Ser o no ser triste
V.O.S. (Versión original subtitulada) (España, 2009). Dirección: Cesc Gay. Sección: Competencia internacional
Antes de que comenzara la proyección de V.O.S. en el teatro Auditorium, el director Cesc Gay subió al escenario y la presentó como su “primera comedia”. Explicó que siempre había querido abordar el género, pero ocurría que cuando se sentaba a escribir, sus películas le terminaban saliendo “serias” y “tristes”. Consciente de que su nuevo film no está la altura de los anteriores (Krámpack, En la ciudad, Ficción), Gay se atajó de entrada y nos predispuso a no esperar mucho más que un intento, un recreo, un merodeo sin mayor perspicacia.
Basada en una obra teatral de gran éxito en España, V.O.S. es otro cuento de cine dentro del cine: vemos la historia de cuatro amigos en Barcelona y, al mismo tiempo, asistimos al rodaje de esa historia, con actores y técnicos que entran y salen del set, mientras comentan pros y contras de lo que están armando (los personajes mezclan el castellano y el catalán). La pregunta clave es si realmente es posible reírse del amor, incluyendo todas sus trampas y dolores. El film no está demasiado convencido de esto, y mucho menos el realizador, por eso el humor en V.O.S. se desplaza enrarecido, como si buscara la ligereza y a la vez no pudiera evitar tentarse con el otro lado, el de la amargura. “El amor debería venir con una fecha de caducidad bien clarita. Eso nos facilitaría las cosas”, alega un personaje por allí, una frase demoledora que sin embargo apela a la sonrisa del espectador. El otro problema tiene que ver con los dos personajes que se enamoran: deberían caernos simpáticos pero son tan egoístas que el destino de su romance pierde total relevancia. Quien salva la película es la mujer abandonada que interpreta la morena Vicenta N'Dongo, dueña de los mejores remates y reflexiones.
Para quienes admiramos los trabajos previos de Gay, su nuevo opus resultó una pequeña decepción, un film aceptable pero menor, en donde las emociones se diluyen en la mecánica calculada de la puesta en abismo. Es necesario confiar en la ironía para hacerla jugar con gracia, y por ahora el director no parece sentirse cómodo con ese recurso. Le guste o no admitirlo, la melancolía es más fuerte.
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