"Los trenes llevaban el progreso de un lugar a otro".
No sé realmente cuántas son las cosas que se aprenden en la escuela y que quedan grabadas en la memoria de una vez y para siempre. Probablemente son muchas, aunque no seamos concientes de todas ellas. Pero hay cosas que se incorporan y que por su impacto logran fulgurar a modo de revelación: tengo dos recuerdos muy precisos vinculados a la geografía.
Primero: recuerdo exactamente el momento en que caí en la cuenta de que la Argentina era el octavo país más grande del planeta en términos de superficie territorial. Yo era muy chica, pero por alguna razón el dato no me entraba en la cabeza: si éramos tan inmensos, si teníamos ese privilegio, ¿por qué éramos tan pobres? ¿Por qué no estábamos a la altura de tantos otros países que eran mucho más pequeños pero poderosos?
Segundo: retorna muy vívida una clase de geografía económica en la universidad, cuando el profesor explicó que Estados Unidos había podido desarrollarse en toda su extensión, permitiendo el surgimiento de diversas ciudades importantes, gracias a una amplia y equitativa distribución de la red de ferrocarriles, mientras que en la Argentina todas las líneas se habían centralizado en el puerto de Buenos Aires. Esta vez el interrogante fue un poco más radical: ¿es que los argentinos siempre fuimos idiotas?
No sé por qué estoy aplicando la primera persona del plural (“nosotros”) para escribir este texto; quizás quiero creer que existe eso que algunos llaman identidad nacional, tal como lo cree Pino Solanas. Su cine tiene un objetivo muy concreto: resucitar la posibilidad de construir una nación. La próxima estación es la cuarta entrega de una larga y minuciosa crónica sobre la devastación del país que comenzó con Memoria del saqueo y continuó con La dignidad de los nadies y Argentina latente. En este caso se detalla cómo se fue desarticulando la industria de los trenes, desde el gobierno de Arturo Frondizi hasta la actualidad. No voy a entrar en detalles ya que vale la pena ver el film para conocer todo el proceso; prefiero esbozar algunas sensaciones.
Pino hace lo que mejor le sale: narrar con honestidad ideológica, incluyendo sus habituales estrategias discursivas. Nuevamente el documental se arma desde su voz, su impronta, su proclama cada vez más desazonada. En La hora de los hornos, el realizador podía arengar con vehemencia: había un público enardecido dispuesto a reaccionar. Cuarenta años después, Pino sabe que se dirige a un espectador que apenas saldrá con la cabeza gacha de la sala de cine, mientras se pregunta por qué estamos como estamos. Un espectador ofuscado y tal vez avasallado por la magnitud de un robo prolongado y flagrante. Y nada más.
Lo sé: me refiero a Pino sin la suficiente distancia crítica. Es que desde hace años compruebo que su obra me habla desde el más llano sentido común, con ese tono que emplea un amigo que solo quiere vernos bien. Es la advertencia preocupada de alguien que -aunque la soñó- hoy está muy lejos de presenciar la revolución, ni tiene noción alguna sobre qué formas cobrará el cambio. Pero su película tiene información, pruebas, estadísticas, testimonios e imágenes difíciles de refutar. No soy peronista y sería petulante esgrimir aquí alguna teoría sobre nuestra "nación". Porque no sé qué es eso. Cómo saberlo cuando ya ni siquiera comprendemos qué es lo social. O qué es el respeto. Sólo intuyo que en este trabajo cinematográfico se está jugando algún tipo de verdad. La percibo en ese ferroviario que rompe en llanto mientras cuenta su historia en el film.
La próxima estación registra el desamparo, la corrupción, la carencia de rumbo. La película denuncia a los responsables de los negocios que hundieron al ferrocarril, pero sobre todo -y esto es lo interesante- apunta a cachetear la inercia del ciudadano, ese pasajero en tránsito cada día más embotado que por desidia y por ignorancia se empecina en elegir el mal menor.
Argentina es grande y lo tenía todo. ¿Fueron los otros o fuimos nosotros? Solanas parece estar más allá del berrinche patriotero frente a las injusticias del pasado: su cine se planta certero en el presente y consigue interpelar la conciencia colectiva con la urgencia del futuro.
También pensé muchas veces en eso de porqué nuestros trenes estaban centrados en Buenos Aires. Ver eso, me llevó a pensar que lo que se llama federalismo, y que es una idea tan básica para un país, era imposible en Argentina. Ese croquis de líneas que tienen su punto de salida y de llegada en Buenos Aires, desmiente pensar en un desarrollo más justo de nuestro país.(Me parece extraño usar el "nuestro" para hablar del país, pero es la manera en que me sale decirlo).
ResponderEliminarY también es un despropósito pensar que en un país tan grande, se haya destruido la línea ferroviaria. Es como querer destruir el país mismo por todo lo que implica: aislamiento, muerte de pueblos, dificultades de todo tipo...en fin.
Me gustó mucho la crítica.
Saludos,
Alejandra
Me gusta éso de Pino, el de su mejor película, por lo menos de la serie de documentales. Que el haya soñado con la revolución - como decís vos- que haya participado en ella...y que exponga la verdad pero sin trasmitir al menos, que esté derrotado. Martha
ResponderEliminarPino es groso, todo lo que vi de el me dejo regulando, y que ahora no se quiera reconstruir es indignante.
ResponderEliminarsaludos reaccionarios.
p.d: como expresas lo que pensas es impecable.