Ante todo, el humus de los valores donde la obra de la cultura puede crecer y al que ella alimenta y engrosa en retribución. Las relaciones son más que multidimensionales; son indescriptibles. Aquí hay un aspecto evidente. ¿Puede existir la creación de obras en una sociedad que no cree en nada y que no valora nada verdadera e incondicionalmente? Todas las grandes obras que conocemos han sido creadas en una relación "positiva" con valores "positivos". No se trata aquí de una función moralizadora o edificante de la obra; todo lo contrario. El «realismo socialista» pretende ser edificante: por eso sus productos son muy malos. No se trata tampoco simplemente de la catarsis aristotélica. Desde la Ilíada hasta El Castillo pasando por Macbeth, el Réquiem o Tristán, la obra mantiene esta relación extraña, más que paradójica, con los valores de la sociedad; los afirma al mismo tiempo que los pone en duda y los cuestiona. La libertad de elegir la virtud y la gloria al precio de la muerte conducen a Aquiles a constatar que es mejor ser esclavo de un pobre campesino en la tierra que reinar sobre los muertos en el Hades. La acción que pretende ser audaz y libre le muestra a Macbeth que sólo somos pobres actores que gesticulan en una escena absurda. El amor pleno y plenamente vivido de Tristán , Isolda no puede acabar sino en y por la muerte.
El choque que provoca la obra es un despertar. Su intensidad y su grandeza son indisociables de un sacudimiento, de una vacilación del sentido establecido. Sacudimiento y vacilación que pueden darse si y sólo si ese sentido está bien establecido, si los valores valen considerablemente y se los vive de la misma manera. El absurdo último de nuestro destino y de nuestros esfuerzos, la ceguera de nuestra clarividencia no aplastaban sino "elevaban" al público de Edipo Rey o de Hamlet -y a aquellos de nosotros que por singularidad, afinidad o educación continuamos formando parte de este público- en tanto vivía en un mundo donde, al mismo tiempo (y me atrevería a agregar: con razón) la vida era fuertemente investida y valorada. Este mismo absurdo, tema preferido por lo mejor de la literatura y del teatro contemporáneos, no puede tener el mismo significado, ni su revelación tomar valor de sacudimiento, simplemente porque ya no es absurdo de verdad, ya no hay ningún polo de no absurdo, al cual pudiera oponerse para revelarse fuertemente como absurdo. Es lo negro pintado sobre lo negro. De sus formas menos refinadas a éstas; desde la Muerte de un viajante hasta Fin de partida, la literatura contemporánea no hace más que decir, más o menos intensamente, lo que vivimos cotidianamente.
Cornelius Castoriadis
"Transformación social y creación cultural" (1979), en Ventana al Caos (editorial Fondo de Cultura Económica)
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