Hay épocas y épocas.
Esta es una de esas épocas en las que todo el tiempo siento que las palabras van a la zaga de las cosas. Que escribir es un gesto banal. Que lo único que cabe es gritar.
En estos días sucede, simplemente, que ya no entiendo más nada.
“Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar definitivamente las dudas”, decía el gran Groucho. Esta es una de esas épocas en donde preferiría llamarme a silencio unos días. Muda como Liv Ullman en Persona de Bergman… al menos hasta recuperar la confianza… hasta que mi otro yo venga a despertarme.
Pero no quiero que la palabra se pierda. Por eso en el blog sigo compartiendo lo que piensan y escriben los otros, esos que saben expresarse mucho mejor que yo.
No se me pierdan ustedes.
Abrazos,
Caro
Creo que muchas veces el problema de escribir es que uno trabaja con materia propia en exceso sensible y hay ratos en los que manipularla (en tanto moldearla, buscar construir algo a partir de ella) se vuelve imposible. Son esos momentos en los que uno no entiende nada, en que cree que todo se ha ido definitivamente al carajo y que no habrá modo de encausarlo nunca más. Las palabras muchas veces no funcionan, no calman, no explican, no reflejan nada de lo que nos gustaría bajar a un texto, escupirlo, sacarlo para intentar comprenderlo, aunque sea en parte.
ResponderEliminarHabrá que leer lo que dicen otros, habrá que confiar en que es un momento que pasará y que es posible vivir, pensar y escribir aun teniendo claro que es imposible entender siquiera algo de lo que sucede. Eso no cambia. Por ahí cambiamos nosotros, nos relajamos y miramos distinto.
EL IDIOMA SECRETO (fragmento) Lidia Felce
ResponderEliminarLo que más les llamó la atención fue descifrar un lenguaje de sólo tres palabras. Las encontraron repetidas en escenas y pudieron así reconstruir la vida de relación de ese grupo que habitó las cavernas hace cincuenta mil años. Denominaron el lenguaje «Poe-L’Oiseau» en homenaje al escritor que le gustaba descifrar enigmas.
Las tres palabras eran: «sí», «no», «infinito», y los arqueólogos explicaron su uso del siguiente modo: cuando se recibía comida se agradecía diciendo «infinito», porque esa palabra abarcaba todos los sentimientos de gratitud que se querían manifestar. Si una mujer estaba embarazada, como una de las figuras de la gruta, se decía «infinito» al mirar su vientre, porque escapaba a la comprensión de dónde venía ese nuevo ser, ya que no establecían conexión entre la sexualidad y el embarazo.
A veces usaban dos palabras. Por ejemplo: «sí» y «no» quería decir tal vez, o «infinito» y «no» quería decir «morir»; «infinito» y «sí» significaba el sol. El «sí» afirmaba la vida y el «no» implicaba su ausencia. «Infinito» era todo lo misterioso, las fuerzas naturales que no tenían explicación y que excedía los monosílabos.
Esteban: gracias por tu comentario. Es como un abrigo. De todas maneras creo que a veces sí es posible entender, aunque sea algunas cosas. Esas mínimas cosas que deberían obligarnos a ser más humanos.
ResponderEliminarMimí: otra vez, ¡gracias!
Quizás le conocimiento se nos presente siempre como limitado. Al noúmeno nunca llegamos: nos quedamos con el fenómeno, la mayor parte de las veces.
ResponderEliminarEl saludo de siempre de Martha.
Gracias, Martha. Es muy bueno saber que estás ahí. Abrazo grande.
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