Richard Linklater (nacido en Houston, 1960) no sabe hacer películas malas. No le salen. Desde su primer trabajo importante, Slacker, estrenado en 1991 (hoy un film de culto), su cine ha logrado sostener un piso de calidad técnica y narrativa que convierte a cada nuevo film suyo en una garantía de disfrute.
Digamos que nos "malacostumbró" a su buena cintura para resolver toda clase de propuestas: desde películas de género de brioso clasicismo (Escuela del Rock, The Newton Boys) hasta experiencias nacidas de la más pura libertad (el dibujo animado en la filosófica Despertando a la vida, la filmación con textura casera en Tape), sin olvidar por supuesto ese díptico de implacable nervio romántico que conforman Antes del amanecer y Antes del atardecer. No todas las películas son perfectas, pero sí tienen el peculiar don de lucir frescas, plenas, haciendo gala de su talante independiente. Es que Linklater hace lo que tiene ganas y, por lo general, lo hace muy bien (claro que esta actitud también le acarrea complicaciones en la financiación y el estreno comercial de sus films).
Fast Food Nation (2006) se presenta como una abierta crítica a la sociedad norteamericana, combinando varias líneas narrativas alrededor de la industria de la comida rápida. El realizador escribió el guión junto al periodista Eric Schlosser, autor del libro que inspiró el film y cuyo subtítulo es The Dark Side of the All-American Meal. Sin haber leído el libro, uno puede intuir que aquello que en el papel es material de denuncia, análisis e información estadística, en la pantalla se metamorfoseó en una ficción que intenta cubrir las diversas aristas del asunto.
Tenemos entonces a un ejecutivo de la cadena de fast food Mickey’s (Greg Kinnear), que se preocupa cuando le dicen que las hamburguesas podría estar contaminadas, hecho que lo impulsa a indagar en el pueblo de Cody, Colorado, en donde se asienta la planta procesadora de carne. Allí el empresario se cruza con Amber (Ashley Jonson), una adolescente empleada en un local de Mickey's, que vive modestamente con su madre (Patricia Arquette) y comparte algunas inquietudes políticas con sus amigos del colegio. Por último, el relato introduce a un grupo de inmigrantes que llegan desde México buscando mejores condiciones laborales. Raúl (Wilder Valderrama), Sylvia (Catalina Sandino Moreno) y Coco (Ana Claudia Talancón) acaban tarde o temprano en la planta frigorífica, en donde no solo conocen la explotación sino también el acoso sexual y el riesgo permanente a sufrir un accidente.
El cuadro es ambicioso. La película pretende agotar todos los ángulos que hacen al negocio de la comida chatarra, mostrando por un lado a los responsables (la multinacional, el matadero) y, por el otro, a las víctimas del sistema, y esto contempla en el mismo nivel tanto a los desesperados inmigrantes ilegales como a los jóvenes norteamericanos que deben lidiar con sus trabajos precarios y la falta de esperanzas en un país al que reconocen en su hipocresía. De un bando y del otro están los consumidores, que permiten que toda la maquinaria productiva-comercial-criminal siga funcionando; por eso, sugiere el film, todos somos cómplices en alguna medida.
Dijimos que el director no hace malas películas y Fast Food Nation no rompe el invicto. El film se deja ver con interés y la narración -a pesar de sus muchas subtramas- es clara y transcurre con buen ritmo. El problema es que la puesta en escena no heredó la mayor virtud de Linklater: la naturalidad. Cuesta conectarse con el universo ficcional porque en cada secuencia el guión parecería dictar qué es lo que exactamente debemos sentir y pensar (asco por aquí, indignación por allí, humillación por allá, etc). Por ejemplo, hay ciertos diálogos sobre dilemas éticos y políticos que son muy atractivos (y totalmente inusuales en el cine norteamericano), pero pierden impacto al delatarse como parlamentos sujetados con débiles pinzas a la trama general.
No es novedoso el tema abordado en el film, ni es demasiado sutil la metáfora (se insiste con la idea de que hace rato que todos “comemos mierda”); por eso mismo la nota diferencial debería provenir del tratamiento estético. Curiosamente, y aunque el núcleo de Fast Food Nation es la voluntad de protesta, Linklater eligió moderar la energía y neutralizar su estilo en pos de una extrema corrección formal. Una película que lo tenía todo para gruñir y ser feroz, en este caso apenas se limita a rasguñar con timidez.
Eso mismo sentí mientras miraba la película desde mi butaca en la sala de cine. ¿Cómo Linklater no dejaba sacar su vuelo creativo desde lo formal para ser coherente con la idea de protesta? Además, la película quiere abarcar demasiado y termina siendo bastante ingenua en muchas ideas. Es cierto que se deja ver y es una buena película, pero...
ResponderEliminarSaludos,
Hernán.