Por Rodrigo Tarruella *
Hay dos tendencias extremas -simetría de errores- en la valorización del cine. Una está necesitada de la otra. La estética del chocolatín, o del kiosco de golosinas, se basa en el “a mí lo único que me importa es si me gusta o no”, acompañado de “todo el mundo tiene derecho a opinar” o “es mi opinión contra la tuya”. Esta concepción autista y privatizada del mundo comparte el relativismo hipócrita del capitalismo liberal y auspicia la detención del crecimiento y el quedarse en la infancia. Estos niños-salvajes del hedonismo posmo son los primeros en concurrir -desesperadamente- a las ceremonias de los libros y films impuestos por presiones sociales, marketing y modas. La otra tendencia es la del Olimpo de los Clásicos. Esta falacia consiste en erigir altares de sacrificio obligatorio. Sus cultores practican con ferocidad sectaria la adoración dependiente y escindida de un Panteón cerrado. Esta ilusión fabrica una entelequia (autoritaria) de autoridades que excluye sujeto, experiencia e intereses personales. Tanto chocolatineros como olímpicos siguen empeñados en contemplar sus egos.
* Extracto del artículo “Fragmentos sobre estética y cine” que integra el libro Jugar (la luz de otra cosa). Textos críticos de Rodrigo Tarruella, editado por el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Marzo 2009).
El cine como un espacio para comprendernos mejor e interpretar la realidad. El cine disparador de la fantasía, imagen de las más oscuras pesadillas. El cine, máximo pasatiempo, entretenimiento pero a la vez reflexión. Pantalla grande que nos envuelve y nos hipnotiza.
ResponderEliminar¡Muy pocos temas me emocionan tanto como el debate inteligente de una buena película!
Ni chocolatinera ni olímpica... abierta a la sorpresa.
Un beso, Caro. Gracias por el material que nos acercás al blog.