo, En el nombre del padre y The Boxer supo explotar en su justa dimensión nada menos que a Daniel Day Lewis. Pero mientras aquellos eran proyectos personales, Hermanos (Brothers) se delata como un trabajo por encargo, con una puesta en escena arrinconada en la obviedad y un relato maniqueo, sobre todo cuando explica la relaciones padre-hijo y el accionar de los afganos invadidos. Sin otras inquietudes estéticas que las presumibles en un mainstream de manual, Sheridan se limitó a trasladar de Dinamarca a Estados Unidos la historia que ya había filmado, con mucha mayor destreza, la realizadora Susanne Bier.
Volvamos entonces al physique du rôle de Maguire, a quien varios críticos calificaron como “error de casting”: es cierto, y ya lo señalamos, que en principio no resulta el actor ideal para encarnar a un militar violento. Pero no lo culpemos, porque esto es cine y una película es un todo, una red de voluntades, un sistema de fuerzas invisibles que, bien calibradas, pueden decir lo que el semblante calla. Nadie hubiese apostado a Maguire en la piel del Hombre Araña, o en la del repentino amante de Charlize Theron en Las reglas de la vida (The cider house rules, precioso film de Lasse Hallström); y sin embargo, él brilló en esos personajes, sin perder nunca esa mirada de perplejidad compulsiva. En Hermanos podría haber ocurrido lo mismo si no se tratara de un producto tan mecánico, un calco descolorido incapaz de entender la tragedia que narra. Finalmente, el núcleo caliente de la película -las llagas psicológicas que deja la guerra en los ex combatientes y en sus familias- queda reducido a un ensayado melodrama de ademanes.
Autoría
El director de Hiroshima Mon Amour, de quien en breve se estrenará su film Las hierbas salvajes, afirma en esta entrevista que no se considera un autor. Curioso, ¿no?
Por Alain Resnais *
“Truffaut sostenía que filmaba cada película en contra de la anterior. Era su reaseguro para no repetirse. Yo intento hacer lo mismo. Me parece bien lo que se conoce como “teoría de autor”. Pero para otros. Yo no me considero uno. No creo tener temas o estilos identificables. Creo ser más bien un artesano, alguien que ejerce el oficio del cine. Por otra parte, no tengo ideas propias para una película. Necesito partir de alguna fuente, alguna base. Adaptar algún texto ajeno, que generalmente es una obra de teatro, porque me gustan lo teatral, el artificio. Tal vez eso tenga que ver con esas “reglas fijas” que usted menciona. Pero en este caso, como le dije, se trataba de partir de reglas para irse muy lejos. Como un solo de jazz.”
* Fragmento de una entrevista publicada hoy en el diario Página/12. Ir al texto completo.
Por Alain Resnais *
“Truffaut sostenía que filmaba cada película en contra de la anterior. Era su reaseguro para no repetirse. Yo intento hacer lo mismo. Me parece bien lo que se conoce como “teoría de autor”. Pero para otros. Yo no me considero uno. No creo tener temas o estilos identificables. Creo ser más bien un artesano, alguien que ejerce el oficio del cine. Por otra parte, no tengo ideas propias para una película. Necesito partir de alguna fuente, alguna base. Adaptar algún texto ajeno, que generalmente es una obra de teatro, porque me gustan lo teatral, el artificio. Tal vez eso tenga que ver con esas “reglas fijas” que usted menciona. Pero en este caso, como le dije, se trataba de partir de reglas para irse muy lejos. Como un solo de jazz.”
* Fragmento de una entrevista publicada hoy en el diario Página/12. Ir al texto completo.
viernes, 26 de marzo de 2010
Ciclo: Cine Independiente de América Latina
Señales Latinoamericanas
Desde hoy y hasta el 25 de abril, todos los viernes, sábados y domingos, en el Palais de Glace se desarrollará un ciclo que recorre la producción cinematográfica independiente de América Latina de los últimos años. Presentado por el Goethe-Institut y el World Cinema Fund, este ciclo de ocho películas forma parte de la interesante muestra Menos Tiempo que Lugar: El arte de la independencia. Los curadores fueron Inge Stache y Rubén Guzmán.
Las proyecciones se realizarán desde el viernes 26 de marzo al domingo 25 de abril, en el Palais de Glace (Posadas 1725, ciudad de Buenos Aires). La entrada es gratuita.
Dentro de la programación, que incluye títulos muy atractivos como Gigante, Hamaca Paraguaya y Suely en el cielo, recomiendo especialmente dos películas: Luz silenciosa, enigmático film del mexicano Carlos Reygadas (director de Japón y Batalla en el cielo) y Madeinusa, opera prima de la peruana Claudia Llosa (quien luego sería conocida por La teta asustada).
Detalle del programa:
Viernes 26 de marzo, 18:30 / Domingo 11 de abril, 18:30
Dias de Santiago, de Josué Méndez (Perú, 2004)
Sábado 27 de marzo, 18:30 / Viernes 9 de abril, 18:30
Hamaca Paraguaya, de Paz Encina (Paraguay, 2006)
Domingo 28 de marzo, 18:00 / Viernes 23 de abril, 18:00
O Céu de Suely (Suely en el Cielo), de Karim Ainouz (Brasil, 2006, Brasil)
Sábado 3 de abril, 18:00 / Viernes 16 de abril, 18:00
Huacho, de Alejandro Fernández (Chile, 2009, Chile)
Domingo 4 de abril, 18:30 / Sábado 24 de abril, 18:30
Gigante, de Adrián Biniez. Uruguay (Uruguay, 2009)
Sábado 10 de abril, 18:30 / Domingo 18 de abril, 18:30
Madeinusa, de Claudia Llosa (Perú, 2005)
Sábado 17 de abril, 17:30 / Domingo 25 de abril, 17:30
Stellet Licht (Luz Silenciosa), de Carlos Reygadas (México, 2007)
Además de las proyecciones, este sábado 27 de marzo a las 17 habrá una mesa redonda dedicada a pensar el cine independiente latinoamericano, en donde dialogarán Vincenzo Bugno (del World Cinema Fund), la cineasta paraguaya Paz Encina y el productor uruguayo Fernando Epstein.
Hay más información sobre las películas en la web del Palais de Glace.
Desde hoy y hasta el 25 de abril, todos los viernes, sábados y domingos, en el Palais de Glace se desarrollará un ciclo que recorre la producción cinematográfica independiente de América Latina de los últimos años. Presentado por el Goethe-Institut y el World Cinema Fund, este ciclo de ocho películas forma parte de la interesante muestra Menos Tiempo que Lugar: El arte de la independencia. Los curadores fueron Inge Stache y Rubén Guzmán.
Las proyecciones se realizarán desde el viernes 26 de marzo al domingo 25 de abril, en el Palais de Glace (Posadas 1725, ciudad de Buenos Aires). La entrada es gratuita.
Dentro de la programación, que incluye títulos muy atractivos como Gigante, Hamaca Paraguaya y Suely en el cielo, recomiendo especialmente dos películas: Luz silenciosa, enigmático film del mexicano Carlos Reygadas (director de Japón y Batalla en el cielo) y Madeinusa, opera prima de la peruana Claudia Llosa (quien luego sería conocida por La teta asustada).
Detalle del programa:
Viernes 26 de marzo, 18:30 / Domingo 11 de abril, 18:30
Dias de Santiago, de Josué Méndez (Perú, 2004)
Sábado 27 de marzo, 18:30 / Viernes 9 de abril, 18:30
Hamaca Paraguaya, de Paz Encina (Paraguay, 2006)
Domingo 28 de marzo, 18:00 / Viernes 23 de abril, 18:00
O Céu de Suely (Suely en el Cielo), de Karim Ainouz (Brasil, 2006, Brasil)
Sábado 3 de abril, 18:00 / Viernes 16 de abril, 18:00
Huacho, de Alejandro Fernández (Chile, 2009, Chile)
Domingo 4 de abril, 18:30 / Sábado 24 de abril, 18:30
Gigante, de Adrián Biniez. Uruguay (Uruguay, 2009)
Sábado 10 de abril, 18:30 / Domingo 18 de abril, 18:30
Madeinusa, de Claudia Llosa (Perú, 2005)
Sábado 17 de abril, 17:30 / Domingo 25 de abril, 17:30
Stellet Licht (Luz Silenciosa), de Carlos Reygadas (México, 2007)
Además de las proyecciones, este sábado 27 de marzo a las 17 habrá una mesa redonda dedicada a pensar el cine independiente latinoamericano, en donde dialogarán Vincenzo Bugno (del World Cinema Fund), la cineasta paraguaya Paz Encina y el productor uruguayo Fernando Epstein.
Hay más información sobre las películas en la web del Palais de Glace.
El cine como acto solidario
“No creo que haya salvación por la belleza. No hay salvación por nada, salvo como no sea el sentido solidario de la vida. Es lo único que rescata al ser humano. Ni el cine, ni la literatura sirven para nada si no están a partir de un acto de amor, de un acto de solidaridad, de conocer a la gente y de amarla. Si se quiere identificar al cine de Favio es posible desde el tratamiento de los personajes. Los personajes son tratados a partir de la ternura y de la comprensión. Tengo un juicio previo: mis personajes son lo que soy yo, con mis propios límites, de pequeñez y también de grandeza. Yo podría haber hecho exactamente lo que hacen cada uno de esos personajes, sólo que alguna vez no me animé.”
Leonardo Favio
(En un artículo publicado por Fernando Ferreira en su libro Luz, cámara, memoria. Una historia social del cine argentino. Ed. Corregidor).
Leonardo Favio
(En un artículo publicado por Fernando Ferreira en su libro Luz, cámara, memoria. Una historia social del cine argentino. Ed. Corregidor).
miércoles, 24 de marzo de 2010
Alicia detrás de los anteojos: impresiones sobre la recepción del cine en 3D
“Si para ver algo hay que dejarse marear por unos anteojitos o asustar por unos parlantes a muy alto volumen, entonces es fuerte la sospecha de que en el fondo no hay nada para ver”.
Esto lo plantea Ariel Magnus en un texto titulado Una ley seca para el cine en 3D, publicado en la revista Ñ del último sábado, en donde el autor relativiza las bondades de la tecnología digital y le aplica a Avatar calificativos como “insulsa película para niños”, “bodrio indigenista” y “espectáculo de playstation”. Es un poco contradictorio lo de Magnus, ya que cuestiona el cine en 3D y a la vez confiesa haber visto el film de James Cameron sólo en una copia bajada de Internet, y no en una sala acondicionada para que el film se luzca en todo su potencial. Pero más allá del caso Avatar, en el que no voy a entrar ahora, recomiendo leer el artículo porque se anima a discutir cuál es el valor estético, e incluso comercial, de estos avances técnicos.
Vayamos a un tema puntual: los anteojos para ver en tres dimensiones. Dado que las salas con este servicio vienen creciendo en cantidad y convocatoria, también se vuelve “normal” el uso de lentes ad hoc, un artefacto que tanto puede colaborar con la magia de la pantalla como puede destruirla, según nuestra suerte y exigencias. No tengo mucha experiencia en proyecciones en 3D, y lamento haberme perdido algunas películas de animación estrenadas con este sistema. Vi Avatar en Cinemark Palermo en una función de prensa, con anteojos que me entregaron limpios y envueltos en una bolsita (parecían nuevos): los sentí cómodos, con la curvatura ideal como para olvidarse de ellos y sumergirse en la imagen (dato clave: el diseño de Avatar es tan sofisticado que ayuda a que la visión sea más nítida). Distinto fue el caso de Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, que vi en Hoyts Abasto, en donde los lentes me resultaron molestos y decididamente entorpecieron la conexión con la película. Esta no es una cuestión menor, pero temo que se esté aceptando sin chistar como ocurre con tantos productos que consumimos como pajaritos hambrientos, sin preguntarnos por la devaluación de la experiencia.
Mientras corrían los títulos de apertura de Alicia, me calcé los anteojos y los noté sucios, por lo que intenté limpiarlos con lo que tenía a mano, pero no hubo mayor diferencia. Luego está el problema de su estructura rectangular, que en vez de acompañar nuestra visión natural (que es ovalada), impone un doble marco a la pantalla, un efecto que genera distancia y distracción. Puse a prueba mi tabique nasal y ensayé varias posturas para los lentes, hasta dejarlos en equilibrio bien arriba. Imaginarán que mientras tanto Alicia ya empezaba a aburrirse y cuestionar: “¿Por qué el mundo es así y no de otra manera?”. Al rato llegaría el conejo con el reloj y su fuga hacia la fantasía, pero yo seguía sin paz para atender la película.
Entre el cine y yo, las mezquinas gafas, que opacaban las imágenes en lugar de exaltarlas. Esto es lo más decepcionante de esta modalidad receptiva: sentir que algo falta, que mis ojos fallan, que no estoy apreciando la obra como lo merece. ¿Es así de gris esta película, o solo soy yo? ¿Qué pasó recién? ¿Cuántas veces cerré los ojos para que descansaran un poco? En algún momento cedí y me resigné a seguir la película como pude. (Acá debería aclarar que yo no uso anteojos en mi vida cotidiana. No creo tener problemas en la vista, ni suelo padecer mareos o dolores de cabeza en estas proyecciones, algo que a muchos les sucede. Si lo desean, sería bueno que compartan sus opiniones).
Lo triste es que Burton parece haber sido rehén de una imposición industrial así como nosotros somos rehenes de los lentes. Alicia en el país de las maravillas no es una gran película, pero, aun si fuera excelente, ¿dejarían de importarnos las condiciones de recepción? Espero que no. En lo personal, no me interesa comprar este paquete de sensaciones incompletas. No quiero obstáculos que me distraigan en el cine, ni un filtro forzado para mi mirada. Tengo la -quizás muy ingenua- impresión de que al ojo humano todavía le falta demasiado desarrollo interior (ético y estético) como para pretender venderle torpes prótesis externas.
Esto lo plantea Ariel Magnus en un texto titulado Una ley seca para el cine en 3D, publicado en la revista Ñ del último sábado, en donde el autor relativiza las bondades de la tecnología digital y le aplica a Avatar calificativos como “insulsa película para niños”, “bodrio indigenista” y “espectáculo de playstation”. Es un poco contradictorio lo de Magnus, ya que cuestiona el cine en 3D y a la vez confiesa haber visto el film de James Cameron sólo en una copia bajada de Internet, y no en una sala acondicionada para que el film se luzca en todo su potencial. Pero más allá del caso Avatar, en el que no voy a entrar ahora, recomiendo leer el artículo porque se anima a discutir cuál es el valor estético, e incluso comercial, de estos avances técnicos.
Vayamos a un tema puntual: los anteojos para ver en tres dimensiones. Dado que las salas con este servicio vienen creciendo en cantidad y convocatoria, también se vuelve “normal” el uso de lentes ad hoc, un artefacto que tanto puede colaborar con la magia de la pantalla como puede destruirla, según nuestra suerte y exigencias. No tengo mucha experiencia en proyecciones en 3D, y lamento haberme perdido algunas películas de animación estrenadas con este sistema. Vi Avatar en Cinemark Palermo en una función de prensa, con anteojos que me entregaron limpios y envueltos en una bolsita (parecían nuevos): los sentí cómodos, con la curvatura ideal como para olvidarse de ellos y sumergirse en la imagen (dato clave: el diseño de Avatar es tan sofisticado que ayuda a que la visión sea más nítida). Distinto fue el caso de Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, que vi en Hoyts Abasto, en donde los lentes me resultaron molestos y decididamente entorpecieron la conexión con la película. Esta no es una cuestión menor, pero temo que se esté aceptando sin chistar como ocurre con tantos productos que consumimos como pajaritos hambrientos, sin preguntarnos por la devaluación de la experiencia.
Mientras corrían los títulos de apertura de Alicia, me calcé los anteojos y los noté sucios, por lo que intenté limpiarlos con lo que tenía a mano, pero no hubo mayor diferencia. Luego está el problema de su estructura rectangular, que en vez de acompañar nuestra visión natural (que es ovalada), impone un doble marco a la pantalla, un efecto que genera distancia y distracción. Puse a prueba mi tabique nasal y ensayé varias posturas para los lentes, hasta dejarlos en equilibrio bien arriba. Imaginarán que mientras tanto Alicia ya empezaba a aburrirse y cuestionar: “¿Por qué el mundo es así y no de otra manera?”. Al rato llegaría el conejo con el reloj y su fuga hacia la fantasía, pero yo seguía sin paz para atender la película.
Entre el cine y yo, las mezquinas gafas, que opacaban las imágenes en lugar de exaltarlas. Esto es lo más decepcionante de esta modalidad receptiva: sentir que algo falta, que mis ojos fallan, que no estoy apreciando la obra como lo merece. ¿Es así de gris esta película, o solo soy yo? ¿Qué pasó recién? ¿Cuántas veces cerré los ojos para que descansaran un poco? En algún momento cedí y me resigné a seguir la película como pude. (Acá debería aclarar que yo no uso anteojos en mi vida cotidiana. No creo tener problemas en la vista, ni suelo padecer mareos o dolores de cabeza en estas proyecciones, algo que a muchos les sucede. Si lo desean, sería bueno que compartan sus opiniones).
Lo triste es que Burton parece haber sido rehén de una imposición industrial así como nosotros somos rehenes de los lentes. Alicia en el país de las maravillas no es una gran película, pero, aun si fuera excelente, ¿dejarían de importarnos las condiciones de recepción? Espero que no. En lo personal, no me interesa comprar este paquete de sensaciones incompletas. No quiero obstáculos que me distraigan en el cine, ni un filtro forzado para mi mirada. Tengo la -quizás muy ingenua- impresión de que al ojo humano todavía le falta demasiado desarrollo interior (ético y estético) como para pretender venderle torpes prótesis externas.
martes, 23 de marzo de 2010
Qué problema hay...
...con andar en cueros,
quiero decir, con el alma en cueros
pero qué problema hay
por ser sincero
y parecerse a lo que sientes en verdad
Grupo Buena Fe ("En cueros")
quiero decir, con el alma en cueros
pero qué problema hay
por ser sincero
y parecerse a lo que sientes en verdad
Grupo Buena Fe ("En cueros")
En el cuarto no hay nada
salvo una cama ligeramente en declive,
un interruptor de luz que rara vez funciona,
mesas, papeles y libros amontonados en el piso.
Aquí estamos, desde siempre, el niño que fui
y el que soy, y el rezo algo roedor
de un grillo encerrado en el ropero.
Walter Cassara
La imagen pertenece al film Caché, de Michael Haneke.
salvo una cama ligeramente en declive,
un interruptor de luz que rara vez funciona,
mesas, papeles y libros amontonados en el piso.
Aquí estamos, desde siempre, el niño que fui
y el que soy, y el rezo algo roedor
de un grillo encerrado en el ropero.
Walter Cassara
La imagen pertenece al film Caché, de Michael Haneke.
lunes, 22 de marzo de 2010
Las luces de Ana Poliak
Parapalos es el tercer largometraje de la directora argentina Ana Poliak, consagrado como Mejor Film de la Competencia Internacional en la edición 2004 del BAFICI. Narra la historia de un muchacho del interior que llega a Buenos Aires en busca de posibilidades, y se instala en la casa de su prima, una ínfima habitación llena de cariño que resume la modestia de la película toda. Adrián -tal el nombre del protagonista- consigue un empleo curioso, de esos que nos demuestran qué poquito es lo que sabemos del mundo. Hombres que deben ser veloces y casi invisibles mientras otros tienen sus minutos de ocio.
Según la realizadora, lo que inspiró la película fue un recuerdo de la infancia. Cuando era pequeña, con su familia iba de vacaciones a Miramar y allí solía jugar al bowling. Descubrió entonces a los chicos que se movían un poco escondidos detrás de las canchas, y se dedicaban a acomodar los bolos, ya que no había máquina que ocupara ese rol. En las pistas de bowling que no son automáticas -aún quedan algunas en el país-, los que ponen el juego en marcha son los parapalos.
En palabras de Poliak:
“Quería hablar de la luz, en las dos acepciones de la palabra. La luz del sol y la luz interior. Quería mostrar a un personaje que tuviera luz interior para pensar hasta dónde un ser humano puede ser obligado y presionado en un trabajo, y cuánto puede resistir gracias a su propia luz. Son preguntas, yo no tengo respuestas para eso. En una escena, por ejemplo, el parapalo que alguna vez fue minero le cuenta al protagonista qué dura fue la vida en la mina. Y viendo el esfuerzo que hacen en el bowling, en ese momento uno se pregunta: ¿Qué está diciendo? ¿La vida puede ser peor que esto? Sí, puede ser peor. De alguna manera esto se relaciona con la diferencia de clases sociales que descubrí cuando era chiquita, y supongo que por eso me interesan este tipo de personajes. No encuentro respuestas para ese interrogante”.
En una entrevista realizada con Ana Poliak durante el BAFICI 2004.
Según la realizadora, lo que inspiró la película fue un recuerdo de la infancia. Cuando era pequeña, con su familia iba de vacaciones a Miramar y allí solía jugar al bowling. Descubrió entonces a los chicos que se movían un poco escondidos detrás de las canchas, y se dedicaban a acomodar los bolos, ya que no había máquina que ocupara ese rol. En las pistas de bowling que no son automáticas -aún quedan algunas en el país-, los que ponen el juego en marcha son los parapalos.
En palabras de Poliak:
“Quería hablar de la luz, en las dos acepciones de la palabra. La luz del sol y la luz interior. Quería mostrar a un personaje que tuviera luz interior para pensar hasta dónde un ser humano puede ser obligado y presionado en un trabajo, y cuánto puede resistir gracias a su propia luz. Son preguntas, yo no tengo respuestas para eso. En una escena, por ejemplo, el parapalo que alguna vez fue minero le cuenta al protagonista qué dura fue la vida en la mina. Y viendo el esfuerzo que hacen en el bowling, en ese momento uno se pregunta: ¿Qué está diciendo? ¿La vida puede ser peor que esto? Sí, puede ser peor. De alguna manera esto se relaciona con la diferencia de clases sociales que descubrí cuando era chiquita, y supongo que por eso me interesan este tipo de personajes. No encuentro respuestas para ese interrogante”.
En una entrevista realizada con Ana Poliak durante el BAFICI 2004.
domingo, 21 de marzo de 2010
Crazy Heart, de Scott Cooper
Jeff Bridges ganó un Oscar por interpretar a Bad Blake, un músico de country venido a menos, alcohólico, empobrecido, desesperado. Parecía cantado que de un minuto a otro llegaría la escena clave soñada por todo actor, ésa en donde tiene vía libre para desorbitar los ojos, temblar y exudar angustia mientras pronuncia EL speech de la película (si el diálogo es muy fuerte, también se aconseja escupir o salivar). Las contorsiones faciales de un Day-Lewis, un Penn o un Nicholson resultan más vistosas para la Academia que la sublime contención de Richard Jenkins en The Visitor (por ejemplo). El director Scott Cooper tenía todo en su haber para montar el gran estallido de Bridges, pero la sorpresa es que no lo hace. No hay ningún “momento Oscar” en Crazy Heart.
A ver: se trata de una historia de crisis y aprendizaje en la madurez, algo ya narrado mil veces en el cine, estructura probada que Cooper asume a conciencia, acumulando puntillosamente todas las peripecias que dicta la convención (depresión-amor-esperanza-error fatal-tocar fondo-redención). Sin embargo, el relato logra detenerse siempre un pasito antes de cruzar el umbral del patetismo, como si el director nos dijera que para comprender al personaje no hace falta exhibir sus humillaciones íntimas (además, uno las puede imaginar). Tal vez sea por eso que muchas situaciones transcurren alrededor de las puertas o frente a las entradas de las casas, ese límite entre lo que se deja escapar y lo que se intenta reservar, lugar de llegadas, partidas, adioses. Es tan sutil el trabajo con la elipsis que casi pasa inadvertido, pero lo cierto es que una puesta en escena menos decorosa no habría dudado en mostrar a Bridges en borracheras largas y resbaladizas, raptos de violencia y alguna que otra descarga sexual apresurada para explicitar su estado de descontrol.
Crazy Heart apunta a otra cosa, tan simple -en apariencia- como volver a mirar al hombre más allá del rótulo, sin psicologismos ni juicios morales. Recuerdo cómo el biopic sobre Ray Charles machacaba una y otra vez con los traumas de la infancia; y no es que carezcan de valor, sino que muchos guiones de este corte apelan a un pasado enfermo o un presente repudiable para impartir verdades definitivas sobre la conducta del personaje. En el film de Cooper, cada vez que Blake tiene la chance de contar su historia, las palabras son pocas y justas (como cuando se presenta en Alcohólicos Anónimos e intuimos que ahora sí se viene el relato de su vida… y no). Es tan solo un hombre con problemas, en su aquí y ahora. Para algunos esto puede ser flacura dramática; yo creo que la disfruté precisamente por su callada búsqueda de la sencillez, de ciertas formas narrativas más cercanas al acompañamiento respetuoso que al retrato delator que posa de incisivo y "profundo".
"Too many goddamn songs (Hay demasiadas malditas canciones)”, le dice Blake a su amigo Tommy Sweet (Colin Farrell) cuando éste le propone contratarlo para que componga nuevos temas. Quizás sí, quizás haya demasiadas canciones. Demasiadas películas. Cada tanto deberíamos volver a las fuentes, a lo esencial. Esta es la invitación de Crazy Heart. La nobleza de interesarnos en un hombre por el simple hecho de ser un hombre, y poder darle una mano sin espiar, ni sospechar, ni hacer tantas preguntas.
A ver: se trata de una historia de crisis y aprendizaje en la madurez, algo ya narrado mil veces en el cine, estructura probada que Cooper asume a conciencia, acumulando puntillosamente todas las peripecias que dicta la convención (depresión-amor-esperanza-error fatal-tocar fondo-redención). Sin embargo, el relato logra detenerse siempre un pasito antes de cruzar el umbral del patetismo, como si el director nos dijera que para comprender al personaje no hace falta exhibir sus humillaciones íntimas (además, uno las puede imaginar). Tal vez sea por eso que muchas situaciones transcurren alrededor de las puertas o frente a las entradas de las casas, ese límite entre lo que se deja escapar y lo que se intenta reservar, lugar de llegadas, partidas, adioses. Es tan sutil el trabajo con la elipsis que casi pasa inadvertido, pero lo cierto es que una puesta en escena menos decorosa no habría dudado en mostrar a Bridges en borracheras largas y resbaladizas, raptos de violencia y alguna que otra descarga sexual apresurada para explicitar su estado de descontrol.
Crazy Heart apunta a otra cosa, tan simple -en apariencia- como volver a mirar al hombre más allá del rótulo, sin psicologismos ni juicios morales. Recuerdo cómo el biopic sobre Ray Charles machacaba una y otra vez con los traumas de la infancia; y no es que carezcan de valor, sino que muchos guiones de este corte apelan a un pasado enfermo o un presente repudiable para impartir verdades definitivas sobre la conducta del personaje. En el film de Cooper, cada vez que Blake tiene la chance de contar su historia, las palabras son pocas y justas (como cuando se presenta en Alcohólicos Anónimos e intuimos que ahora sí se viene el relato de su vida… y no). Es tan solo un hombre con problemas, en su aquí y ahora. Para algunos esto puede ser flacura dramática; yo creo que la disfruté precisamente por su callada búsqueda de la sencillez, de ciertas formas narrativas más cercanas al acompañamiento respetuoso que al retrato delator que posa de incisivo y "profundo".
"Too many goddamn songs (Hay demasiadas malditas canciones)”, le dice Blake a su amigo Tommy Sweet (Colin Farrell) cuando éste le propone contratarlo para que componga nuevos temas. Quizás sí, quizás haya demasiadas canciones. Demasiadas películas. Cada tanto deberíamos volver a las fuentes, a lo esencial. Esta es la invitación de Crazy Heart. La nobleza de interesarnos en un hombre por el simple hecho de ser un hombre, y poder darle una mano sin espiar, ni sospechar, ni hacer tantas preguntas.
sábado, 20 de marzo de 2010
De los bordes
Estar tan cerca sin poder tocarse
como los bordes estremecidos
de la misma herida. ¿Cerrará?
Rodolfo Relman
como los bordes estremecidos
de la misma herida. ¿Cerrará?
Rodolfo Relman
En la imagen: Dennis Haysbert y Julianne Moore en Lejos del paraíso (Far from heaven), de Todd Haynes.
viernes, 19 de marzo de 2010
Las dificultades del estar contento
Por Ian McEwan *
“La felicidad es un tema bastante difícil de tratar en una novela larga. Si uno desea realmente escribir acerca de ella, debería escribir un poema lírico. Creo que muchos de los principales intereses de la vida para un escritor son los conflictos, los malentendidos, simplemente los problemas que causa el ser, al mismo tiempo, racional y egoísta, irracional y cooperativo. Somos muchas cosas a la vez y esa mezcla es lo interesante. Somos seres inquietos que nunca nos quedamos contentos por mucho tiempo. A veces la curiosidad lo echa todo a perder, a veces el egoísmo o el modo en que nos convencemos a nosotros mismos de lo que es verdad, incluso contra toda evidencia.”
* Fragmento de una entrevista publicada en el suplemento ADN de La Nación (27/02/10).
“La felicidad es un tema bastante difícil de tratar en una novela larga. Si uno desea realmente escribir acerca de ella, debería escribir un poema lírico. Creo que muchos de los principales intereses de la vida para un escritor son los conflictos, los malentendidos, simplemente los problemas que causa el ser, al mismo tiempo, racional y egoísta, irracional y cooperativo. Somos muchas cosas a la vez y esa mezcla es lo interesante. Somos seres inquietos que nunca nos quedamos contentos por mucho tiempo. A veces la curiosidad lo echa todo a perder, a veces el egoísmo o el modo en que nos convencemos a nosotros mismos de lo que es verdad, incluso contra toda evidencia.”
* Fragmento de una entrevista publicada en el suplemento ADN de La Nación (27/02/10).
jueves, 18 de marzo de 2010
Cinco películas con Sergi López
No consigo recordar a Sergi López en una película mala. Es de los que eligen muy bien. De los que pueden componer a un osito cariñoso en una comedia romántica y mutar a lobo feroz en el siguiente papel, sin perder un gramo de precisión ni vehemencia. Cuesta asociarlo a un personaje típico porque realmente ha hecho de todo, aunque fuera de la pantalla tiene una cara de buenazo que raja la tierra.
El actor catalán vino a Buenos Aires para presentar el film Ricky, de François Ozon, dentro del ciclo "Les Avants-Premières", que comenzó hoy en el Patio Bullrich (ver el sitio oficial). Con un precio de entrada a 12 pesos, en esta muestra se exhiben a modo de anticipo once títulos franceses que podrían estrenarse durante 2010, además de un homenaje a Eric Rohmer con su película La rodilla de Clara. Dicen los que vieron los pre-estrenos que en general son de buen nivel, aunque lo que motiva este post se acerca a otra clase de programa: algo así como un atracón de Sergi López.
En un videoclub digno deberían poder conseguirse todos los títulos siguientes, que en su momento tuvieron distribución en salas.
Cinco imperdibles películas protagonizadas por él:
Western (Francia, 1997). Dirigida por Manuel Poirier, con Sacha Buondo y Elizabeth Vitali.
Un ruso y un español se conocen a la fuerza y terminan recorriendo a dedo la campiña francesa. Nino es bastante torpe y Paco es un poco más canchero a la hora de relacionarse, pero algo es seguro: ambos son automáticamente queribles. Muchos descubrimos a López con esta película, una road-movie tranquila y refrescante a la que dan ganas de subirse a caballito. Siempre habrá un próximo pueblo.
Una relación particular (Un liaison pornographique. Francia, 1999). Dirigida por Frédéric Fonteyne, con Nathalie Baye.
Sencillamente exquisita. Nunca olvidaremos aquella puerta que se cerraba orgullosa para dejarnos afuera, asfixiados por la curiosidad. El amor no puede entrar. Él y ella, dos extraños sin nombre, publican avisos en una revista y se citan en un bar con un objetivo claro: ir a un hotel para saciar sus fantasías sexuales. No vemos la intimidad, pero la anhelamos a medida que se repiten los encuentros. Lo que no estaba en los planes, sucede. Pura elegancia, puro deleite. La culpa la tiene Sergi, porque cuando sonríe nos quedamos sin defensas.
Harry, un amigo que te quiere bien (Harry un ami qui vous veut du bien. Francia, 2000). Dirigida por Dominik Moll, con Laurent Lucas y Mathilde Seigner.
El López más ambiguo de todos en una historia difícil de encasillar. De él no sabemos casi nada, sólo que un día decide enturbiar la rutina familiar de un ex compañero de estudios. Hay generosidad y hay veneno. La cámara sofoca y los rostros se tensan mientras él no hace más que gozar con sus confusas estrategias. Aires chabrolianos, cuestiones de clase, raíces insanas de una cultura en declive.
El cielo abierto (España, 2001). Dirigida por Luis Miguel Albaladejo, con Mariola Fuentes y María José Alfonso.
Película-abrigo, idealista y jubilosa, de esas que desatan los nudos más tristes incluso en el ocaso de un domingo. Sergi y Mariola Fuentes conforman una pareja hermosa e imposible: sus personajes no se parecen en nada y mucho les costará atemperar los prejuicios. Es un esquema bastante clásico, es cierto, pero no es tan común esta magia contagiosa, confirmando que cualquier fábula romántica puede funcionar cuando los actores están convencidos.
Negocios entrañables (Dirty pretty things. Reino Unido, 2002). Dirigida por Stephen Frears, con Audrey Tautou y Chiwetel Ejiofor.
Al ser raro y no apto para sensibilidades quisquillosas, este film nunca recibió la atención que merecía, a pesar de meterse con fibras urgentes como la inmigración ilegal en Londres, la explotación laboral y otros delitos indecibles. Lo interesante es cómo Frears evita la corrección formal que se suele prodigar a estos “temas importantes” para atacar con decidida brutalidad narrativa: ese infierno es lo natural para los personajes y ellos actúan con la lógica única de la supervivencia. López encarna a otro villano memorable (la cumbre en esta especialidad sería el Capitán Vidal de El laberinto del fauno) en una trama de miserias que parece no tener fondo, ya que siempre se puede caer más bajo, doblegando incluso al más tenaz de los verosímiles. Una película original y desoladora.
El actor catalán vino a Buenos Aires para presentar el film Ricky, de François Ozon, dentro del ciclo "Les Avants-Premières", que comenzó hoy en el Patio Bullrich (ver el sitio oficial). Con un precio de entrada a 12 pesos, en esta muestra se exhiben a modo de anticipo once títulos franceses que podrían estrenarse durante 2010, además de un homenaje a Eric Rohmer con su película La rodilla de Clara. Dicen los que vieron los pre-estrenos que en general son de buen nivel, aunque lo que motiva este post se acerca a otra clase de programa: algo así como un atracón de Sergi López.
En un videoclub digno deberían poder conseguirse todos los títulos siguientes, que en su momento tuvieron distribución en salas.
Cinco imperdibles películas protagonizadas por él:
Western (Francia, 1997). Dirigida por Manuel Poirier, con Sacha Buondo y Elizabeth Vitali.
Un ruso y un español se conocen a la fuerza y terminan recorriendo a dedo la campiña francesa. Nino es bastante torpe y Paco es un poco más canchero a la hora de relacionarse, pero algo es seguro: ambos son automáticamente queribles. Muchos descubrimos a López con esta película, una road-movie tranquila y refrescante a la que dan ganas de subirse a caballito. Siempre habrá un próximo pueblo.
Una relación particular (Un liaison pornographique. Francia, 1999). Dirigida por Frédéric Fonteyne, con Nathalie Baye.
Sencillamente exquisita. Nunca olvidaremos aquella puerta que se cerraba orgullosa para dejarnos afuera, asfixiados por la curiosidad. El amor no puede entrar. Él y ella, dos extraños sin nombre, publican avisos en una revista y se citan en un bar con un objetivo claro: ir a un hotel para saciar sus fantasías sexuales. No vemos la intimidad, pero la anhelamos a medida que se repiten los encuentros. Lo que no estaba en los planes, sucede. Pura elegancia, puro deleite. La culpa la tiene Sergi, porque cuando sonríe nos quedamos sin defensas.
Harry, un amigo que te quiere bien (Harry un ami qui vous veut du bien. Francia, 2000). Dirigida por Dominik Moll, con Laurent Lucas y Mathilde Seigner.
El López más ambiguo de todos en una historia difícil de encasillar. De él no sabemos casi nada, sólo que un día decide enturbiar la rutina familiar de un ex compañero de estudios. Hay generosidad y hay veneno. La cámara sofoca y los rostros se tensan mientras él no hace más que gozar con sus confusas estrategias. Aires chabrolianos, cuestiones de clase, raíces insanas de una cultura en declive.
El cielo abierto (España, 2001). Dirigida por Luis Miguel Albaladejo, con Mariola Fuentes y María José Alfonso.
Película-abrigo, idealista y jubilosa, de esas que desatan los nudos más tristes incluso en el ocaso de un domingo. Sergi y Mariola Fuentes conforman una pareja hermosa e imposible: sus personajes no se parecen en nada y mucho les costará atemperar los prejuicios. Es un esquema bastante clásico, es cierto, pero no es tan común esta magia contagiosa, confirmando que cualquier fábula romántica puede funcionar cuando los actores están convencidos.
Negocios entrañables (Dirty pretty things. Reino Unido, 2002). Dirigida por Stephen Frears, con Audrey Tautou y Chiwetel Ejiofor.
Al ser raro y no apto para sensibilidades quisquillosas, este film nunca recibió la atención que merecía, a pesar de meterse con fibras urgentes como la inmigración ilegal en Londres, la explotación laboral y otros delitos indecibles. Lo interesante es cómo Frears evita la corrección formal que se suele prodigar a estos “temas importantes” para atacar con decidida brutalidad narrativa: ese infierno es lo natural para los personajes y ellos actúan con la lógica única de la supervivencia. López encarna a otro villano memorable (la cumbre en esta especialidad sería el Capitán Vidal de El laberinto del fauno) en una trama de miserias que parece no tener fondo, ya que siempre se puede caer más bajo, doblegando incluso al más tenaz de los verosímiles. Una película original y desoladora.
Traducirse
Una parte de mí
es todo el mundo:
otra parte es nadie:
fondo sin fondo.
Una parte de mí
es multitud:
otra parte extrañeza
y soledad.
Una parte de mí
pesa, pondera:
otra parte
delira.
Una parte de mí
almuerza y cena:
otra parte
se espanta.
Una parte de mí
es permanente:
otra parte
se sabe de repente.
Una parte de mí
es sólo vértigo:
otra parte,
lenguaje.
Traducir una parte
en la otra parte
-que es una cuestión
de vida o muerte- ¿será arte?
Ferreira Gullar
La imagen pertenece al film Perdidos en Tokio (Lost in translation), de Sofia Coppola.
es todo el mundo:
otra parte es nadie:
fondo sin fondo.
Una parte de mí
es multitud:
otra parte extrañeza
y soledad.
Una parte de mí
pesa, pondera:
otra parte
delira.
Una parte de mí
almuerza y cena:
otra parte
se espanta.
Una parte de mí
es permanente:
otra parte
se sabe de repente.
Una parte de mí
es sólo vértigo:
otra parte,
lenguaje.
Traducir una parte
en la otra parte
-que es una cuestión
de vida o muerte- ¿será arte?
Ferreira Gullar
La imagen pertenece al film Perdidos en Tokio (Lost in translation), de Sofia Coppola.
domingo, 7 de marzo de 2010
El Oscar
Hoy el diario Página/12 publicó una nota que reúne las opiniones de diversos personajes de la cultura con respecto al film de Juan José Campanella y sus posibilidades de obtener el Oscar. Por lo sintético y atinado, rescato lo que dijo el gran actor de Clave de Sol:
“El tema del Oscar es tan relativo y los premios son políticos... No tienen que ver con la calidad de la película sino con otras cosas como el lobby. Por supuesto que El secreto... se puede merecer un Oscar como muchas otras películas que lo pudieron haber merecido y no lo ganaron, y otras que pudieron estar nominadas, y que ni siquiera lo estuvieron. En ese sentido, me parece que esos premios pertenecen a un mundo que tiene que ver con un mercado. Es un mercado tan grande y tan gigante que depende de empresas importantes y del lobby.”
Leonardo Sbaraglia
La entrega de los premios Oscar es esta noche (domingo 7 de marzo) a las 22. Transmiten Canal 13 y TNT. También podrá verse en vivo por Internet (por ejemplo, aquí).
Por mi parte, les cuento que estaré unos días de vacaciones. ¡Nos vemos a la vuelta!
“El tema del Oscar es tan relativo y los premios son políticos... No tienen que ver con la calidad de la película sino con otras cosas como el lobby. Por supuesto que El secreto... se puede merecer un Oscar como muchas otras películas que lo pudieron haber merecido y no lo ganaron, y otras que pudieron estar nominadas, y que ni siquiera lo estuvieron. En ese sentido, me parece que esos premios pertenecen a un mundo que tiene que ver con un mercado. Es un mercado tan grande y tan gigante que depende de empresas importantes y del lobby.”
Leonardo Sbaraglia
La entrega de los premios Oscar es esta noche (domingo 7 de marzo) a las 22. Transmiten Canal 13 y TNT. También podrá verse en vivo por Internet (por ejemplo, aquí).
Por mi parte, les cuento que estaré unos días de vacaciones. ¡Nos vemos a la vuelta!
sábado, 6 de marzo de 2010
Inconsciente colectivo
Nace una flor, todos los días sale el sol
de vez en cuando escuchas aquella voz.
Cómo de pan, gustosa de cantar,
en los aleros de mi mente con las chicharras.
Pero a la vez existe un transformador
que te consume lo mejor que tenés
te tira atrás, te pide más y más
y llega un punto en que no querés.
de vez en cuando escuchas aquella voz.
Cómo de pan, gustosa de cantar,
en los aleros de mi mente con las chicharras.
Pero a la vez existe un transformador
que te consume lo mejor que tenés
te tira atrás, te pide más y más
y llega un punto en que no querés.
Mamá la libertad, siempre la llevarás
dentro del corazón
te pueden corromper
te puedes olvidar
pero ella siempre está
Mamá la libertad, siempre la llevarás
dentro del corazón
te pueden corromper
te puedes olvidar
pero ella siempre está
dentro del corazón
te pueden corromper
te puedes olvidar
pero ella siempre está
Mamá la libertad, siempre la llevarás
dentro del corazón
te pueden corromper
te puedes olvidar
pero ella siempre está
Ayer soñé con los hambrientos, los locos,
los que se fueron, los que están en prisión
hoy desperté cantando esta canción
que ya fue escrita hace tiempo atrás.
Es necesario cantar de nuevo,
una vez más.
Charly García
los que se fueron, los que están en prisión
hoy desperté cantando esta canción
que ya fue escrita hace tiempo atrás.
Es necesario cantar de nuevo,
una vez más.
Charly García
viernes, 5 de marzo de 2010
"El arte debe cuestionar y no dar respuestas, que siempre me parecen sospechosas, o incluso peligrosas."
Michael Haneke
jueves, 4 de marzo de 2010
Nocturno suburbano
Temprano oscureció
camina más de prisa
cielo ceniza, augurio azul
De nuevo no llamó
qué linda era su risa
qué estará viendo en esta luz
Nunca guardes flores en un libro de memorias
Nunca des la espalda a un mandarín
Nunca escuches misa en una iglesia sin historia
Nunca andes descalza en un jardín
Otro domingo más
modorra, olor a leña
ella se sueña otro lugar
Nunca te desnudes frente a espejos que deforman
No mires de lado a un serafín
Fin, será este el fin,
vivir así, como dormir?
Ir, adónde ir,
qué porvenir
aquí y allí?
El barrio sigue mal
un tipo corta el pasto
las torres brotan más allá
La vieja está de atar
le pasa un mate aguado
él, resignado, chupa igual
Nunca juntes migas de los pelos de la alfombra
No mires tu sombra en San Fermín
Nunca adoptes gatos de esos que andan por las fondas
No visites tías por parir
Nunca escribas cartas a quien no te corresponda
No mires eclipses sin dormir
Nunca batas claras viendo tele que se cortan
No bajes cordones en patín
No aceptes regalos de un extraño que es deshonra
No dejes un gracias sin decir
Pedro Aznar
camina más de prisa
cielo ceniza, augurio azul
De nuevo no llamó
qué linda era su risa
qué estará viendo en esta luz
Nunca guardes flores en un libro de memorias
Nunca des la espalda a un mandarín
Nunca escuches misa en una iglesia sin historia
Nunca andes descalza en un jardín
Otro domingo más
modorra, olor a leña
ella se sueña otro lugar
Nunca te desnudes frente a espejos que deforman
No mires de lado a un serafín
Fin, será este el fin,
vivir así, como dormir?
Ir, adónde ir,
qué porvenir
aquí y allí?
El barrio sigue mal
un tipo corta el pasto
las torres brotan más allá
La vieja está de atar
le pasa un mate aguado
él, resignado, chupa igual
Nunca juntes migas de los pelos de la alfombra
No mires tu sombra en San Fermín
Nunca adoptes gatos de esos que andan por las fondas
No visites tías por parir
Nunca escribas cartas a quien no te corresponda
No mires eclipses sin dormir
Nunca batas claras viendo tele que se cortan
No bajes cordones en patín
No aceptes regalos de un extraño que es deshonra
No dejes un gracias sin decir
Pedro Aznar
martes, 2 de marzo de 2010
El videoclub, aquellos buenos viejos tiempos
En el verano de 2009 se estrenó una simpática película que prácticamente pasó inadvertida: Rebobinados (Be kind, rewind), dirigida por el francés Michel Gondry (el mismo de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos). La historia gira alrededor de un antiguo videoclub que todavía alquila películas en VHS. Es un local emblemático de una pequeña ciudad de New Jersey, pero su dueño (Danny Glover) teme que terminen derribándolo para construir un complejo de casas en esa zona. Lo loco ocurre el día en que una especie de radiación magnética invade el videoclub, haciendo estragos en las cintas de los cassettes. Ya no se pueden ver las películas. El empleado del local y su mejor amigo (Mos Def y Jack Black) no quieren defraudar a los pocos clientes que aún quedan, por lo que comenzarán a filmar remakes caseros de clásicos tan dispares como Los cazafantasmas, El rey león y Conduciendo a Miss Daisy. Ellos no adivinan que los vecinos adorarán estas versiones sui generis, a tal punto que el videoclub se convertirá en un lugar de culto, en una causa social.
Es muy interesante lo que propone la obra de Gondry, tanto en su cine como en sus increíbles video-clips: a pesar de que sus historias se nutren de lo fantástico, la puesta en escena evita los efectos especiales para celebrar la artesanía, la imaginación analógica, la gracia genuina e imperfecta que aún conservan los cuerpos y los objetos reales, muy lejos de esa matemática digital que todo lo vuelve etéreo y distante. Los protagonistas de Rebobinados filman sus películas “truchas” con dos mangos, en la calle o en un galpón, con los trastos que tienen a mano, pero ponen tanta alegría en ese rescate que acaban reavivando algo que se creía perdido: el cine como eje del encuentro comunitario.
“Todo Play es una cuestión moral”
Ese aire juguetón y nostálgico que alienta el film de Gondry podrá respirarse en un ciclo que comienza este mes en el museo Malba, denominado Generación VHS. En el texto de presentación de la muestra, los programadores Marcelo Alderete y Pablo Conde explican:
“Hablamos de una época en la que el cinéfilo podía llevar un control de lo editado, en la que existían otros tiempos entre el estreno en cine, en video y en cable, en la que se hacía necesario alquilar cuatro o cinco películas por fin de semana pensando en cada miembro de la familia. El VHS fue un insuperable compañero de cientos de millones de veladas alrededor del mundo. Es indiscutible: el VHS democratizó al cine.
Si tuviésemos que señalar las principales culpables de esta -en apariencia- esquizofrénica selección de films, habría que mencionar primero las cajitas y el “arte de tapa” de cada una de estas películas. Porque esa gráfica generadora de recuerdos es fuertemente identificable en cada caso y funciona como seductor canto de sirena, golosina visual, promesa de diversión, pasaporte a lo inesperado.”
Destaco algunas favoritas dentro del desopilante ciclo: Quiero decirte que te amo, de Rob Reiner; Mannequin, de Michael Gottlieb; La ley de la calle, de Francis Ford Coppola; Annie Hall, de Woody Allen; Critters 2, de Mick Garris, Noche alucinante, de Sam Raimi; Muchacho lobo, de Rod Daniel; El rey de Nueva York, de Abel Ferrara; Beetlejuice, de Tim Burton; Scanners, de David Cronenberg.
Las funciones se realizan de jueves a domingo durante todo marzo, en diversos horarios. Aclaración importante: las proyecciones no son en VHS. Ir al programa del ciclo completo.
Es muy interesante lo que propone la obra de Gondry, tanto en su cine como en sus increíbles video-clips: a pesar de que sus historias se nutren de lo fantástico, la puesta en escena evita los efectos especiales para celebrar la artesanía, la imaginación analógica, la gracia genuina e imperfecta que aún conservan los cuerpos y los objetos reales, muy lejos de esa matemática digital que todo lo vuelve etéreo y distante. Los protagonistas de Rebobinados filman sus películas “truchas” con dos mangos, en la calle o en un galpón, con los trastos que tienen a mano, pero ponen tanta alegría en ese rescate que acaban reavivando algo que se creía perdido: el cine como eje del encuentro comunitario.
“Todo Play es una cuestión moral”
Ese aire juguetón y nostálgico que alienta el film de Gondry podrá respirarse en un ciclo que comienza este mes en el museo Malba, denominado Generación VHS. En el texto de presentación de la muestra, los programadores Marcelo Alderete y Pablo Conde explican:
“Hablamos de una época en la que el cinéfilo podía llevar un control de lo editado, en la que existían otros tiempos entre el estreno en cine, en video y en cable, en la que se hacía necesario alquilar cuatro o cinco películas por fin de semana pensando en cada miembro de la familia. El VHS fue un insuperable compañero de cientos de millones de veladas alrededor del mundo. Es indiscutible: el VHS democratizó al cine.
Si tuviésemos que señalar las principales culpables de esta -en apariencia- esquizofrénica selección de films, habría que mencionar primero las cajitas y el “arte de tapa” de cada una de estas películas. Porque esa gráfica generadora de recuerdos es fuertemente identificable en cada caso y funciona como seductor canto de sirena, golosina visual, promesa de diversión, pasaporte a lo inesperado.”
Destaco algunas favoritas dentro del desopilante ciclo: Quiero decirte que te amo, de Rob Reiner; Mannequin, de Michael Gottlieb; La ley de la calle, de Francis Ford Coppola; Annie Hall, de Woody Allen; Critters 2, de Mick Garris, Noche alucinante, de Sam Raimi; Muchacho lobo, de Rod Daniel; El rey de Nueva York, de Abel Ferrara; Beetlejuice, de Tim Burton; Scanners, de David Cronenberg.
Las funciones se realizan de jueves a domingo durante todo marzo, en diversos horarios. Aclaración importante: las proyecciones no son en VHS. Ir al programa del ciclo completo.
lunes, 1 de marzo de 2010
Cambios
El notable fotógrafo Steve McCurry estuvo en Buenos Aires para presentar su muestra “Culturas”, que se exhibe en el Centro Cultural Borges. Lo que sigue es un extracto de un diálogo publicado en Página/12:
Parece muy preocupado por preservar culturas en extinción, oficios o recorridos que desaparecen...
–Es exactamente así. Me alegra, de alguna manera, que los Budas de Bamiyan estén conservados al menos en mis imágenes. Pero el mundo cambia muy rápido, demasiado, uno se queda sin aire. Y los cambios son mucho más rápidos ahora: lo sé porque hace treinta años que lo recorro. Es triste perder las cosas y por supuesto no es suficiente mantenerlas en una foto, pero es inevitable. El cambio no se puede parar.
Steve McCurry es conocido por ser el autor de la fotografía La niña afgana, aparecida en la revista National Geographic en 1984. Hasta fines de marzo, en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín) se podrá recorrer su obra en la muestra denominada “Culturas”.
Parece muy preocupado por preservar culturas en extinción, oficios o recorridos que desaparecen...
–Es exactamente así. Me alegra, de alguna manera, que los Budas de Bamiyan estén conservados al menos en mis imágenes. Pero el mundo cambia muy rápido, demasiado, uno se queda sin aire. Y los cambios son mucho más rápidos ahora: lo sé porque hace treinta años que lo recorro. Es triste perder las cosas y por supuesto no es suficiente mantenerlas en una foto, pero es inevitable. El cambio no se puede parar.
Steve McCurry es conocido por ser el autor de la fotografía La niña afgana, aparecida en la revista National Geographic en 1984. Hasta fines de marzo, en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín) se podrá recorrer su obra en la muestra denominada “Culturas”.
Ir al artículo completo publicado en el suplemento Radar.
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