El ocaso de los dioses
No hay nadie en la calle,
en los ruidos húmedos,
en el vuelo de las hojas
y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia.
Pero todo está abandonado,
no hay nada que pueda favorecernos;
ningún aire de inconsciencia,
ningún reino de libertad.
Sólo hábitos tolerantes
haciendo crujir nuestra memoria.
"Ha estado bien", decimos.
Dueños del incendio, de la bondad del crepúsculo,
de nuestro hacer, de nuestra música,
del único amor incoherente;
soberanos de esa calle donde los tactos y la impresión
hicieron su universo.
Las sombras acarician aún sus veredas,
tu mismo nombre y tu gesto son una forma nocturna
que en esa constelación crece
y sabe enrostrar nuestra culpa.
Y todo termina con una esperanza, con una dilación
–"ha estado bien"–, o en un bostezo, o en otro
lugar donde es menester el coraje.
Paco Urondo
1 comentario:
"No hay nadie en la calle,
en los ruidos húmedos,
en el vuelo de las hojas
y mis pasos quieren reiniciar
las maderas de la adolescencia"
Esta estrofa es la mejor! Con imágenes mucho más poderosas que el resto del poema.
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