En estos días Morir en Venecia cumple dos años de vida.
La única forma de celebrarlo que se me ocurre es tratar de ir a lo esencial.
¿Me acompañan?
Andrei Tarkovski escribió:
“Lo bello queda oculto a los ojos de aquellos que no buscan la verdad. Precisamente el vacío interior de quien percibe el arte y lo juzga sin estar dispuesto a reflexionar sobre el sentido y la finalidad de la existencia de éste, ese vacío seduce la cuenta y lleva a una fórmula vulgar y simplista, al "¡No gusta! o "¡No interesa!" Un argumento fuerte, pero es el argumento de quien ha nacido ciego e intenta describir un arco iris. Queda absolutamente sordo al padecimiento que sufre un artista para comunicar a los demás la verdad que experimenta en ello. Pero, ¿qué es la verdad?
Una de las características más tristes de nuestro tiempo es, en mi opinión, el hecho de que hoy en día una persona corriente queda definitivamente separada de todo aquello que hace referencia a una reflexión sobre lo bello y lo eterno. La moderna cultura de masas -una civilización de prótesis-, pensada para el "consumidor", mutila las almas, cierra al hombre cada vez más el camino de las cuestiones fundamentales de su existencia, hacia el tomar conciencia de su propia identidad como ser espiritual. Pero el artista no puede, no debe permanecer sordo ante la llamada de la verdad, que es lo único capaz de determinar y disciplinar su voluntad creadora. Sólo así se obtiene la capacidad de transmitir su fe también a otros. Un artista sin esa fe es como un pintor que hubiera nacido ciego”. *
Entonces, me pregunto: ¿cómo se puede sostener la fe en este mundo?
Y Cornelius Castoriadis también se lo pregunta:
"¿Puede existir la creación de obras en una sociedad que no cree en nada y que no valora nada verdadera e incondicionalmente?" **
Y Dany-Robert Dufour respondería:
“No es sorprendente: no valemos nada.
Aprovechemos la situación. Podemos estar tranquilos. En este retiro forzado de hombres destruidos, disponemos, en suma, de una libertad absoluta.
Por mi parte, no estoy de ningún modo decidido a emplear ese tiempo libre en practicar una de las numerosas artes del abandono, sino que opto por emplearlo para tratar de comprender los confines de la nueva ideología que está instaurándose. Desde ya, lo que podemos ver es que, con una apariencia afable y democrática, probablemente sea tan virulenta como las terribles ideologías que se desencadenaron en Occidente durante el siglo XX. En realidad, no es imposible que, después del infierno del nazismo y el terror del comunismo, se perfile hoy una nueva catástrofe histórica. Finalmente, sólo habríamos salido de una para entrar en otra. Pues el liberalismo, como las dos ideologías citadas, también quiere fabricar un hombre nuevo. Hasta ahora, los cambios operados en los grandes campos de la actividad humana –la economía comercial, la economía política, la economía simbólica y la economía psíquica- convergen lo suficiente para indicar que está surgiendo un hombre nuevo, privado de la facultad de juzgar e inducido a gozar sin desear.
Por lo tanto, en mi opinión, no es una hora de optimismo idiota –el del impaciente que se alegra demasiado pronto por la desterritorialización operada por la mercancía y la caída de los dioses- ni tampoco es hora de un pesimismo nostálgico por los tiempos definitivos caducos. El imperativo categórico hoy es el de la resistencia ante el establecimiento del capitalismo total”. ***
Lo dijo George Brassens:
"La única revolución es intentar mejorar uno mismo esperando que los demás también lo hagan".
Repitámoslo una y mil veces, aunque suene a puro clamor romántico: la revolución social sólo será posible si recuperamos el sentido de la ética.
Seguiremos remando.
Muchísimas gracias por estar ahí.
Caro
Fragmentos de:
* Esculpir en el tiempo (ed. Rialp)
** Ventana al caos (ed. Fondo de Cultura Económica)
*** El arte de reducir cabezas (ed. Paidós)