23º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata - Del 6 al 16 de noviembre de 2008
“Hay muchos mundos que no conocemos, Carito”. Esto me lo dijo mi amigo Guadi Calvo hace algunos años, en Mar del Plata, mientras esperábamos que comenzara la ceremonia de clausura de esa edición del festival. Aunque su observación está lejos de ser original, lo que aún reverbera en mis oídos es el tono paternal, sabio, curativo, que Guadi empleó para pronunciar la frase. Era su manera de recordarme que sí, que la vida es muy compleja, que siempre terminará lastimándonos, pero que también esconde espacios para lo otro, para la empatía, para la sorpresa.
Durante un festival de cine uno se encuentra con amigos y colegas con una frecuencia especial: nos cruzamos seguido, conversamos un poco, percibimos cómo varían nuestros ánimos. No hay margen para procesar con conciencia lo que vemos en la pantalla cuando ya estamos ingresando en otra sala oscura; la recepción funciona en gran medida por contraste, y se vuelve dependiente del humor que nos dejó el film anterior, o de los comentarios escuchados en los pasillos.
Es que son muchas películas juntas, miles de historias diferentes, infinitos mundos para un solo planeta. Demasiada violencia. Y todo se mezcla con uno, con el mundo de uno, el más inextricable, el más irresoluble, el que necesariamente moldea la mirada y el vínculo con el exterior. “El desierto crece. Pobre de aquel que guarde desiertos dentro de sí”. Esta es una idea de Niezstche que inspiró el título del film mexicano Desierto adentro. Fue otra vez mi amigo Guadi quien la compartió conmigo.
Cada película es un tobogán. Nos lanzamos y luego corremos para volver a subir, porque queremos más. Y aun cuando estamos muy cansados, siempre queda un resto para el nuevo envión. Supongo que eso se llama pasión. Me alivia constatar que todavía existe. Lástima que estemos -todos- tan metidos para adentro.
No sé hasta cuándo resistirán las últimas vallas (el arte, el deseo, el sentido de humanidad) que hoy impiden el reinado definitivo del desierto. Mientras tanto, lo único que se me ocurre es hacer lo de siempre: hablar de cine, ese bendito oasis.
Mujeres que aman demasiado
El amor duele. Puede complicarnos la existencia de formas que jamás hubiéramos imaginado. Es sano comprobar que el arte no olvidó esa emoción fundamental para el ser humano, aun cuando el cinismo posmoderno de estos tiempos haga lo imposible para empaquetarlo y venderlo como otra mercancía de uso pasajero. Hoy, para reivindicar el romanticismo hay que apelar al extremo, al absurdo, al alarido; eso parece decir Phillippe Garrel en La frontière de l’aube (La frontera del alba). El director francés es un fiel cultor de la nouvelle vague: sobria fotografía en blanco y negro, una cámara fascinada con el enigma de los cuerpos y los rostros, un elegante transcurrir de químicas, obsesiones y alejamientos. Las musas de Garrel pueden pasar sin intervalo de la lozanía más inocente a ser sometidas a un electroshock para frenar su autodestrucción. El clima se va enrareciendo con situaciones que oscilan entre el ridículo y el terror. Es que los personajes están enfermos de amor y el realizador se dedica a celebrarlo con este melodrama gozoso y delirante.
En comparación con la historia anterior, la relación entre los protagonistas de Nights & Weekends (Noches y fines de semana) parece mucho más madura. Pero eso es solo en apariencia, ya que hacia el final se confirmará que hay pocas cosas tan insensatas como el amor. James y Mattie (Joe Swanberg y Greta Gerwig, intérpretes y directores de esta película indie norteamericana) no pueden verse con frecuencia porque él vive en Chicago y ella, en Nueva York. Lo que vemos (la película está rodada en video, con cámara en mano, planos cercanos y look informal) es un recorte aleatorio de los momentos en que los jóvenes están juntos, como si vibráramos con ellos en la urgencia de un puro presente: sábados y domingos, algunas noches, ya sea en sus casas o en algún hotel. El film parte de la banalidad de lo cotidiano en búsqueda de un latido auténtico, y en ese trayecto alterna algunas escenas simpáticas con otras intrascendentes. La anécdota cobra vigor cuando la chica (Greta Gerwig es un hallazgo) comienza a desesperar, dominada por los nervios y los celos. Es allí donde entran en tensión -desde el fuera de campo- los tiempos que el relato eligió omitir: los tiempos de la distancia, propicios para cultivar la sospecha y el miedo a perder a quien amamos. Otra prueba de que no se puede vivir el presente como si fuera un paréntesis de felicidad desgajado de la Historia. El amor siempre entraña la conciencia de un pasado… y la fantasía de un futuro posible.
Aunque si hablamos de llorar y sufrir hasta los huesos, hasta que el pecho estalle y la muerte nos libere, nada mejor que la ópera prima de Marion Laine, Un couer simple (Un corazón simple), basada en un cuento que Gustave Flaubert escribió en 1880. Felicité (Sandrinne Bonnaire) se enamoró de un hombre que la abandonó para casarse con una mujer mayor y adinerada. Sumida en un dolor que jamás logra superar, la protagonista es contratada para trabajar como mucama en una mansión burguesa de Normandía, habitada por una viuda y sus dos hijos. Felicité es una mujer sencilla, sin demasiadas luces ni ambiciones; su entrega a los otros es totalmente transparente, y esa actitud sincera resulta una anomalía en una sociedad signada por la represión y los intereses de clase. Con un tempo reposado y el preciosismo plástico que pueden esperarse de toda producción de qualité, Un couer simple quizás no sea mucho más que una película correcta, pero debo reconocer que disfruté su clasicismo y su rigor en la puesta en escena, teniendo en cuenta que en la función anterior había padecido la tosquedad del film argentino Vil romance (elogiado por la crítica local, apreciación con la que no coincido para nada). La diferencia es evidente: la narrativa del siglo XIX aún conserva un concepto de carnadura dramática que la gran mayoría de las ficciones actuales no han podido recuperar. Felicité es un personaje único, creíble, riquísimo, suspendido entre el naturalismo y la exacerbación romántica, que encontró en Sandrine Bonnaire a una cómplice extraordinaria.
Hay más películas para comentar.
Hasta luego.
Películas mencionadas:
Desierto adentro, de Rodrigó Plá (México, 2008) - Sección: Competencia internacional
La frontière de l’aube, de Phillippe Garrel (Francia, 2008) - Sección: Panorama ("Autores").
Nights & Weekends, de Joe Swanberg y Greta Gerwig (EEUU, 2008) - Sección: Panorama ("Nuevo Cine Independiente de Estados Unidos")
Un couer simple, de Marion Laine (Francia, 2008) - Sección: Competencia internacional
Vil romance, de José Campusano (Argentina, 2008) - Sección: Competencia internacional
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