miércoles, 13 de enero de 2010

Final de partida, de Yôjirô Takita

El eje central de Final de partida (Okuribito) es la muerte. Más específicamente, un ritual japonés conocido como nôkan, que consiste en acicalar, perfumar, maquillar y vestir a los muertos antes de la cremación, en una ceremonia que es presenciada por los seres queridos. Quien se inicia en esta práctica es Daigo (Masahiro Motoki), un joven músico desempleado que consigue trabajo en una funeraria (muy bien remunerado, por cierto, ya que a nadie se le ocurre postularse para este puesto tan “poco decente”). Mientras le oculta el nuevo oficio a su mujer, Daigo intenta controlar la náusea a la hora de tocar cadáveres, hasta llegar a lo que parecería ser su mayor desafío como nôkanshi: un día desviste un cuerpo de aspecto femenino, para descubrir que no se trata de una mujer. Más que sorpresa, lo que se lee en la cara del muchacho es puro horror, impresión que vicia la atmósfera del film con una rara mezcla de ingenuidad y morbo retrógrado. La escena está muy lejos de calificar como gag, aunque el director Yôjirô Takita crea que sí. Y esa confusión de tono es lo que atraviesa todo el relato.

Desmitificar la muerte no significa trivializarla. Final de partida es la clase de film que irrita y descoloca porque desde su misma concepción no sabe cómo abordar su objeto. Por el lado de la comedia, los brochazos de humor negro -escatológico, incluso- carecen del ingenio suficiente como para llevar el juego al extremo del absurdo radical (imagino que un Kitano podría haber sacado chispas de esta historia). Por el costado dramático, el guión tironea los piolines del sentimentalismo más llano y convencional, compactando en un solo paquete todas las estrategias del formato “lección de vida”: amistad entre maestro y aprendiz, crisis y salvataje del matrimonio, vocación frustrada y luego recuperada con mayor pasión, reconciliación con el padre ausente, aceptación de la muerte para ser mejores personas, etc.

Es cierto que hay momentos emotivos, sobre todo en el acercamiento a las familias que afrontan las despedidas, pero, en conjunto, Final de partida es un producto calculado para seducir al público occidental. Un film que en lugar de narrar con naturalidad su propio latido local, se dedica a subrayar esas particularidades para vender cierto exotismo (no mucho, como para no espantar). Por ejemplo, la escena en donde el maestro (Tsutomu Yamazaki) convida a su alumno con testículos de pez globo: “Esto que ves... también es un cadáver. Los seres vivos se comen a los seres vivos para subsistir, ¿verdad? Si no quieres morir, tienes que comer”. Al rato los veremos a ambos dándose un desesperado atracón de pollo frito. Si las palabras y los gestos suenan explicativos y exagerados, es porque los personajes no los actúan para ellos, sino para nosotros, los espectadores supuestamente deseosos de detectar las diferencias culturales. Detrás de la pose, no hay nada. Cine made in Japan, for Hollywood.

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