Hay un buen uso y un mal uso para las cosas. Un piano puede ser usado para tocar una hermosa obra de Beethoven o se lo puede tirar de un séptimo piso y matar a una persona.
Por Fernando Peña
Hace muchos años cuando era adolescente y fumaba, apagué un cigarrillo en un pocillo de café. Cuando el mozo me cobró y retiró las cosas me enseñó algo que nunca olvidaré. “¿Usted se tomaría un café en este cenicero aun sabiendo que está recién lavado?”, me preguntó. Me mató. Enseguida comprendí lo que me quería decir… que cada cosa en su lugar. No es lo mismo tomar vino en un vaso de plástico o té en una copa. Las sensaciones van acompañadas de objetos y esos objetos nos producen recuerdos imborrables, asociaciones. Ocurre lo mismo con millones de ejemplos, por ejemplo no es lo mismo cortar queso en una tabla que en un plato. Nada más desagradable que comer torta en un platito de cumpleaños descartable o comer sushi con cuchillo y tenedor.
Hay un buen uso y un mal uso para las cosas. Un piano puede ser usado para tocar una hermosa obra de Beethoven o se lo puede tirar de un séptimo piso y matar a una persona. El fuego puede ser usado para destruir un bosque o para hacer un buen fogón en un camping.
Últimamente noto cada vez más que le estamos dando un mal uso a las cosas. Sin ir más lejos hace un par de semanas estando de gira por el interior vi que en un teatro usaban libros para mantener cerrada una ventana. No sé bien si los celulares están sirviendo para comunicarnos o para incomunicarnos. Si seguimos así los autos pronto van a matar más gente de la que transportan.
El tiempo está mal usado. Las relaciones están mal usadas y hasta es un desperdicio lo que estamos haciendo cada uno de nosotros con nuestro ser. La gente ya no se viste, se tira la ropa encima. No se eligen las palabras antes de hablar, los diálogos son cataratas verborrágicas sin sentido. Cada vez pensamos menos en nuestras necesidades y cada vez más obramos por reflejo. Copiamos lo que vemos. Adquirimos costumbres. ¿Y el individuo? ¿Qué es lo que cada uno de nosotros necesita? ¿Qué es lo que nos hace bien?
Siempre me llamó la atención el color de pelo que adoptan las mujeres argentinas. Me refiero a esos colores castigados, oxidados. Esos reflejos rubios, añejos, pasados de moda y siempre de moda. ¿Están contentas con ese color? ¿Se pusieron a pensar en otra alternativa? Hace poco fui a la casa de una amiga mía que anda corta de guita y tuvo que dejar de hacerse los famosos reflejos argentinos. Está canosa y le queda hermoso. Cuando se lo dije me dijo que todo el mundo le dice lo mismo. Era cuestión de probar nada más.
Casi todo es mejorable. Para mejorar las cosas hace falta poca plata y a veces nada de plata. Cuando las cosas empiezan a andar mal, generalmente nos desanimamos y bajamos los brazos. Es típico en los autos, se rompe algo, no lo arreglamos enseguida y el auto se viene abajo en un año.
En las sociedades y en el mundo está sucediendo un poco eso. Me animo a decir que la mayoría, o por lo menos los problemas más importantes de este mundo no se deben a que no hubo dinero para solucionarlos. Se deben al desgano, a la pereza, al abandono y al desprecio por nuestra calidad de vida.
Sí, hay que estar muy atentos para vivir bien. Estar atentos habla de colaborar, de estar dispuestos. A cada minuto suceden cosas que pueden ser mejoradas, o pueden ser hechas de mejor manera. Esto pasa ya sea en el cuarto de un adolescente o en el despacho de un ministro. Pasa en la cocina de un hotel o en la torre de control de un aeropuerto. Pasa en un jardín o en una biblioteca pública. Las cosas no andan mal por sí solas.
No solamente se requiere de mucha responsabilidad para vivir sino que también es necesario tener vocación de vida. La vergüenza es otro ingrediente casi indispensable que mejora mucho el estado de las cosas y cómo vivimos. El estar pendientes de nuestra inteligencia, de la alternativa, de la creatividad y del sentido común también mejora el estado de las cosas.
La gente que cumple me produce una sensación casi vomitiva. Es la gente que se saca el trabajo de encima, la gente que no ama lo que hace y que no trabaja para lo que ama.
La semana pasada estaba en un hotel en Santa Fe, llamé a la recepción para pedir que me subieran los diarios locales. A los diez minutos la señorita con la que había hablado me llamó diciéndome que ya no había ningún diario local, que se los habían llevado todos. Le pregunté si no era posible que fuera un botones a comprarlos a lo que me contestó que sí. De eso hablo. ¿Cuánto cuesta un diario? ¿Por qué no se le ocurrió tomar la iniciativa de mandar a comprar los diarios?
Hay gente que nace con iniciativa, ganas, sentido común y amor propio, otra que no. Otra aprende. Otra jamás. Me gustaría repetir el experimento del cigarrillo hoy en un bar y ver cuántos mozos me llaman la atención. Es un ejemplo pequeño, chiquito. Varios pensarán que es casi irrisorio. No estoy de acuerdo. Son las pequeñas diferencias que hacen que el estado de las cosas tome otro rumbo.
La palabra “casi”, “y bueh”, “ta’ bien”, son palabras enemigas. Correr algo diez centímetros marca una diferencia. Ser puntuales, que una copa esté limpia, también marcan una diferencia.
El último ejemplo: ¿se fijaron que casi ninguna puerta, hablo de las puertas interiores de las casas o de cualquier lugar, no tienen su llave correspondiente puesta? No da lo mismo. ¿Y si la quiero cerrar? ¿Para qué está la cerradura? No da lo mismo. El abandono y el desinterés con el que estamos tratando al mundo y a nosotros mismos es vergonzoso e insultante. Quiero más gente como ese mozo. Es tan fácil… Es tan difícil…
Artículo publicado en la contratapa del diario Crítica (08/11/08)
Peña. Un gran observador de la vida, y las costumbres. muy buenta nota, no la había leído (no compro crítica).
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