Adolfo Bioy Casares (Descanso de caminantes: diarios íntimos)
domingo, 8 de febrero de 2009
Hacerse el día
16 de septiembre de 1983. Cuando concluye el día hago el balance. Si escribí algo no demasiado estúpido, si leí, si fui al cine, si estuve en la cama con una mujer, si jugué al tenis, si anduve recorriendo campo a caballo, si inventé una historia o parte de una historia, si reflexioné apropiadamente sobre hechos o dichos, aun si conseguí un dístico, probablemente sienta justificado el día. Cuando todo eso falta, me parece que el día no justifica mi permanencia en el mundo. Quiero decir, “no la justifica ante las parcas”. Ante mí, hasta el más sonambúlico funcionamiento de la mente. En realidad siento (lo que no significa que sea así) que la natural y permanente reflexión (aun cuando no descubra nada) basta para justificar ante mí el día y la continuación de un infinito futuro de días parecidos. En cuanto al tenis y al caballo, corresponden al hombre que fui antes de 1972. Desde entonces me prohíbo tales actividades. Los sueños, frecuentísimos en mí, justifican holgadamente mis noches.
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