jueves, 20 de marzo de 2008
Lluvia, de Paula Hernández
La lluvia es cruel y es mucha.
La lluvia invita a encerrarse aún más, aunque uno ya esté adentro. La lluvia obliga a guarecerse, si es que uno tiene la desdicha de estar a la intemperie. La lluvia es parte de lo cotidiano, de lo normal, de lo dado. Una visita frecuente a la que uno está acostumbrado. Y sin embargo, la lluvia siempre complica la rutina, no importa cuán preparados estemos. Surcamos trayectos que desconocíamos por el solo hecho de evitar los charcos. O nos rendimos frente al agua y nos empapamos, resignados, cuando lo único que importa es llegar a casa.
El problema es que Alma (Valeria Bertucelli) no quiere volver a casa. Desde hace tres días su hogar es su auto. La película comienza con un embotellamiento decorado por una lluvia torrencial. Un embotellamiento muy cinematográfico, hay que decirlo. Muy bien filmado, en algún lugar de Buenos Aires. La mujer se delata ansiosa y confundida. Misteriosa. De repente, en medio del caos de tránsito, Roberto (Ernesto Alterio) se mete en el auto de Alma. Él también se muestra misterioso. Parece estar escapando de algo.
Ella es generosa. Él es educado. Son pocos los datos. Lo que importa es la lluvia, que todo lo hace acuoso.
Bertucelli y Alterio -intérpretes excluyentes de esta fábula- tienen la virtud de plantarse como personas comunes y corrientes, con una fragilidad inocultable que los convierte en gente como uno, en amigos cercanos. Los diálogos resultan naturales y las dudas lucen sinceras. En la primera hora del film, Paula Hernández logra que el espectador se conecte con los queribles y desorientados personajes, que buscan lo que buscamos todos: creer que aún es posible la felicidad. Alma da vueltas y vueltas con su coche, en círculos, sin sentido. Roberto llegó desde España para reconstruir su identidad. Pero ninguno sabe qué hacer ni logran asumir lo que les pasa.
Luego de su cálida ópera prima, Herencia (2001), y del documental Familia Lugones (2007), la joven realizadora vuelve a narrar una historia intimista, afincada en el respeto por sus criaturas y una primorosa sencillez en la puesta en escena. Lluvia es una película rodada con calidad, que cuenta con la sofisticadísima mano de Mercedes Alfonsín (El aura) en la dirección de arte, y el inmejorable trabajo de Bill Nieto (Nacido y criado) en la fotografía. Lluvia es un film que se disfruta, que convoca decorosamente a completar sus silencios, que celebra la potencia escondida en lo casual.
Pero también es una película demasiado "calculada", y esta impresión se pronuncia en la última parte, como si el relato no se animara a exhibir todos los desórdenes que implican sentirse mojado y expuesto como ser humano. No todo en la ficción tiene por qué tener una explicación certera, menos aún en la enrevesada madeja afectiva, pero así y todo Lluvia pugna por definir las motivaciones de sus personajes, cuando tal vez no era necesario.
Tal vez sólo era cuestión de limitarse a honrar la sabiduría del azar. Un encuentro portentoso que llega cuando uno menos lo espera. Como el amor. Como la lluvia más linda.
Y pensar que esa película, se filmo, en la puerta de mi casa, al menos una escena, para mas dato por la calle Jovellanos, de la Capital Federal de la argentina, salute
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