La palabra genio siempre me había parecido sospechosa; llegué a tenerle realmente asco. Si yo tuviera el don, ¿dónde estaría la angustia, la prueba, la tentación frustrada o el mérito? Soportaba mal tener un cuerpo y la misma cabeza siempre, no me dejaría encerrar todo el tiempo con el mismo paquete. Aceptaba el nombramiento a condición de que no se apoyase en nada, que brillase gratuitamente en el vacío absoluto. Sostenía conciliábulos con el Espíritu Santo. "Escribirás", me decía. Y yo me retorcía las manos: "Señor, ¿qué tengo yo para que me hayas elegido?". "Nada en particular". "Entonces, ¿por qué yo?". "Sin ninguna razón". "¿Tengo al menos alguna facilidad para la pluma?". "Ninguna. ¿Crees acaso que las grandes obras nacen de las plumas fáciles?". "Señor, si soy tan nulo, ¿cómo podría hacer un libro?". "Aplicándote". "Entonces, ¿cualquiera puede escribir?" "Cualquiera, pero te he elegido a ti".
Jean-Paul Sartre - Las Palabras
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