La “Tana” (Valeria Bertucelli) es in-so-por-ta-ble. Una cotorra vaga, amargada, malhablada, quejosa, desubicada y fanfarrona (no seguimos con los calificativos para no abrumar). Su esposo, el “Tenso” (Adrián Suar), se quiere separar, pero como no tiene el coraje para dar el paso, decide contratar al “Cuervo” Flores (Gabriel Goity) para que la conquiste, esperando que ella entonces se distancie por motu propio. Este es más o menos el cuadro de situación de Un novio para mi mujer, película con la cual, según dijo por allí el mismo Suar, “el hombre se va a sentir identificado y la mujer, reivindicada”. Una misión imposible, a juzgar por los resultados.
En la primera parte del film no hay ni un solo rasgo que redima a la protagonista, ni uno solo. Es un personaje-brochazo, al igual que todos los demás personajes de esta historia. Hasta que un día, de golpe y porrazo, la “Tana” cambia y se vuelve adorable. Por lo tanto, el “Cuervo” se enamora y el “Tenso” se arrepiente y ya no quiere perderla, y entonces, en algún momento, en medio del caldo de fórmulas mustias, el interés amenaza con asomar. Pero no: la película nunca encuentra el timing preciso para las escenas que aspiran a ser graciosas, ni convence tampoco con la veta matrimonial seria, que se despliega hacia el final.
Si bien podía preverse que un producto con la impronta Suar tuviera una factura televisiva y una cómoda apelación al estereotipo, había ciertas expectativas depositadas en la dirección de Juan Taratuto, cuyos trabajos anteriores, No sos vos, soy yo y ¿Quién dice que es fácil?, resultaron ser dos películas entretenidas y decentes dentro del cine de concepción comercial. Pero la mano del realizador es prácticamente imperceptible frente a la tiranía del guión de Pablo Solarz (Historias Mínimas), tan poco elaborado que ni siquiera llega a delinear un solo personaje secundario que sea memorable (y esto es lo mínimo que se le puede pedir a este tipo de comedias). Lo único que merece destacarse es el esfuerzo de dos dignos actores de género: gracias a sus esporádicas chispas, Bertucelli y Goity aportan al menos un piso de profesionalismo a esta película escuálida y cansina.
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