"¿Qué quedará de nuestra cultura cuando las especificidades se diluyan en el planeta globalizado?" Esta inquietud parece acechar a ciertos directores galos contemporáneos, como es el caso de Olivier Assayas, que en Las horas del verano planteaba que Europa -su Historia, su arte, su legado- tal vez ya no representa más que una pieza de museo que terminará sepultada ante la avanzada de Estados Unidos ("el presente") y China ("el futuro"). Sin el vuelo estético ni la agudeza intelectual del autor de Irma Vep, Cédric Kaplisch hace foco en la capital de Francia y observa con desconcierto sus transformaciones de los últimos años, hecho que lo impulsó a reunir un elenco de rostros convocantes para plasmar una fotografía de la selva humana que hoy puebla la Ciudad Luz.
Aunque Kaplisch supo hacer películas discretas y amenas como Un aire de familia y Piso compartido, en París su batuta artesanal se quiebra frente a un guión ansioso que dispara conflictos de forma arbitraria y los pegotea en un tapiz trivial. El film podría definirse como una versión pintoresca y melancólica de la reciente Simplemente no te quiere, con actores estupendos (Juliette Binoche, Albert Dupontel, Frabice Lucchini) y una mirada social “preocupada”, lo que aquí se reduce a incluir un par de personajes africanos para llenar el casillero de la inmigración, pobres diablos que pronto serán olvidados ya que el eje de la trama pertenece a los franceses y sus corazones solitarios. Y si hace falta matar un personaje para dar un golpe de efecto al mejor estilo Alberto Migré, que así sea nomás, total tenemos otros tantos para entretenernos. Este es el aspecto más irritante de los marketineros relatos corales: se amparan en una supuesta vocación gregaria y pluralista para terminar rescatando sólo las historias que comulguen con la mentalidad del espectador tradicionalista. En el fondo, es poco y nada lo que la película permite descubrir de esa urbe fascinante y compleja que es París.
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