Susan Sontag
Al menos hasta El silencio de Lorna (Le silence de Lorna), la filmografía conocida de los hermanos Dardenne es un ejemplo inobjetable de lo que propone Sontag. Desde el instante en que uno se sumerge en cualquiera de esas películas (La promesa, Rosetta, El hijo, El niño), ni siquiera hay tiempo para preguntarse si los directores podrían haber hecho las cosas de otra manera: somos imantados por una cadena de imágenes imperiosas que no admiten alternativa alguna. Es como si la misma cámara fuera un sobreviviente más, un mendigo que sale a calle a buscar alimento (historias) y se abraza con uñas y dientes al primer pobre diablo que pasa, no importa si se trata de un padre sumido en la tristeza, una niña desesperada por un empleo, o un muchacho inconsciente que vendió a su bebé recién nacido. Personajes desolados, carne y hueso del presente, cuerpos y almas en fuga para una cámara que no tiene otra opción que moverse, reaccionar, seguir adelante, hasta volverse piel, testimonio, arte. La cámara se enciende con la respiración de los personajes: un cine de la necesidad.
La nueva película carece de esa urgencia a la que estábamos acostumbrados. Por primera vez nos preguntamos por qué los realizadores no tomaron otras opciones, dado que las elegidas evidentemente no son las mejores.
Lorna (Arta Dobroschi) es el primer personaje de los Dardenne que tiene un “proyecto de vida” que va más allá de la mera supervivencia: quiere montar un pequeño bar en Liége (Bélgica), una vez obtenida la carta de ciudadanía, claro. Porque Lorna es albanesa y para conseguir la residencia tuvo que arreglar casarse con Claudy (Jérémie Renier), un joven drogadicto belga que intenta curarse y no puede. El plan de Lorna era divorciarse de él para luego cumplir su sueño junto a Sokol (Alban Ukaj), su verdadero novio. Pero la misma mafia que organizó su matrimonio tiene ahora una oferta para la chica: cobrar un dinero importante por casarse con un ruso que también necesita la ciudadanía, lo que implicaría eliminar a Claudy (literalmente).
Al relato ingresamos sin preámbulos, in media res, cuando el conflicto íntimo de la muchacha ya está activado: la cuestión es ser o no ser cómplice del crimen. Es un dilema ético, en definitiva, nervio fundamental en el mundo Dardenne, ese mundo paradójico que a la vez que se empeña en ser concreto, visceral, muy físico, por otro lado confronta a sus personajes con la idea de la dignidad, baluarte metafísico en pleno ocaso de la metafísica. De allí la belleza de un cine que recupera al ser humano justo cuando está al borde de dejar de serlo. A pesar de todas las pulsiones en juego (el hambre, el miedo, el egoísmo, la sed de venganza), los protagonistas de estas ficciones tarde o temprano hacen un “click”, reacomodan sus fantasmas y repiensan sus actos desde otra perspectiva, hecho que si bien no transforma el derruido contexto, al menos los salva en su calidad de personas. El mismo trayecto se le plantea a Lorna, pero ciertas debilidades del film hacen que de a poco uno se distancie de ella en vez de acompañarla hasta el final. (Ojo: voy a revelar detalles del desenlace).
Lo mejor de la película es la relación entre la chica y el joven adicto, precisamente porque en los momentos que comparten refulge una gracia peculiar, algo del orden de lo inefable, ese afecto genuino que la maquinaria especuladora no había contemplado en sus cálculos. El film parece despegar cuando los cuerpos temblorosos y desnudos de Lorna y Claudy transpiran esa verdad, pero esa secuencia es solo el amago de la película que no fue. Lo que queda entonces es la sordidez, un cuadro de miserabilidad al que le cuesta evitar el trazo grueso, especialmente al delinear a “los villanos” (el taxista, el ruso y el novio, por ejemplo, no son más que estereotipos de un solo color). Desde ya que esta clase de vilezas existen y abundan en la Europa de hoy, nadie niega su verosimilitud, solo que aquí ciertos giros, elipsis y actitudes contradictorias enmarañan a cada paso la narración, como si estuviéramos ante el borrador de un guión vacilante. Y aunque la cámara ya no se limita a los rostros y el encuadre es más amplio de lo habitual, lo social no termina de integrarse al conjunto, funcionando apenas como sordo trasfondo.
Algo es seguro: El silencio de Lorna es el trabajo más oscuro de los Dardenne. En los cuatro títulos previos los desenlaces siempre tenían a dos personas en la escena. Antes del abrupto fundido a negro del final, los relatos dejaban abierta la posibilidad de que esos dos seres se unieran para forjar una relación constructiva. La pequeña esperanza que fantasea con elevarse hacia otras escalas: esta es la apuesta política.
Pero Lorna se queda sola, quizás con el consuelo de un futuro hijo, lo que le daría un motivo para resistir. O quizás está alucinando, lo que indicaría que la locura es la única manera de escapar del sistema. O incluso podríamos pensar que en esa cabaña húmeda perdida en un bosque (cual cuento de hadas en clave negra), la muchacha encontró su lugar en el mundo, siempre y cuando acepte pagar el precio del aislamiento. Como sea, ese cuerpo lloroso tiritando en la penumbra representa el final más escéptico de toda la carrera de los Dardenne.
Esperemos que este film -atendible, pero fallido- solo se trate de un paso en falso. No quisiera creer que Luc y Jean-Pierre están perdiendo la fe.
Admirados hermanos, por favor, no cedan.
Al relato ingresamos sin preámbulos, in media res, cuando el conflicto íntimo de la muchacha ya está activado: la cuestión es ser o no ser cómplice del crimen. Es un dilema ético, en definitiva, nervio fundamental en el mundo Dardenne, ese mundo paradójico que a la vez que se empeña en ser concreto, visceral, muy físico, por otro lado confronta a sus personajes con la idea de la dignidad, baluarte metafísico en pleno ocaso de la metafísica. De allí la belleza de un cine que recupera al ser humano justo cuando está al borde de dejar de serlo. A pesar de todas las pulsiones en juego (el hambre, el miedo, el egoísmo, la sed de venganza), los protagonistas de estas ficciones tarde o temprano hacen un “click”, reacomodan sus fantasmas y repiensan sus actos desde otra perspectiva, hecho que si bien no transforma el derruido contexto, al menos los salva en su calidad de personas. El mismo trayecto se le plantea a Lorna, pero ciertas debilidades del film hacen que de a poco uno se distancie de ella en vez de acompañarla hasta el final. (Ojo: voy a revelar detalles del desenlace).
Lo mejor de la película es la relación entre la chica y el joven adicto, precisamente porque en los momentos que comparten refulge una gracia peculiar, algo del orden de lo inefable, ese afecto genuino que la maquinaria especuladora no había contemplado en sus cálculos. El film parece despegar cuando los cuerpos temblorosos y desnudos de Lorna y Claudy transpiran esa verdad, pero esa secuencia es solo el amago de la película que no fue. Lo que queda entonces es la sordidez, un cuadro de miserabilidad al que le cuesta evitar el trazo grueso, especialmente al delinear a “los villanos” (el taxista, el ruso y el novio, por ejemplo, no son más que estereotipos de un solo color). Desde ya que esta clase de vilezas existen y abundan en la Europa de hoy, nadie niega su verosimilitud, solo que aquí ciertos giros, elipsis y actitudes contradictorias enmarañan a cada paso la narración, como si estuviéramos ante el borrador de un guión vacilante. Y aunque la cámara ya no se limita a los rostros y el encuadre es más amplio de lo habitual, lo social no termina de integrarse al conjunto, funcionando apenas como sordo trasfondo.
Algo es seguro: El silencio de Lorna es el trabajo más oscuro de los Dardenne. En los cuatro títulos previos los desenlaces siempre tenían a dos personas en la escena. Antes del abrupto fundido a negro del final, los relatos dejaban abierta la posibilidad de que esos dos seres se unieran para forjar una relación constructiva. La pequeña esperanza que fantasea con elevarse hacia otras escalas: esta es la apuesta política.
Pero Lorna se queda sola, quizás con el consuelo de un futuro hijo, lo que le daría un motivo para resistir. O quizás está alucinando, lo que indicaría que la locura es la única manera de escapar del sistema. O incluso podríamos pensar que en esa cabaña húmeda perdida en un bosque (cual cuento de hadas en clave negra), la muchacha encontró su lugar en el mundo, siempre y cuando acepte pagar el precio del aislamiento. Como sea, ese cuerpo lloroso tiritando en la penumbra representa el final más escéptico de toda la carrera de los Dardenne.
Esperemos que este film -atendible, pero fallido- solo se trate de un paso en falso. No quisiera creer que Luc y Jean-Pierre están perdiendo la fe.
Admirados hermanos, por favor, no cedan.
Muy buena crítica, Carolina. Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarA mitad del relato hay una elipsis brutal, que hace que el final de Intriga internacional parezca un plano secuencia. A partir de ahí se empiezan a ver los piolines y la película se viene abajo.
Saludos
Gracias, Andrés.
ResponderEliminarRealmente los Dardenne me gustan muchísimo y "Lorna" es la primera película en la que los noto poco convencidos de lo que están narrando.
Pero si fueran infalibles no serían humanos, ¿no? Por otro lado, yo les pido que conserven la fe como un deseo muy íntimo, pero hoy hay que tener una voluntad descomunal para no sucumbir frente al desaliento.
El escepticismo es funcional al sistema: es lo único que tengo claro. De allí a poder combatirlo, es un ejercicio diario de acción y confianza.
Abrazos.
Hola Caro Giudice!
ResponderEliminarFelicitaciones por tu modo de pensar la última película de los Dardennes. Algunos ( críticos) se las toman con "lo psicológico" que aparece al final, otros piensan que además se repite y explica demasiado. Puede ser, pero ese final que vos describiste tan bien , no lo podré olvidar nunca.
Por otra parte lo psicológica existe, no lo digo como psicóloga sino como ser humano. El por qué enloquece alguien tiene sus razones que es muy interesante saberlas. Y más en este film. Beso: Martha
Hola Caro! Este es mi segundo mensaje en tu espacio. El primero fue con motivo de tu comentario de la peli El año siguiente, donde te dejé la dirección de mis "bloges", por lo cual no voy a repetirlas para no ser insistente. No hace falta decir que me gusta mucho tu sitio, en particular como ves los films y, a la vez, porque en los dos comentarios que leí, difiero un poco con tu visión, lo que para mí es ideal y debería ser siempre así, porque me interesa añadir cosas a mi interpretación.
ResponderEliminarNo quiero extenderme demasiado por lo que voy a la peli: no tengo dudas de que no tiene el nivel de El niño y El hijo pero difícilmente podría equipararlas ya que ellas son logradísimas. Pero, por si no lo dije aún, me gustó mucho. Concuerdo con Andrés en cuanto a que es en la segunda parte donde no todo funciona tan bién. Y se debe a ese cambio en su estilo al que te refieres, y que ellos mismos lo cuentan en diversas entrevistas: el abandono de la cámara en mano y los primeros planos, y la toma de distancia respecto de la protagonista, que tiene por consecuencia que lo que están contando pierde esa fuerza, ese nervio y esa verosimilitud casi documental que caracteriza a sus films anteriores. Coincido con respecto al final poco esperanzador, pero no lo es tanto Caro. Frente al dilema moral y cuando parece que ella sigue adelante sin importar las consecuencias, simplemente no puede tolerarlo y aparece ese gesto de humanidad que la redime, aún cuando signifique quedarse sola y sin nada. Agrego conforme al mensaje anterior que no hay lugar a dudas en cuanto a que la explicación psicológica se impone. ¡No hay ningún bb!
Acá te dejo porque escribí una novela. Un beso.
PD: agrego un enlace a tu blog en el mío en el cual subo películas.
Hola, Soyo:
ResponderEliminarPodés escribir con la extensión que quieras... Internet aún es libre.
Sí, visité tus blogs, y me encanta el jazz, así que: ¡gracias!
Saludos.
post impresionante. Realmente disfruté la lectura de su blog.
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