Danny Boyle no es un cínico. Simplemente, no cree que un mundo mejor sea posible, ni pretende impartir lecciones de humanidad. En una sociedad que tan obscenamente ha erigido al dinero como única meta existencial digna de esfuerzo, resulta coherente que los protagonistas de sus películas decidan largar todo (moral incluida, por supuesto) por un puñado de dólares. Ok, no es lo que se dice un “puñado”, ya que en general se trata de valijas repletas de billetes, como en Tumba al ras de la tierra, Trainspotting y Millions (¿cuántos directores se animan a ser tan explícitos al situar y reiterar el leitmotiv de sus ficciones?). El asunto está clarísimo: sólo el dinero nos permitirá escapar. También el amor, por qué no... a veces, si los dioses son propicios.
El protagonista de Slumdog Millionaire, Jamal Malik (gran trabajo de Dev Patel), es un chico de la calle que participa en un programa de preguntas y respuestas. No es el dinero el principal objetivo del muchacho, sino que la mujer que ama lo vea en la televisión y corra a buscarlo. La película quiere ser la más romántica en la carrera del realizador británico, pero apenas alcanza a pasar como un producto simpático, tal vez porque ni el mismo Boyle confía del todo en la azucarada gesta heroica que está narrando. Cuando llegamos al tierno reencuentro entre Jamal y la bella Latika, ya estamos demasiado cansados de las tenazas del guión como para que su destino consiga conmovernos. Son otras las inquietudes que uno arrastra desde el comienzo del film: por qué la India, por qué esta técnica, cuál es la intención artística.
Antes que nada, descartemos las automáticas acusaciones de “miserabilismo” proferidas contra esta obra. No es la primera vez que la pobreza de la India se exhibe en su cruda desnudez; lo hicieron desde realizadores nativos como Mira Nair en Salaam Bombay! (1988) hasta representantes del mainstream europeo como Roland Joffé en Ciudad de la alegría (City of joy, 1992). El paisaje es desolador pero no es nuevo, y lo que hace aquí el director de La Playa es pintarlo a su manera: velocidad y música en dosis generosas, un baño de fotografía dorada, predominio de encuadres inclinados, figuras mostradas en agresivos escorzos, todo sacudido por un montaje que brinca en el tiempo y fragmenta el espacio hasta la extenuación. La estilización extrema siempre es un arma de doble filo, ya que puede encandilar tanto como puede distanciar. En Slumdog opera más lo segundo, en especial en todos esos planos que toman las coloridas villas desde lejanos ángulos aéreos, como si la cámara fuera un pájaro que sobrevuela el lugar mirando lo exótico de reojo, sin detenerse a observar.
Una vez aceptado que esta es la matriz visual de Boyle y que él tiene derecho a implantarla, debemos decir que las fallas pasan por el circuito dramático: la película aborda el universo narrado desde un punto de vista unidimensional. Cuando hace un tiempo comentábamos el film uruguayo El baño del papa, decíamos que era el personaje de la hija adolescente, desde una mayor sabiduría, la que permitía marcar la diferencia perceptiva sobre la angustiante realidad social que la rodeaba. Es un recurso para desnaturalizar la tragedia a la que los demás personajes se creen condenados. Es recordarnos que las cosas podrían ser de otra manera, si no fuera porque las fuerzas del sistema han trabado los caminos. En Slumdog, Jamal es un joven inteligente, ennoblecido por una ética inquebrantable (es estupenda la escena donde descubre que su hermano se convirtió en un acólito del gángster del pueblo), pero su relación psicológica con el contexto es muy débil, como si navegara enajenado a través de su propia historia sin avistar sus complejas ramificaciones sociales. Por otro lado, esa mínima conciencia se esfuma cuando el deseo del personaje es reducido a la obtención de la chica. Falta algo (un detalle, un matiz, un contraste) que estimule una lectura oblicua, abiertamente ideológica, de la película. Hay un momento interesante cuando el policía que interroga a Jamal le pregunta si sabe qué líder hindú aparece en el billete de mil rupias. Es Gandhi, sólo que el muchacho no lo recuerda porque está más fogueado con los dólares que con su propia cultura. Esta idea del choque de legados -cuando no la llana colonización- es una de las puntas más atractivas de la trama; el film no profundiza en ese aspecto, más bien lo admite como hecho inevitable (por si el dato sirve: el autor del guión es Simon Beaufoy, cuyo antecedente más destacado es la comedia inglesa The Full Monty).
Reconozco que le estoy pidiendo mucho a una película que no busca calificar como tratado sociológico sino apenas como un cuento de hadas ambientado en un país del Tercer Mundo. Todos los relatos volcados a partir de flash-backs no son más que construcciones del recuerdo -demonizado, idealizado, inventado- del protagonista. En este sentido, Slumdog Millionaire es honesta: es solo una feel-good movie con voluntad de entretener. Lo delicado del asunto, lo discutible (y “tranquilizador”, si quieren aplicar la teoría conspirativa) es lo que el film sugiere sobre los beneficios de curtirse en la calle. Jamal pudo responder atinadamente casi todas las preguntas que le hicieron en "¿Quién quiere ser millonario?" porque de casualidad las aprendió en la cancha, en la basura, en el barro, en el momento justo y con las personas indicadas. Y no necesitó otra cosa.
Qué suerte tuvo Jamal. Qué maldita buena suerte.
Yo la odié. Me pareció cruel, tranquilizadora, hipócrita, plagada de golpes bajos y obviedades. Después voy a publicar mi crítica. Cuando quieras pasate.
ResponderEliminarSaludos!
"Todos los relatos volcados a partir de flash-backs no son más que construcciones del recuerdo -demonizado, idealizado, inventado- del protagonista".
ResponderEliminarEn esa frase está la clave de por qué no es una película abyecta, como se apuró en plantear gran parte de la crítica. Y agregaría que Boyle, aunque ocasionalmente cambia el punto de vista, nunca se despega de eso. Sí, creo, cae en algunos excesos, pero de ningún modo es canalla. Menos aún tramposa.
Saludos
Muy buena tu reseña, Carolina. Boyle pinta a su manera una historia de amor a través de los recuerdos de su protagonista y nada hay de miserabilista, abyecto o pornográfico en todo esto. Y coincido con vos en que las fallas de la película pasan por lo dramático, con sus monotonías, sus repeticiones, sus excesos (como dice Andrés) y no mucho más. Culpar a una película por lo que no es ni quiere ser en ningún momento es algo un poco tonto.
ResponderEliminarY en cuanto a lo "delicado del asunto" que sugerís hacia el final, es interesante pensarlo. Lo cierto es que el objetivo de Jamal nunca es ganar el dinero del concurso ni convertirse en un héroe, sino que Latika lo encuentre por televisión, mientras que el "está escrito" del final no haría otra cosa que reforzar el carácter artificial de fairy tale con el que está demonizada, idealizada e inventada (y edulcorada) casi toda la historia. Está escrito, todo es ficción, ahora bailemos.
Tu "qué suerte tuvo Jamal, qué maldita buena suerte", al menos en la película, es una idea ligada al reencuentro feliz con Latika y no tanto a la conversión increíble de mendigo a millonario: Jamal no necesitó otra cosa, es cierto, que de él mismo para quedarse con ella.
Gracias a todos por los comentarios.
ResponderEliminarCoincido en que a una obra no podemos pedirle ser lo que no quiere ser, aunque indirectamente algo de eso esbozamos muchas veces en el análisis crítico. Hay algo que dice Ángel Faretta que me parece genial: cuando el cine es arte, además de entretenimiento, es porque la obra tiene “una perfecta y organizada visión del mundo, donde con la excusa de contar una primera historia transparente, se cuenta una segunda simbólica”.
No todas las películas lo logra, pero sí creo Slumdog aspira a esa doble lectura. Algo salió mal en el camino. Si lo único que nos queda es la historia en primer plano -el amor- es porque lo que venía detrás no terminó de cuajar. Y acá es donde se jugaban los dos destinos: el individual (qué suerte que consiguió a la chica) y el del personaje como representante de un sector social (acá es donde entra la “suerte” de haberse criado en la calle que a mí me hace ruido). En Slumdog todo está ideado para que esos dos niveles se complementen y potencien, pero no sucedió. Algo faltó para hacer el enroque, o quizás el asunto a Boyle se les fue de las manos. A lo mejor no se necesitaba mucho más que bajar un cambio con la pirotecnia visual, tan hegemónica que acaba por distanciar.
Hernán: leí tu comentario y coincido. Me gustó mucho eso del “progresismo calculado”. Es muy cierto y lo más triste es que enarbolan esa bandera enojándose justo con estas películas que dejan todo servidito en bandeja para que peguen por el costado más obvio. Es un mal de la época: nadie construye. Todos nos recluimos convencidos de nuestras verdades.
Bueno… no generalicemos. Quizás acá estamos nosotros, intentando lo contrario. Abrazos.