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En fin… mejor vayamos a las películas.
Formas de la evocación
Irène (Francia, 2009). Dirección: Alain Cavalier. Sección: Panorama
A room and a half (Rusia, 2009). Dirección: Andrey Khrzhanovsky. Sección: Competencia internacional.
Pasaron más de treinta años desde que Irène falleció. Quien fuera su marido, Alain Cavalier, rueda una película sobre ella. El director toma su cámara digital y emparcha con imágenes los volátiles recuerdos, en un film que propone un ritual demasiado subjetivo, táctil, casi promiscuo. Como leer un diario íntimo que quedó olvidado en un cajón, ese diario que escribimos cuando queríamos ser felices, sin saber que ya lo éramos, o al menos no teníamos tantas apatías. Leerse a uno mismo sin comprender la propia letra. Cavalier filma una y otra vez las páginas de viejos cuadernos, las palabras tachadas, esas que esconden lo fallido. Por eso no puedo hablar más que desde mí, aquí y ahora, con este monólogo desordenado, porque la película me envolvió y sigo hasta este instante pensando en Irène, arrobada por su enigma, hermoso rompecabezas al que le faltan ciertas piezas. Piezas que nadie tiene, quizás ni siquiera ella. Pero la cámara las busca con obstinación, con dulce violencia, acercándose a los objetos como si quisiera triturarlos hasta volverlos ceniza. Un edredón, una lámpara, una ventana, un rayo de luz, algún animal. En ellos se apoya la cámara, persistiendo en vano. Porque un fantasma no tiene contornos. No se podrá encuadrar jamás. No hay testimonios de otros, sólo la susurrante letanía del director, una voz que tanto puede alcanzar honduras metafísicas como deslizarse hacia el caos confesional propio de una borrachera melancólica. Y las fotografías -documentos que podrían darle cuerpo a la mujer- se hacen esperar. Cuando finalmente vemos una foto de su rostro, Irène es tan perfecta que resulta irreal. Ella partió una tarde en su auto y nunca volvió. Dicen que fue un accidente. Dicen que un homenaje no debería avanzar sobre la oscuridad del personaje retratado. El director no hace caso y hacia el final recuerda que su esposa era una persona triste, depresiva, lejana, recubriendo todo el film con una perturbadora ambigüedad. Si Irène ya era inaprensible en vida, ¿cómo pretender comprenderla en la muerte? ¿Por qué volverla cine? Cavalier sigue el consejo de Bresson: “Escarba en el mismo lugar. No te escurras fuera. Doble, triple fondo de las cosas…”. Irène es una pequeña gema para entregarse al extrañamiento.
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A room and a half (Rusia, 2009). Dirección: Andrey Khrzhanovsky. Sección: Competencia internacional.
Pasaron más de treinta años desde que Irène falleció. Quien fuera su marido, Alain Cavalier, rueda una película sobre ella. El director toma su cámara digital y emparcha con imágenes los volátiles recuerdos, en un film que propone un ritual demasiado subjetivo, táctil, casi promiscuo. Como leer un diario íntimo que quedó olvidado en un cajón, ese diario que escribimos cuando queríamos ser felices, sin saber que ya lo éramos, o al menos no teníamos tantas apatías. Leerse a uno mismo sin comprender la propia letra. Cavalier filma una y otra vez las páginas de viejos cuadernos, las palabras tachadas, esas que esconden lo fallido. Por eso no puedo hablar más que desde mí, aquí y ahora, con este monólogo desordenado, porque la película me envolvió y sigo hasta este instante pensando en Irène, arrobada por su enigma, hermoso rompecabezas al que le faltan ciertas piezas. Piezas que nadie tiene, quizás ni siquiera ella. Pero la cámara las busca con obstinación, con dulce violencia, acercándose a los objetos como si quisiera triturarlos hasta volverlos ceniza. Un edredón, una lámpara, una ventana, un rayo de luz, algún animal. En ellos se apoya la cámara, persistiendo en vano. Porque un fantasma no tiene contornos. No se podrá encuadrar jamás. No hay testimonios de otros, sólo la susurrante letanía del director, una voz que tanto puede alcanzar honduras metafísicas como deslizarse hacia el caos confesional propio de una borrachera melancólica. Y las fotografías -documentos que podrían darle cuerpo a la mujer- se hacen esperar. Cuando finalmente vemos una foto de su rostro, Irène es tan perfecta que resulta irreal. Ella partió una tarde en su auto y nunca volvió. Dicen que fue un accidente. Dicen que un homenaje no debería avanzar sobre la oscuridad del personaje retratado. El director no hace caso y hacia el final recuerda que su esposa era una persona triste, depresiva, lejana, recubriendo todo el film con una perturbadora ambigüedad. Si Irène ya era inaprensible en vida, ¿cómo pretender comprenderla en la muerte? ¿Por qué volverla cine? Cavalier sigue el consejo de Bresson: “Escarba en el mismo lugar. No te escurras fuera. Doble, triple fondo de las cosas…”. Irène es una pequeña gema para entregarse al extrañamiento.
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Y no importa que un vacío empiece a abrirse
de entre tus sentires, que tras la gris tristeza
crepite el miedo y, digamos, un foso de furor.
Porque en la era atómica, cuando tiembla hasta la roca,
podremos sólo salvar los muros del hogar,
los corazones, fundiéndolos con fuerza igual
y nexo semejante a la muerte que los viene a acechar.
Y temblarás al escuchar decir: «Querido».
Joseph Brodsky (1964)
Hay más películas para comentar. Los espero.
5 comentarios:
Reverbera la poesía en tus reseñas, Carolina. Me da mucho gusto leerte.
Un beso.
Cuando lei..."Como leer un diario íntimo que quedó olvidado en un cajón, ese diario que escribimos cuando queríamos ser felices, sin saber que ya lo éramos...", mire a mi alrededor y sólo vi compañeros de trabajo hombres y dando por hecho que no lo iban a entender, llame a una amiga y se lo lei...
Tenes esas miradas de la vida y de lo que nos pasa que siempre busco leerte, Caro.
Saludos!
Gracias por los mimos. :-)
Gracias por tus comentarios inteligentes, sensibles y a esa manera de mirar la vida y el cine.
A mí Irène me pareció una película abrumadora, por momentos insondable. Pero comentarios como éste ayudan a ingresar en el mundo de Cavalier para mirarlo -y pensarlo- desde otra perspectiva.
Muy buen post, Caro.
Saludos
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